Francamente, el principal problema que veo en buena parte de esta nueva religiosidad entre nuestro pueblo, es que de tal modo nos hemos dejado llevar por el espíritu de la competencia que, más bien parecemos negocios en competencia unos con otros, que iglesia de Jesucristo.
En esta nueva religiosidad, cada cual planta su «kiosco» en una esquina, o en un almacén o en un teatro abandonado, de igual modo que alguien pone un puesto de verduras. El problema en todo esto no está en que haya iglesias en teatros o en almacenes abandonados, y que al parecer eso desprestigie el evangelio.
La iglesia primitiva se reunía en lugares semejantes o peores. Y muchas Iglesias en nuestro tiempo empezaron reuniéndose bajo un árbol, en un garage o en una casa de familia. Tampoco es cuestión de prestigio o de que se nos pierda respeto.
El problema está más bien en que nos hemos dejado llevar por las tendencias individualistas y competitivas de la sociedad moderna, y que no hemos sabido criticarlas y corregirlas a tiempo, a la luz del evangelio.
Nos hemos acostumbrado a pensar que lo importante es el individuo, el «yo». Ciertamente, esto sirvió para corregir actitudes en las que el sujeto no contaba para nada, pues su propósito era solo servir a las estructuras de poder, tanto secular como religioso. Este énfasis en el «yo» también ayudó a muchos a librarse del orden anterior, en el que cada cual nacía en cierta posición social, y por toda la vida tenía que permanecer en esa posición y ejercer las funciones apropiadas para esa posición.
El hijo del carpintero tenía que ser carpintero; el del siervo, siervo; y el del rey, si no rey, por lo menos príncipe o duque. El héroe moderno es el individuo que sobresale por encima de los demás, aunque lo logre a costa del sufrimiento de otros.
Se le admira, porque se ha librado de las ataduras de su condición social y ha seguido su propio curso. Pero, digámoslo de paso, esa liberación moderna también tiene su precio, pues el individuo liberado de sus ataduras sociales se ve ahora esclavizado a sí mismo, esclavo de la necesidad de realizarse a sí mismo, pues si no lo hace su vida es un fracaso.
El «selfmade man», que parece estar en la cumbre del poder, se ve constantemente obligado a continuar haciéndose a sí mismo, porque de otro modo su existencia no se justifica. Todo esto nos ha afectado también en el campo de la religión y de la fe, que se han individualizado de tal modo que se nos hace difícil ver la importancia que la comunidad tiene en el mensaje bíblico.
Ese es un problema que frecuentemente noto en buena parte de los nuevos movimientos religiosos que han surgido hoy en diversos lugares. En algunos de esos movimientos se da la extraña paradoja de que, al tiempo que se reúnen multitudes, cada cual adora solo, por su propia cuenta. Lo que se canta y dice está casi todo en primera persona singular: «yo».
Se trata de mi relación con Dios; de mi salvación y hasta de mi Dios. De igual modo que algunas de las soledades más grandes se sufren en medio de las grandes urbes modernas, algunos de los aislamientos más profundos se viven en medio de algunas de las gigantescas iglesias modernas, donde cada individuo se acerca a Dios por su cuenta, pero no se acerca al vecino.
Todo esto quiere decir que para entender de verdad las deficiencias de tales movimientos tenemos que volver a las Escrituras para redescubrir lo que en ellas se nos dice sobre la vida en comunidad como elemento esencial de la vida humana, y en particular de la vida de fe. Lo que estamos discutiendo es cómo la Biblia nos ayuda a entender la realidad humana de una manera diferente a como la entiende el individualismo de nuestros días.
En la Biblia la realidad humana es realidad comunitaria. «No es bueno que el hombre este solo». Lo que es más, un individuo aislado no es una persona completa. Lo que hace al ser humano persona completa es la vida en comunidad, la relación con otros seres humanos. Y mientras más equitativa y solidaria sea esa relación, más se acerca a los propósitos de Dios.
Justo L. González es el autor de Historia del pensamiento cristiano y cientos de escritos de reflexión bíblica. Es de origen cubano, y fue la persona más joven en recibir un doctorado en teología de la Universidad Yale. El doctor González es el director del Fondo para la Educación Teológica. Los conceptos básicos de este artículo corresponden al libro «No creáis a todo espíritu», publicado por Editorial Mundo Hispano.