Cierto comerciante, al visitar la
abadía de Westminster, en Londres, donde se encuentran
sepultados los reyes y personajes eminentes de Inglaterra,
preguntó cuál era la tumba más visitada,
excluyendo la del "soldado desconocido". El
conserje respondió que era la tumba de David Livingstone.
Son pocos los humildes y fieles siervos de Dios, que el
mundo distingue y honra de esta manera.
Se cuenta que, en Glasgow, después
de haber pasado 16 años de su vida en el Africa,
Livingstone fue invitado a pronunciar un discurso ante
el cuerpo estudiantil de la universidad. Los alumnos resolvieron
mofarse de quien ellos llamaban "camarada misionero",
haciendo, el mayor ruido posible para interrumpir su discurso.
Cierto testigo del acontecimiento dijo lo siguiente: "A
pesar de todo, desde el momento en que Livingstone se
presentó delante de ellos, macilento y delgado,
como consecuencia de haber sufrido más de treinta
fiebres malignas en las selvas del Africa, y con un brazo
apoyado en un cabestrillo, resultado de un encuentro con
un león, los alumnos guardaron un gran silencio.
Oyeron, con el mayor respeto, todo lo que el orador les
relató, y cómo Jesús le había
cumplido su promesa: "He aquí yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el fin del mundo."
Su nacimiento
David Livingstone nació en Escocia. Su padre, Neil
Livingstone, acostumbraba relatar a sus hijos las proezas
de 8 generaciones de sus antepasados. Uno de los bisabuelos
de David tuvo que huir, con su familia, de los crueles
partidarios de los pactos o "covenanters" a
los pantanos y montes escabrosos donde podían adorar
a Dios en espíritu y en verdad. Pero aun esos cultos
que se realizaban entre los espinos y a veces sobre el
hielo, eran interrumpidos de vez en cuando por la caballería,
que llegaba galopando para matar o llevarse presos tanto
a hombres como a mujeres.
Los padres de David educaron a sus hijos en el temor de
Dios. En su hogar siempre reinaba la alegría y
servía como modelo ejemplar de todas las virtudes
domésticas. No se perdía una sola hora de
los siete días de la semana, y el domingo era esperado
y honrado como un día de descanso. A la edad de
nueve años David se ganó un Nuevo Testamento,
como premio ofrecido por repetir de memoria el capítulo
más largo de la Biblia, el Salmo 119.
"Entre los recuerdos más sagrados de mi infancia",
escribió Livingstone, “ están los
de la economía de mi madre para que los pocos recursos
fuesen suficientes para todos los miembros de la familia.
Cuando cumplí diez años de edad, mis padres
me colocaron en una fábrica de tejidos para que
yo ayudara a sustentar a la familia. Con una parte de
mi salario de la primera semana me compré una gramática
de latín."
David iniciaba su día de trabajo en la fábrica
de tejidos a las seis de la mañana y, con intervalos
para el café y el almuerzo, trabajaba hasta las
ocho de la noche. Sujetaba su gramática de latín
abierta sobre la máquina de hilar algodón
y mientras estaba trabajando, estudiaba línea por
línea. A las ocho de la noche, se dirigía
sin perder un minuto, a la escuela nocturna. Después
de las clases, estudiaba sus lecciones para el día
siguiente, a veces quedándose hasta la media noche,
cuando su madre tenía que obligarlo a que apagase
la luz y se acostase.
La inscripción sobre la lápida de la tumba
de los padres de David Livingstone indica las privaciones
del hogar paterno:
Para marcar el lugar donde descansan
Neil Livingstone y Agnes Hunter, su esposa y
para expresar a Dios la gratitud de sus hijos:
Juan, David, janet, Charles y Agnes
por haber tenido padres pobres
y piadosos
Los amigos insistieron en que él cambiase las últimas
palabras de esa inscripción para que dijese
"padres pobres, pero Piadosos".
Sin embargo, David rehusó aceptar esa sugerencia
porque, para él, tanto la pobreza como la piedad
eran motivos de gratitud. Siempre consideró que
el hecho de haber aprendido a trabajar durante largos
días, mes tras mes, año tras año,
en la fábrica de algodón, constituyo una
de las mayores felicidades de su vida.
