El Llanto de Jesús Sobre Jerusalén | Bosquejos para Predicar
Lucas 19:28-48
«Visto el Hijo de Dios fue
Más glorioso: en ÉL todo SU PADRE resplandecía
Sustancialmente expresado, y en su rostro
La divina compasión visible se hacía»
Milton
En cada rayo de luz blanca, se nos dice, están todos los colores del arco iris. En esta sección tenemos una séptuple revelación del carácter del Señor Jesucristo.
I. Su sabiduría. Si los ojos de nuestro Señor no tenían más visión que los ordinarios mortales, ¿cómo podía asegurar a los discípulos que encontrarían un pollino atado en un cierto lugar que designa (v. 30). Él habló como uno dotado de omnisciencia. La distancia no es nada para los ojos de Dios.
II. Su poder. Todas las razones que debían dar para llevarse el pollino de su dueño era: «El Señor lo necesita» (vv. 31-34). Con esta sencilla declaración hubo una tal influencia de la presencia del ausente Cristo que no se pudo oponer resistencia alguna.
Él tendrá un pueblo bien dispuesto en el día de su poder. Todos los que salen, como estos discípulos, en su Nombre, para hacer su voluntad, no pueden dejar de tener la autoridad de su Señor con ellos (Mt. 28:18, 19).
III. Su humildad. «Montaron a Jesús encima de él.» El Rey de la Gloria sentado sobre un pollino prestado, y con «Sus mantos», esto es, los de ellos, sobre el pollino (vv. 35, 36). No había nada demasiado humillante para el Hijo de Dios, si con ello se cumplían las Escrituras (Zac. 9:9). El que se humilla de tal manera será ciertamente exaltado (Fil. 2:8, 9). La soberbia del hombre está para siempre opuesta a la voluntad revelada de Dios.
IV. Su regia dignidad. «¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor!», en el Nombre de Jehová (cf. He 5:38). ¡Jesús era Rey, aunque su rostro fue más desfigurado que el de ningún hombre! Carecía de hogar y no poseía dinero; pero cada una de sus palabras y acciones llevaba la impronta de la soberana majestad del Cielo (v. 37).
La gloria de su carácter regio se manifestó en el monte santo cuando refulgió con un poder abrumador a través del velo ocultador de su carne, revelando «paz en el Cielo, y gloria en las alturas».
V. Su compasión. «Al ver la ciudad, lloró sobre ella» (v. 41). Si tuviéramos los ojos y la compasión de Jesucristo, nos veríamos constreñidos muchas veces para llorar por lo que a otros regocija. Cristo como el Hijo de Dios y Redentor de los hombres sólo puede considerar a los lugares y a las personas en su relación con Él mismo. Las piedras del templo pueden ser grandes y hermosas, pero ¿qué de ellas si no hay bienvenida para Él en la «Casa de su Padre»? (v. 45).
Para Él el corazón de la ciudad era el corazón del ciudadano; y si éste era falso y cruel, todo lo demás era desolación. «Lloró sobre ella.» «Nadie tiene mayor amor que éste.» ¿Y qué de la ciudad dentro de nuestros corazones? ¿Qué es lo que ve nuestro compasivo Salvador en ellos?
VI. Su fidelidad. Tiene que haber sido con un agobiado corazón que nuestro Señor pronunció estas solemnes palabras que se registran en los versículos 42-46, puesto que Él no quiere la muerte de ninguno, antes al contrario, desea que acudan a Él y vivan. Pero incluso su llorosa compasión no le detiene de pronunciar estas terribles palabras de advertencia y de condenación.
Es horrendo caer, como incrédulo, en manos del Dios vivo. Ni la ciudad, ni la nación ni el individuo pueden prosperar si rechazan las demandas y resisten los llamamientos del Señor Jesucristo. «Mientras tenéis luz, creed en la luz», porque este mismo Jesús que lloró y murió ha de juzgar a los vivos y a los muertos.
VII. Su influencia. "Los principales sacerdotes… procuraban matarle… Porque todo el pueblo estaba en suspenso, oyéndole" (vv. 47, 48). Para algunos Él fue aroma de muerte, mientras que para otros fue aroma de vida.
El sol que funde la cera endurece la arcilla. Todo depende de la actitud del corazón para con Cristo en cuanto a si su influencia nos ablandará para salvación o si nos endurecerá para juicio. La predicación de la Cruz es o bien locura o bien sabiduría de Dios (1 Co. 1:23, 24).