Redentor, redención: Los israelitas llamaban «redención» al acto de vengar la sangre de un pariente; al que lo hacía llamaban «redentor» (Números 35:12, 19, 21, 27; Deuteronomio 19:6, 12, 13). Pagar para que dejaran en libertad a uno que estaba vendido era también redimir o rescatar (Levítico 25:48). Redentor era asimismo el que compraba las tierras de un pariente difunto, para que no se perdieran (Rut 4:1–7).
Entre los israelitas se podía redimir la vida de una persona o de un animal, como en el caso de los primogénitos (que a Dios había que entregar). Para ello era necesario pagar un precio, el cual se debía entregar al sacerdote (Éxodo 13:13, 15; Levítico 27:27; Números 18:15, 16).
En su obra a favor de los hombres, Dios es redentor por excelencia. La liberación de los israelitas de la esclavitud en Egipto es un acto de redención (Éxodo 6:6) de parte de Jehová Dios. La idea principal en la redención es soltar o liberar. El pecado mantiene al hombre en servidumbre y, por tanto, la salvación incluye el librarlo de esa esclavitud.
En Cristo Jesús, Dios pagó el precio completo de la redención del género humano (Colosenses 1:13). Redención es liberación del poder de las tinieblas, a fin de vivir bajo la soberanía o el reino del amor de Dios. En el Antiguo Testamento, la esperanza de Job está puesta en Dios su redentor (Salmos 19:25). Asimismo, David considera a Dios su redentor (Salmos 19:14), y el profeta Isaías destaca este concepto; trece veces aparece el término en ese libro profético (por ejemplo, 41:14; 43:14; 44:6).
En el Nuevo Testamento la doctrina de la redención es cardinal. Todas las personas están esclavizadas por el pecado, y son «hijos de ira» (Efesios 2:1–3; 2 Timoteo 2:26); necesitan, por tanto, ser redimidos. Entre los del pueblo de Dios eran muchos los que esperaban la redención divina. Ana, la viuda profetisa, confió y declaró que el niño Jesús, a quien logró conocer en el templo, era quien satisfaría esa esperanza (Lucas 2:36–38).
Jesucristo realiza esta redención (Romanos 3:24; Gálatas 3:13) por medio de su sangre vertida en la cruz (Efesios 1:7; Colosenses 1:14). El mismo habló de «dar su vida en rescate por muchos» (Mateo 20:28); y Pablo dice que Cristo «se dio a sí mismo en rescate por todos» (1 Timoteo 2:6) para una redención que es eterna (Hebreos 9:12). Él, pues, tomó nuestro lugar, y recibió el castigo que nosotros merecíamos por nuestros pecados.
Por tanto, un efecto justo y lógico de esta obra redentora en nosotros debe ser glorificar a Dios mediante una vida pura y fructífera, tanto en lo material como en lo espiritual. La redención abarca al hombre como un todo y como tal lo transforma (1 Corintios 6:20). La redención culminará gloriosamente en la resurrección (Hechos 26:18; Romanos 8:15–23; 1 Corintios 15:55–57).