James Hudson Taylor (1832 – 1905) nació en Yorkshire, Inglaterra, y a la edad de diecisiete años tuvo una sincera conversión a Cristo. Pronto sintió un fuerte llamamiento por parte de Dios para ir al casi cerrado imperio de la China. En 1854 desembarcó en Shangai como agente de la Chinese Evangelization Society (Sociedad Evangelizadora China), organización que tuvo una corta existencia.
Algunos problemas con la sede de la misión lo hicieron depender de su fe y sus oraciones para su sustento, y una serie de hechos providenciales lo llevaron a cortar nexos con esta sociedad. Hizo varias correrías evangelísticas en el interior del país y adoptó la forma de vestir china. En 1858 contrajo matrimonio con María Dyer, a pesar de la oposición de otros misioneros por quienes era considerado como “un pobre y desconectado don nadie.”
Regresó a Inglaterra inválido en 1860, pero conservaba su interés y pasión por la China y por los millones de chinos que no conocían a Cristo.
Cuando el imperio se abrió a los occidentales, no pudo encontrar una misión dispuesta a apoyarlo, entonces en 1865 fundó la organización interdenominacional que llamó China Inland Mission (CIM - Misión del Interior de la China), y le pidió a Dios que enviara “veinticuatro obreros dispuestos y capacitados”, dos por cada provincia sin alcanzar. Zarparon en 1866. Cuatro años después, su esposa María murió.
A pesar de la persecución, la oposición de los misioneros, y las dificultades por la cultura y el idioma, la CIM se estableció como las “tropas de asalto” del avance protestante en el país.
"La pasión de Taylor era llevar el evangelio a toda criatura y para 1895 era el líder de 641 misioneros, más o menos la mitad de toda la fuerza protestante en la China."
Pocos hombres han sido un instrumento de tal magnitud en las manos de Dios para proclamar el evangelio a tan vasta población, y para crear tantas iglesias cristianas. Sus grandes cualidades cristianas, el calibre de la CIM, junto con sus escritos y sus viajes internacionales le dieron una influencia que trascendió las fronteras chinas y condujo al establecimiento de misiones de fe similares.
Taylor murió en Changsha, en el corazón del interior de la China, coronando de esta manera una vida de devoción a Cristo y de intrépido testimonio para el que no se encuentran en el mundo muchos paralelos.