En los días feriados, a David le gustaba ir a pescar
y a hacer largas excursiones por los campos y por las
márgenes de los ríos. Esos extensos paseos
le servían tanto de instrucción como de
recreo; salía para verificar en la propia naturaleza
lo que había estudia en los libros sobre botánica
y geología. Sin saberlo, de ese modo se fue preparando,
en cuerpo y mente, para las exploraciones científicas
y para lo que escribiría con exactitud acerca de
la naturaleza del Africa.
A los veinte años se produjo un gran cambio espiritual
en la vida de David Livingstone, que determinó
el rumbo de todo el resto de su vida. "La bendición
divina le inundó todo el ser, como había
inundado el corazón de San Pablo o el de San Agustín,
y de otros del mismo tipo, dominando sus deseos carnales...
Actos de abnegación, muy difíciles de realizar
bajo la ley férrea de la conciencia, se convirtieron
en servicio de la voluntad libre bajo el brillo del amor
divino. . - Es evidente que a él lo había
impulsado una fuerza, pasiva pero tremenda, dentro del
propio corazón, hasta el fin de su vida. El amor
que había comenzado a conmoverlo en la casa paterna,
continuó inspirándole durante todos los
largos y pesados viajes que realizó por el Africa,
y lo llevó a arrodillarse a media noche en el rancho
en Ilala, de donde su espíritu, mientras aún
oraba, regresó a su Dios y Salvador.
Sus comienzos
Desde su infancia, David había oído hablar
de un misionero valiente destacado en la China, cuyo nombre
era Gutzlaff. En sus oraciones de la noche, al lado de
su madre, oraba también por él. A la edad
de dieciséis años, David comenzó
a sentir un deseo profundo de que el amor y la gracia
de Cristo fuesen conocidos por aquellos que permanecían
aún en las densas tinieblas. Por ese motivo, resolvió
firmemente en su corazón dar también su
vida Como médico y misionero al mismo país.
la China.
Al mismo tiempo el maestro de su clase en la Escuela Dominical,
David Hogg, lo aconsejó de esta manera: "Ora,
muchacho; haz de la religión el motivo principal
de tu vida Cotidiana y no una cosa inconstante, si quieres
vencer las tentaciones y otras cosas que te quieren derribar."
Y David resolvió sinceramente dirigir su vida futura
bajo esa norma.
Cuando cumplió nueve años
de servicios en la fábrica, fue promovido para
un trabajo más lucrativo. Consiguió completar
sus estudios, recibiendo el diploma de licenciado de la
Facultad de Medicina y Cirugía de Glasgow, sin
recibir de nadie ningún auxilio económico
que lo ayudase a completar su carrera. Si los creyentes
no lo hubiesen aconsejado a que hablase a la Sociedad
Misionera de Londres acerca de enviarlo como misionero,
él habría ido por sus propios medios, según
declaró más tarde.
Durante todos los años de
estudios para llegar a ser médico y misionero,
se sintió impelido para ir; a la China. Cierta
vez, en una reunión, oyó el discurso de
un hombre, de larga barba blanca, alto, robusto y de ojos
bondadosos y penetrantes, llamado Robert Moffat. Ese misionero
había regresado del Africa, un país misterioso,
cuyo interior era todavía desconocido. Los mapas
de ese continente tenían en el centro enormes espacios
en blanco, sin ríos y sin sierras. Hablando sobre
el Africa, Moffat dijo al joven David Livingstone: "Hay
una vasta planicie al norte, donde he visto en las mañanas
de sol, el humo de millares de aldeas, donde ningún
misionero ha llegado todavía."
Conmovido, al oír hablar de tantas aldeas que permanecían
todavía sin el evangelio y sabiendo que no podía
ir a la China por causa de la guerra que se había
desencadenado en aquel país, Livingstone resndió:
"Iré inmediatamente para el Africa."
Los hermanos de la misión
concordaron con esa resolución y David volvió
a su humilde hogar de Blatire para despedirse de sus padres
y hermanos. A las cinco de la mañana del día
17 de noviembre de 1840, la familia se levantó.
David leyó los Salmos 121 y 135 junto con su familia.
Las siguientes palabras quedaron impresas en su corazón,
y lo fortalecieron para resistir el calor y los peligros
durante los largos años que pasó después
en el Africa: "El sol no te fatigará de día,
ni la luna de noche... Jehová guardará tu
salida y tu entrada desde ahora y para siempre."
Después de orar, se despidió de su madre
y de sus hermanas y viajó a pie, junto con su padre
que lo acompañó, hasta Glasgow. Después
de despedirse uno del otro, David se embarcó en
el navío para no volver a ver nunca más,
aquí en la tierra, el rostro del noble Neil Livingstone.
