Poco tiempo después la muerte de mi hija, mi cuñada me llamó por teléfono desde otro estado. “He estado tratando de que mi hermano te llame, pero él no sabe qué decir”, dijo a manera de disculpa. La desazón y el titubeo en estos casos son comunes. ¿Qué puede usted decir para aliviar el dolor de alguien que está sufriendo una pérdida inconsolable?
Dios no nos llama a ser expertos, pero todos podemos aprender a ponernos al lado de otros durante su hora más triste. “Cuando papá murió, me contuve hasta después del funeral”, dijo mi vecino Guillermo. “Luego me desplomé. La gente trata de decir algo “adecuado”, pero sencillamente no existen las palabras. Sin embargo, me sentí muy amado por un amigo que simplemente lloró conmigo”.
Job habría estado de acuerdo. Cuando perdió sus riquezas materiales el mismo día en que una desgracia acabó con sus diez hijos, sus amigos le ofrecieron infinidad de consejos y sus propias explicaciones espiritualizadas de la catástrofe.
Pero Job los llamó “consoladores molestos” (Job 16:2). “¿Es mi fuerza la de las piedras, o es mi carne de bronce? ¿No es así que ni aun a mí mismo me puedo valer, y que todo auxilio me ha faltado? El atribulado es consolado por su compañero; aun aquel que abandona el temor del Omnipotente” (Job 6:12-14).
La sola idea de la muerte es inquietante para la mayoría de nosotros, y puede dar lugar a situaciones penosas. Después de que los hijos de mi maestra de la Escuela Dominical murieron en un accidente automovilístico, ella notó que algunas personas la evitaban cuando la veían en la calle. Es posible que tengamos que olvidarnos de nuestra desazón y de nuestro temor si queremos ser de ayuda. “Las personas que más aprecié”, dijo Bárbara, “fueron aquellas que me abrazaron y me dijeron: “He estado pensando en ti”.
Hay momentos en que todos nos sentimos confundidos cuando se trata de ayudar a nuestros amigos enlutados. Algunas veces la respuesta es muy sencilla si imaginamos que estamos en sus dolorosos zapatos.
Una compañera de trabajo, que enviudó hace poco, fue consolada por algunos a quienes se les ocurrió acompañarla mientras ella hacía el recorrido a pie en el estacionamiento de automóviles de la iglesia; sentarse con ella para que no se sintiera sola en el
banco donde siempre se sentaba con su esposo, e invitarla a almorzar en lo que de otra manera habría sido una solitaria tarde de domingo.
Nosotros no tenemos que ser unos “expertos” para poder ayudar a alguien. El consuelo más efectivo proviene de aquellos que rodean con sus brazos a un amigo acongojado, y le comunican, no simplemente con palabras: “Yo tampoco lo entiendo.
Pero te amo, y estoy aquí para acompañarte en esto”. Puesto que sabemos que nada en absoluto ni las cosas dolorosas en nuestra vida, ni siquiera la muerte, pueden separarnos del inmenso amor de Jesús, podemos aferrarnos con nuestro amigo adolorido a ese amor, aunque no seamos capaces de comprender exactamente la tragedia del presente. “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8: 38, 39)
El tiempo no cura nuestras heridas cuando hemos tenido que decir adiós a un ser amado; sólo nos enseña cómo vivir con ese profundo vacío que hay en nuestra vida. Compartir la aflicción ayuda. Eclesiastés 4:10 (NVI) dice: “Si caen, el uno levanta al otro. ¡Ay del que cae y no tiene quien lo levante!”
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios”
Puedo decir, por mi propia experiencia, que la pérdida de un ser amado es particularmente difícil el primer año, especialmente en las fechas importantes del calendario. Aunque los extraños olvidan rápidamente que alguien significativo para nosotros ya no está, los días de fiesta le recuerdan a la persona enlutada que su vida ha sido afectada para siempre.
Uno puede consolar y mostrarle amor a una persona amiga que sigue estando adolorida, enviándole una nota, flores, o un regalo recordatorio en ocasiones especiales. Una simple llamada telefónica en el aniversario (incluso en el “aniversario” mensual) de la muerte de la persona, puede ser sumamente importante. No tenga el temor de que está empeorando las cosas, ya que los pensamientos de ese amigo o esa amiga estarán girando en torno a su ser amado.