El viaje desde Glasgow a Río
de Janeiro y luego a Ciudad del Cabo en el Africa, duró
tres meses. Pero David no desperdició su tiempo.
El capitán se volvió su amigo íntimo
y lo ayudó a preparar los cultos en los que David
predicaba a los tripulantes del navío. El nuevo
misionero aprovechó también la oportunidad
de aprender, a bordo, el uso del sextante y a saber exactamente
la posición del barco, observando la luna y las
estrellas. Ese conocimiento le fue más tarde de
incalculable valor para orientarse en sus viajes de evangelización
y exploración en el inmenso interior desconocido,
del cual "subía el humo de mil villas sin
misionero".
Desde Ciudad del Cabo, el viaje de 190 leguas (1.058 km)
lo hizo a tropezones, en un carro de buey, traqueteando
a través de campos incultos. El viaje duró
dos meses, hasta llegar a Curumá, donde debía
esperar el regreso de Robert Moffat. Deseaba establecerse
en un lugar que estuviese situado a 50 ó 60 leguas
(280 ó 330 km) más al norte de cualquier
otro en que existiese ya una obra misionera.
A fin de aprender la lengua y las costumbres del pueblo,
nuestro explorador empleaba su tiempo viajando y viviendo
entre los indígenas.
Su buey de transporte se pasaba
la noche amarrado, mientras él se sentaba con los
africanos alrededor del fuego, oyendo las leyendas de
sus héroes; Livingstone por su parte les contaba
las preciosas y verdaderas historias de Belén,
de Galilea y de la cruz. Continuó estudiando siempre
mientras viajaba, trazando mapas de los ríos y
de las sierras del territorio que recorría. En
una carta a un amigo suyo le escribió que había
descubierto 32 clases de raíces comestibles y 43
especies de árboles y arbustos frutales que se
producían en el desierto sin ser cultivados. Desde
un punto que alcanzó en esos viajes, le faltaron
apenas 10 días de viaje para llegar al gran lago
Ngami, que descubrió siete años más
tarde.
Desde Curumá, el misionero,
licenciado de la Facultad de Medicina y Cirugía
de Glasgow, escribió a su padre: "Tengo una
clientela bien grande. Hay pacientes aquí que caminan
más de 60 (330 km) leguas para recibir tratamiento
médico. Esas personas, al regresar, envían
otras con el mismo fin."
Estableció su primera misión en el lindo
valle de Mabotsa, en la tierra de Bacatla. En una carta,
que escribió desde Curumá, Livingstone se
expresó de la siguiente manera sobre el lugar que
había escogido para su centro de evangelización:
"Está situado en una comunidad de seres que
se llama “Mabotsa”, que quiere decir “Cena
de Bodas”. Que Dios nos ilumine con su presencia,
para que por intermedio de siervos tan débiles,
mucha gente encuentre la entrada para la Cena de las Bodas
del Cordero."
Fue en Mabotsa donde tuvo lugar el histórico encuentro
con un león. Acerca de ese acontecimiento David
escribió lo siguiente: "El saltó y
me alcanzó el hombro; ambos rodamos por el suelo.
Rugiendo horriblemente cerca de mi oído, me sacudió
como un perro lo hubiese hecho con un gato. Los sacudones
que me dio el animal, me produjeron un entorpecimiento
igual al que debe sentir un ratón, después
de la primera sacudida que le da el gato. Me atacó
entonces una especie de adormecimiento, y no sentí
ningún dolor ni ninguna sensación de temor."
No obstante, antes de que la fiera
tuviese tiempo de matarlo, lo dejó para atacar
a otro hombre que con una lanza en la mano había
entrado en la lucha. El hombro desgarrado de Livingstone
nunca sanó completamente; él nunca más
pudo apuntar un rifle o llevarse la mano a la cabeza sin
sentir dolores.
Su matrimonio y las misiones
Fue en la casa de Robert Moffat, en Curumá, que
llegó a conocer a María, la hija mayor de
ese misionero. Después de abrir la misión
en Mabotsa, los dos se casaron. Seis hijos fueron el fruto
de ese enlace.
Después que Livingstone
se casó, la Escuela Dominical de Mabotsa se transformó
en una escuela diaria, pasando su esposa a ser la maestra.
Schele, el jefe de la tribu, se volvió un gran
estudiante de la Biblia, pero quería "convertir"
a todo su pueblo a fuerza de "litupa", es decir,
de látigo de cuero de rinoceronte. El "inició
un culto doméstico en su casa, y el propio Livingstone
se admiró de su manera sencilla y natural de orar".
Era costumbre de Livingstone comenzar el día con
un culto doméstico, y no es de admirarse que el
jefe la adoptase también.
Livingstone se vio obligado a mudarse para Chonuane, situada
a diez leguas, y más tarde, por falta de agua,
él y todo el pueblo, para Colobeng. Fue en ese
último lugar que el jefe de la tribu construyó
una casa para los cultos, y Livingstone construyó,
con gran sacrificio de dinero y mucho trabajo, su tercera
casa de residencia. En esa casa vivió durante cinco
años, y nunca más consiguió fijar
residencia en otro lugar de la tierra.
Acerca del trabajo en ése lugar, se expresó
así: "Aquí tenemos un campo sumamente
difícil de cultivar... Si no confiásemos
en que el Espíritu Santo obra en nosotros, desistiríamos
en desesperanza."
A través del desierto de
Calari llegaban rumores de un inmenso lago y de un lugar
llamado "Humazo Ruidoso", el cual se creía
que era una gran catarata de agua. Las sequías
lo oprimían tanto en Colobeng, que Livingstone
resolvió hacer un viaje de exploración para
encontrar un lugar más apropiado para establecer
su misión. Así fue como el l de julio de
1849, David Livingstone, junto con el jefe de la tribu,
sus “guerreros”, tres hombres blancos y su
propia familia, salieron para atravesar el gran desierto
de Calari. El guía del grupo, Romotobi, conocía
el secreto de subsistir en el desierto cavando con las
manos y chupando el agua de debajo de la arena mediante
una caña sorbedora.
Después de viajar durante muchos días, llegaron
al río Zouga. Al preguntarles a los indígenas,
ellos les informaron que el río tenía su
naciente en una tierra de ríos y bosques. Livingstone
quedó convencido de que el interior del Africa
no era un gran desierto, como el mundo de entonces suponía,
y su corazón ardía con el deseo de encontrar
una vía fluvial, para que otros misioneros pudiesen
ir y penetrar el interior del continente con el mensaje
de Cristo.
"La perspectiva", escribió
él, "de encontrar un rió que diese
entrada, a una vasta, populosa y desconocida región,
fue creciendo constantemente desde entonces, creció
tanto que cuando por fin llegamos al gran lago, ese importante
descubrimiento, en sí mismo, nos pareció
de poca importancia".
Fue el 1 de agosto de 1849 que el grupo llegó al
lago Ngami; era un lago tan grande que desde una orilla
no se podía ver la orilla opuesta. Habían
sufrido largos días de sed atormentadora sin haber
podido obtener una sola gota de agua, pero habían
vencido todas las dificultades y habían descubierto
ese lago, mientras que otros pretendientes, mucho mejor
equipados que ellos pero menos persistentes, habían
fallado.
Las noticias de ese descubrimiento fueron comunicadas
a la Real Sociedad Geográfica, la cual le concedió
una hermosa recompensa de 25 guineas, por haber descubierto
una tierra importante, un importante río y un enorme
lago".
El grupo tuvo que volver a Colobeng. Sin embargo, algunos
meses después, inició un nuevo viaje para
el lago Ngami. No quería separarse de su familia
y la llevó en un carro tirado por bueyes. Pero
al llegar al río Zouga, sus hijos fueron atacados
por la fiebre y tuvo que volver con la familia. Le nació
una hija, la cual murió luego de fiebre. Con todo,
Livingstone permaneció más firme que nunca
en su resolución de encontrar un camino para llevar
el evangelio al interior del continente africano.
Después de descansar durante algunos meses con
su familia en la casa de su suegro en Curumá, salieron
con el propósito de encontrar un lugar saludable
donde pudiese establecer una misión más
al interior. Fue en ese viaje, en junio de 1851, que descubrió
el río más grande del Africa oriental, el
Zambeze, río del que el mundo de entonces nunca
había oído hablar.
En un párrafo que escribió,
Livingstone, se descubre algo de lo que habían
sufrido durante esos viajes: "Uno de los ayudantes
desperdició el agua que llevábamos en el
carro y en la tarde apenas si quedaba un poquito para
los niños. Pasamos esa noche muy angustiados, y
al día siguiente, a medida que iba disminuyendo
más y más el agua, tanto más la sed
de los niños iba en aumento. El pensar que fuesen
a perecer ante nuestros ojos, nos llenaba de angustia.