Muchas veces el mejor consuelo lo da la persona que ha pasado por la misma experiencia. Si usted ha perdido a un ser querido, utilice su propia experiencia para hallar maneras positivas de comunicar afecto.
Mi abuela descubrió el valor de esa expresión el domingo siguiente al entierro de su esposo. Después del servicio, en el cual había puesto una rosa conmemorativa en el púlpito una mujer, que había quedado viuda el año anterior, le preguntó a mi abuela qué pensaba hacer. “Irme a casa, supongo”, fue su respuesta.
“Vamos a tomarnos una cerveza”, le dijo Dolores en son de broma. La absurda idea hizo que mi abuela riera por primera vez en mucho tiempo. Las dos mujeres salieron de la iglesia juntas a tomarse unas malteadas, porque Dolores recordaba lo penoso que era irse a casa y estar sola, después de que murió su propio esposo.
Asimismo, mi primo Jaime recuerda la gran contribución de su amigo Ricardo, después del fallecimiento de su esposa. “Me sentía perdido”, dijo. “Julia era quien siempre hacía las compras, de modo que yo ni siquiera sabía qué detergente debía comprar”. Pero gracias a que Ricardo recordaba lo aterrado que él mismo se había sentido en la tienda de abarrotes después de que murió su esposa, se ofreció a llevar a Jaime a su primer viaje al supermercado.
En los designios de Dios, nuestros sufrimientos nunca son un desperdicio “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios” (2 Corintios 1: 3, 4).
Aquí Pablo nos dice que “el Padre de misericordias” no sólo nos consuela porque siente nuestro dolor y quiere cicatriz nuestra herida; Él también planta en nosotros semillas de Su bondad y de Su cuidado, de modo que algún día podamos compartir lo que hemos recibido, con personas que necesitan consolación. Hemos sido llamados a ser las manos y los pies de Jesús, que se extienden para dar ayuda a un mundo que sufre. Cuando tocamos a otros que están afligidos, nos convertimos en un eslabón que los conecta con el amor inagotable de Dios.
Lo que no ayuda
No recurra a frases hechas cuando no esté seguro de qué decir. Exprese algo sincero como “Lo siento”, aunque le parezca insuficiente. Frases gastadas como “Por lo menos pasaron juntos todos estos años”, o “Él está ahora en un mejor lugar”, pueden ser negativas, no importa la buena intención.
No ofrezca la bienintencionada pero imprecisa: “Si hay algo que yo pueda hacer, llámame” (No lo harán.) Más bien, haga ofrecimientos concretos como: “Hoy iré al supermercado. ¿Qué quieres que te traiga?”, o “¿Puedo llevar tus niños al parque el sábado?”
No presione a las personas a hablar de la pérdida sufrida, sino que escuche lo que ellas quieran decir. Usted puede abrir la puerta, preguntando: “¿Cómo estás?”
No trae de distraer al enlutado con demasiadas actividades. La tristeza no se puede evitar; tiene que ser experimentada.
No diga: “Sé cómo te sientes”, aunque usted haya pasado por una circunstancia semejante. Cada relación es única, con aspectos positivos y negativos que quienes no son parte de la familia no pueden comprender. Diga, más bien, frases como: “Debe ser...”, o “Debes sentirte...”, lo cual puede mostrar un deseo de entender.
No utilice la Biblia a la ligera. Para una persona enlutada, aun la maravillosa consolación de Romanos 8:28 puede sonarle como una impertinencia. Pídale al Espíritu Santo que lo guíe en cuanto a los versículos de consuelo que debe compartir.
No dé ningún consejo, a menos que se lo pidan. Un buen oído atento es muchas veces más útil y más apreciado.
No espere que las personas expresen su dolor de una manera prescrita o siguiendo las mismas etapas. Aunque el proceso del duelo incluye ciertas “fases” identificables, su orden, duración, recurrencia y estilo, son diferentes para cada persona. Estas etapas pueden ser una herramienta útil para comprender al enlutado, pero tenga cuidado de no juzgar a la persona enlutada, ni depositar expectativas en ella.
No dé por sentado que es demasiado tarde para ofrecer ayuda. El duelo es un proceso largo; es posible que el consuelo que usted pueda dar esté siendo necesitado desesperadamente, después de que los demás se han olvidado del asunto.