En la tarde del quinto día sentimos un gran alivio
cuando uno de los hombres volvió trayendo tanto
de ese precioso líquido, como jamás antes
lo habíamos pensado.
Livingstone, convencido de que era la voluntad de Dios
que saliese para establecer otro centro de evangelización,
y con una indómita fe de que el Señor supliría
todo lo necesario para que se cumpliese su voluntad, avanzaba
sin vacilar.
Después de descubrir el río Zambeze, Livingstone
vino a saber que los lugares saludables eran lugares sujetos
a saqueos inesperados por parte de otras tribus. Solamente
en los lugares plagados de enfermedades y azotados por
la fiebre era donde se encontraban tribus pacíficas.
Resolvió, por tanto, enviar a su esposa a descansar
en Inglaterra, mientras él continuaba sus exploraciones
con el fin de establecer un centro para su obra de evangelización.
Se veía obligado a establecer tal centro, porque
los bóers holandeses invadían el territorio,
robando las tierras y el ganado de los indígenas¡
y poniendo en práctica un régimen de la
más vilesclavitud. Livingstone enviaba a creyentes
fieles para evangelizar a los pueblos que estaban a su
alrededor, pero los boérs acabaron con su obra,
matando a muchos de los indígenas y destruyendo
todos los bienes que el misionero poseía en Colobeng.
Livingstone llevó a su familia
para Ciudad del Cabo, desde donde sus seres queridos se
embarcaron en un navío con destino a Inglaterra.
Fue en ese tiempo, cuando Dios le proveyó todo
lo necesario para que su necesitada familia volviese a
Inglaterra, que dijo: "Oh, Amor divino, no te amo
con la fuerza, la profundidad y el ardor que convienen."
La separación de su familia le causó profunda
pena , pero, de nuevo, dirigió su rostro heroicamente
hacia su meta que era ir a socorrer a las desgraciadas
tribus del interior del Africa.
Un viaje de Exploración
Había tres motivos para hacer un viaje de exploración:
Primero, quería encontrar un lugar donde residir
con su familia en medio de los barotses para evangelizarlos.
Segundo, la comunicación entre el territorio de
los barotses y Ciudad del Cabo era muy demorada y difícil,
y por lo tanto, quería descubrir un camino para
un puerto más próximo. Tercero, quería
hacer todo lo posible para influir a las autoridades contra
el horrendo tráfico de esclavos.
Fue en esa época de su vida que Livingstone, debido
a sus hazañas, se volvió mundialmente conocido.
En su fervor, deseando que Dios le conservase la vida
y lo usase como medio para que el evangelio penetrase
en el continente africano, Livingstone oró así:
"Oh Jesús, te ruego que ahora me llenes de
tu amor y me aceptes y me uses un poco para tu gloria.
Hasta ahora no he hecho nada por ti, pero quiero hacer
algo. Oh Dios, te imploro que me aceptes y me uses, y
que sea tuya toda la gloria." Además, escribió
lo siguiente: "No tendría ningún valor
nada de lo que poseo o llegare a poseer, si no tuviese
relación con el reino de Cristo. Si algo de lo
que poseo, puede servir para tu reino, te lo daré
a ti, a quien debo todo en este mundo y en la eternidad."
Livingstone atravesó, ida y vuelta, el continente
africano, desde la desembocadura del río Zambeze
hasta San Pablo de Luanda, siendo él el primer
blanco en realizar semejante hazaña. En sus memorias,
que escribía diariamente, se nota cómo él
admiraba los lindos paisajes de un país que el
mundo consideraba como un vasto desierto, pues lo desconocía
por completo.
Llegó a Luanda flaco y enfermo. A pesar de la insistencia
del cónsul británico para que regresase
a Inglaterra, a fin de recuperar la salud quebrantada,
él volvió nuevamente por otro camino, para
llevar a sus fieles compañeros hasta su casas conforme
les había prometido antes de iniciar el viaje.
En ese viaje, Livingstone descubrió
las magníficas cataratas de Victoria, nombre que
él dio a esas grandes caídas de agua en
honor de la reina de Inglaterra. En ese lugar el río
Zambeze tiene un ancho de más de un kilómetro;
allí las aguas de ese gran río se precipitan
espectacularmente desde una altura de cien metros.
Continuó predicando el evangelio constantemente,
a veces a auditorios de más de mil naturales del
país. Sobre todo, se esforzaba en ganar la estimación
de las tribus hostiles por donde pasaba, con su conducta
cristiana que era un gran contraste con la de los mercaderes
de esclavos.
En un período, de siete meses estando acompañado
sólo de sus fieles macololos, cayó con fiebre
en la selva treinta y una veces. Pero no era sólo
el sufrimiento físico lo que lo afligía.
Sus cartas revelan su angustia moral, al ver los horrores
del pueblo africano masacrado y arrebatado de sus hogares,
conducido como ganado para ser vendido, en el mercado.
Desde un lugar alto a donde subió contó
diecisiete aldeas en, llamas, incendiadas por esos nefandos
mercaderes de seres humanos. Prometió a su esposa
que se reuniría con su familia después de
dos años, pero, ¡transcurrieron cuatro años
y medio antes que ella recibiese alguna noticia de él!
Regreso a casa
Por fin, después de una ausencia de diecisiete
años de su patria, regresó a Inglaterra.
Volvió a la civilización y a reunirse con
su familia, como quien vuelve de la muerte. Antes de desembarcar
supo que su querido padre había fallecido. En toda
la historia de David Livingstone, no se cuenta un acontecimiento
más conmovedor que su encuentro con su esposa y
sus hijos.
En Inglaterra fue aclamado y honrado
como un heroico descubridor y gran benefactor de la humanidad.
Los diarios publicaban todos sus actos de valentía.
Las multitudes afluían para oírlo contar
su historia. "El doctor Livingstone era muy humilde...
No le gustaba andar por la calle, por temor a ser atropellado
por las multitudes. Cierto día, en la calle Regent
en Londres, fue apretado por una multitud tan grande,
que sólo con gran dificultad logró refugiarse
en un coche. Por la misma razón evitaba ir a los
cultos.
Cierta vez, deseoso de asistir
al culto, mi padre lo persuadió a ocupar un asiento
debajo de la galería, en un lugar no visible para
el auditorio. Pero fue descubierto y la gente pasó
por encima de los bancos para rodearlo y estrecharle la
mano." Una de las muchas cosas que llevó a
efecto, mientras permaneció en Inglaterra, fue
la de escribir su libro: Viajes misioneros, obra que alcanzó
una enorme circulación, y produjo más interés
sobre la cuestión africana que, cualquier otro
acontecimiento anterior.
Regreso a Africa
En el mes de marzo de 1858, a la edad de 46 años,
Livingstone, acompañado de su esposa y el hijo
menor Osvaldo, se embarcaron nuevamente para el Africa.
Dejando a los dos en casa de su suegro, el misionero Moffat,
Livingstone continuó sus viajes. En el año
siguiente descubrió el lago Nyasa. Recibió
también una carta de su esposa desde la casa de
los padres de ella, en Curumá, informándole
el nacimiento de una nueva hija... ¡Hacía
casi un año! Sólo entonces pudo su padre
conocer el acontecimiento.
Realizó exploración de los ríos Zambeze,
Téte y Shiré, y la del lago Nyasa, con el
propósito de saber cuáles eran los puntos
más estratégicos para la evangelización,
y luego enviaron misioneros desde Inglaterra para que
ocupasen esos lugares.
En 1862 su esposa se reunió con él, de nuevo,
y lo acompañó en sus viajes; pero tres meses
después falleció víctima de la fiebre,
y fue enterrada en una ladera verdeante en las márgenes
del río Zambeze. En su diario, Livingstone escribió
al respecto de esta manera: "La lloré, porque
merece mis lágrimas la amé cuando nos casamos
y cuanto más tiempo vivíamos juntos, tanto
más la amaba. Que Dios tenga piedad de nuestros
hijos. . ."
Uno de los mayores obstáculos que Livingstone enfrentó
en su obra misionera, fue el terror de los indígenas
al ver un rostro de hombre blanco. Las aldeas enteras
en ruinas; fugitivos escondiéndose en los campos
de hierba alta, sin tener nada para comer; centenares
de esqueletos y cadáveres insepultos; caravanas
de hombres y mujeres espesados a los troncos asegurados
al cuello, eran conducidos a los puertos - es difícil
concebir la magnitud de la desolación creada por
los hombres crueles que participaban del tráfico
de la esclavitud.
Esos hombres procuraban también, con odio cruel
y arte diabólica, acabar con la obra. de Livingstone.
Finalmente consiguieron por medio de la política
de su país, inducir a Inglaterra a que lo llamase
de regreso a su tierra. Fue así como Livingstone
llegó de nuevo a su patria, después de una
ausencia de cerca de ocho años.
Los creyentes y amigos de Inglaterra,
animados por la visión de Livingstone, comenzaron
a orar y a enviarle dinero para que continuase su obra
en el continente negro. Y nuestro héroe desembarcó
por tercera y última vez en el Africa, en Zanzíbar.
En la expedición que inició en Zanzíbar,
descubrió los lagos Tanganyka (1867), Mocro (1867)
y Bangüeolo (1868). Pasó cinco largos años
explorando las cuencas de esos lagos. La constante oración
y el pan de la Palabra de Dios fueron su sustento espiritual
durante todos esos años de prueba que sufrió
debido a las crueldades de los negociantes de esclavos.
Resolvió entonces, hacer todo lo posible para descubrir
la cabecera del río Nilo y resolver un problema
que durante millares de años se había burlado
de los geógrafos. Sabía que si descubriese
el nacimiento del famoso Nilo, el mundo le daría
oídos acerca de la llaga abierta que tenía
el Africa con el comercio de los esclavos. Es interesante
conocer lo que él escribió: "El mundo
cree que yo busco fama; sin embargo, yo tengo una regla,
es decir, no leo nada sobre los elogios que me hacen."
El sabía que al acabarse la esclavitud, el continente
se abriría para dejar entrar el evangelio.
Durante los largos intervalos que había entre los
períodos en que sus cartas eran recibidas en Inglaterra,
llegadas desde el corazón del Africa, circularon
rumores de que Livingstone había muerto. No eran
solamente los hombres que traficaban con esclavos, los
que querían matarlo, sino también muchos
de los propios naturales, que no creían que existiese
un hombre blanco que fuese amigo de verdad. El mismo contó
muchos hechos relacionados con las celadas que le prepararon
en la tierra de Maniuema para matarlo. En ese lugar él
escribió en su diario lo siguiente: "Leí
toda la Biblia cuatro veces mientras estuve en Maniuema."
En la soledad encontró un gran alivio en las Escrituras.
Reconocía siempre la posibilidad
de perecer en manos de los enemigos, pero siempre respondía
así a la insistencia de los amigos: "¿No
puede el amor de Cristo constreñir al misionero
a que vaya adonde el comercio ilegal lleva al mercader
de esclavos?
Por primera vez, en los millares de leguas que caminó,
los pies del explorador le fallaron. Obligado a quedarse
por algún tiempo en una cabaña, todos sus
compañeros lo abandonaron, con excepción
de tres que se quedaron con él.
Su enfermedad y su muerte
Por fin, llegó a Ujiji, reducido a piel y huesos,
por causa de la grave enfermedad que sufrió en
Maniuema. No había recibido cartas desde hacía
dos años y esperaba recibir también las
provisiones que había enviado para allá.
Sin embargo, las cartas no habían llegado, entonces,
con el cuerpo enflaquecido y carente de ropas y de alimentos,
vino a saber que le habían robado todo. En esa
situación él escribió: "En mi
pobreza me sentí como el hombre que, descendiendo
de Jerusalén a Jericó, cayó en manos
de ladrones. No tenía esperanza de que un sacerdote,
un levita o un buen samaritano viniese en mi auxilio.
Sin embargo, cuando mí alma estaba más abatida,
el buen samaritano ya se hallaba muy cerca de mí."
El "buen samaritano" era Henry Stanley, enviado
por el diario New York Herald, a insistencia de muchos
millares de lectores de ese periódico, para saber
con seguridad si Livingstone todavía vivía
o, en el caso de que hubiese muerto, para que su cuerpo
fuese devuelto a su patria.
Stanley pasó el invierno con Livingstone, quien
se negó a ceder a la insistencia de volver a Inglaterra.
Podía volver y descansar entre amigos con toda
comodidad, pero prefirió quedarse y realizar su
anhelo de abrir el continente africano al evangelio.
Realizó su último
viaje con el propósito de explorar el Luapula,
para, verificar si ese río era el origen del Nilo
o del Congo. En esa región llovía incesantemente.
Livingstone sufría dolores atroces; día
tras día se le iba volviendo más y más
difícil caminar. Fue entonces que tuvo que ser
cargado por vez primera, por sus fieles compañeros:
Susi, Chuman y Jacó Wainwright, todos indígenas.
En su diario, las últimas notas que escribió,
dicen lo siguiente: "Cansadísimo, estoy...
recuperada la salud... Estamos en las márgenes
del Mililamo."
Llegaron a la aldea de Chitambo,
en Ilala, donde Susi hizo una cabaña para él.
En esa cabaña, el 1' de mayo de 1873, el fiel Susi
encontró a su bondadoso maestro, de rodillas, al
lado de su cama muerto. ¡Oró mientras vivió
y partió de este mundo orando!
Sus dos fieles compañeros, Susi y Chuman, enterraron
el corazón de Livingstone debajo de un árbol
en Chitambo, secaron y embalsamaron el cuerpo y lo llevaron
hasta la costa - viaje que duró varios meses, a
través del territorio de varias tribus hostiles.
El sacrificio de esos valientes hijos del Africa sin que
tuvieran ningún propósito de recibir remuneración
económica alguna, no será olvidado por Dios,
ni por el mundo.
El cuerpo después que hubo
llegado a Zanzíbar, fue transportado para Inglaterra,
donde fue sepultado en la Abadía de Westminster,
entre los monumentos de los reyes y héroes de aquella
nación. No había dudas con respecto al cuerpo
de Livingstone; era fácil de identificarlo; el
hueso por encima del brazo izquierdo tenía bien
patentes las marcas de los dientes del león que
lo atacara años atrás.
Entre los que asistieron a su entierro,
se encontraban sus hijos y el viejo misionero Robert Moffat,
padre de su querida esposa. La multitud estaba compuesta
tanto de un pueblo humilde, que lo amaba, como de los
grandes, que lo honraban y respetaban.
Se cuenta que entre la multitud
que permanecía en las aceras de las calles de Londres,
el día en que el cortejo que llevaba el cuerpo
de David Livingstone pasó, había un viejo
llorando amargamente. Al preguntarle por qué lloraba,-
respondió: "Es porque Davidcito y yo nacimos
en la misma aldea, cursamos el mismo colegio y asistimos
a la misma escuela dominical; trabajamos en la misma máquina
de hilar, pero, Davidcito se fue por aquel camino y yo
por éste. Ahora él es honrado por la nación,
mientras que yo soy despreciado, desconocido y deshonrado.
El único futuro para mí es el entierro del
borracho."
No es solamente el ambiente, sino
las preferencias de nuestra juventud lo que determina
nuestro destino, no solamente aquí en este mundo,
sino para toda la eternidad.
Cuando Livingstone hablaba a los alumnos de la Universidad
de Cambridge, en 1857, dijo lo siguiente: "Por mi
parte, nunca ceso de regocijarme porque Dios me haya designado
para tal oficio. El pueblo habla del sacrificio que yo
he hecho en pasarme tan gran parte de mi vida en el Africa.
¿Es sacrificio pagar una pequeña parte de
la deuda, deuda que nunca podremos liquidar, y que debemos
a nuestro Dios? ¿Es sacrificio aquello que trae
la bendita recompensa de la salud, el conocimiento de
practicar el bien, la paz del espíritu y la viva
esperanza de un glorioso destino? ¡No hay tal cosa!
Y lo digo con énfasis: No es sacrificio... Nunca
hice un sacrificio. No debemos hablar de sacrificio, si
recordamos el gran sacrificio que hizo Aquel que descendió
del trono de su Padre, de allá de las alturas,
para entregarse por nosotros."
Si Livingstone no se hubiese enfermado,
habría descubierto la cabecera del Nilo. Durante
los treinta años que pasó en el Africa,
nunca se olvidó del propósito que tenía
de llevar a Cristo a los pueblos de ese obscuro continente.
Todos los viajes que realizó, eran viajes misioneros.
Grabadas en su tumba se pueden leer estas palabras: "El
corazón de Livingstone permanece en el Africa,
su cuerpo descansa en Inglaterra, pero su influencia continúa."
Pero grabadas en la historia de la iglesia de Cristo están
los grandes éxitos alcanzados en el Africa durante
un período de más de 75 años después
de su muerte, éxitos inspirados en gran parte,
por las oraciones y por la gran persistencia de ese gran
siervo que fue fiel hasta la muerte.