Cada generación necesita una nueva revolución.
—Thomas Jefferson
Nuestra sociedad ha subestimado el valor del corazón. Gastamos millones de dólares educando el intelecto de las personas, pero pasamos por alto lo importante; que es educar el corazón. Aunque creo en la educación intelectual de la próxima generación, creo que es igual de relevante educar sus corazones y darles poder.
Cuando Dios buscaba un rey para que guiara a Su pueblo, Su requisito no era el nivel intelectual del potencial monarca, sino la calidad de su corazón (1 Samuel 16:7).
Es que tu corazón es tu patrimonio más valioso. Es el epicentro de tu vida, de allí surgen tus más profundos dolores, así como tus más grandes triunfos. Tu jornada, los próximos cuarenta días, comienza y termina en el centro de tu vida: tu corazón.
Las historias, las dificultades y los triunfos que conocerás en este libro son testimonios auténticos del poder transformador de Dios, que sigue manifestándose día a día.
Tú y yo hemos sido llamados para que seamos revolucionarios. Tu llamado es a vencer los sistemas de creencia que no logran producir para ti esa vida que tanto deseas.
La mayoría de las personas se sienten sin poder, a causa de su dolor y su sufrimiento. Pero ha llegado el momento de empezar a usar tu dolor para producir un nuevo poder que te dará impulso para que vivas una vida inimaginable. Una vida marcada por un nuevo comienzo, con una nueva perspectiva, una nueva pasión tras la cual querrás ir para vencer y recuperar ¡todo lo que te pertenece!
En tiempos de dificultades y desilusiones, nuestra visión se nubla. Perdemos la capacidad de ver claramente nuestras circunstancias del presente y las promesas para el futuro. Es en esos momentos, cuando nos sentimos sin fuerzas para avanzar en la vida es cuando, Dios aparece y calla esa voz amenazadora de lo desconocido.
Personalmente, tuve uno de esos momentos. La revolución del corazón, comenzó con mi propio corazón. Y si Dios pudo transformar el mío, puede transformar el de cualquiera.
Crecí en Santa Bárbara, California, junto a mis cinco hermanos mayores. Mis padres habían llegado desde México y, aunque lograron tener éxito aquí en los EE.UU., nos costaba mucho alcanzar ese sentimiento de pertenencia. Mi hermano formó una pandilla a la que inevitablemente me uní, para que no me golpearan todos los días después de la escuela. Y muy pronto, la vida de las pandillas, las drogas y los cigarrillos de “polvo de ángel”, eran mi forma de vida. Tenía trece años.
En el octavo grado, mi vida dio un giro. Fue el año en que me apuñalearon y casi quedo paralítico. Mis padres me obligaron a quedarme en casa, por lo que me conecté con una estación de radio universitaria, la KCSB. No lo sabía entonces, pero el destino había intervenido en mi vida. Cada fin de semana escuchaba a un disc-jockey que me cautivaba por su habilidad de conmoverme con sus palabras.
Descubrí que esa estación de radio tenía un programa especial para disc-jockeys, de cualquier edad, si es que querían obtener su licencia de la Comisión Federal de Comunicaciones. Así que, allí estaba yo, un cholo de quince años, un pandillero, entrando al recinto universitario para obtener la licencia de disc-jockey. Fue una loca decisión que me salvó de las pandillas.
Así que abrí un negocio, una compañía de disc-jockeys, que terminó siendo la más grande en la historia de Santa Bárbara. Tenía entonces dieciséis años y promocionaba lo que fuera en la radio. Iba de fiesta en fiesta por toda la ciudad, me encantaba. Ganaba mucho más de lo que debiera permitírsele a cualquier adolescente y estaba a punto de firmar un contrato de siete años con una importante discográfica como disc-jockey. Si en ese momento le hubieras preguntado a cualquiera qué tal me iba en la vida, te habría dicho que tenía éxito, que era feliz, que lo tenía todo.
Sin embargo, no era así. Era adicto a la cocaína, estaba encerrado en una vida que, en realidad, no me gustaba. Algunos de mis amigos ya habían muerto por sobredosis y, en lo profundo, yo sabía que era cuestión de tiempo antes de que todo eso por lo que había trabajado se derrumbara sin más ni más. Pero en lugar de enfrentar mis problemas, decidí perderme en una adicción que amenazaba con poner fin a mi vida.
Es difícil creer que un momento puede cambiarle la vida a una persona. Pero fue exactamente eso lo que me sucedió. El 4 de agosto de 1984 estaba repartiendo volantes durante las fiestas, promocionando uno de mis famosos bailes en la Calle State, cuando vi otro volante que promocionaba una iglesia llamada Cornerstone, en Santa Bárbara. Decía: “Jesucristo volverá. ¿Estás preparado?”.
Apenas lo levanté, recordé un sueño que había tenido una semana antes mientras pensaba en el contrato que iba a firmar. En mi sueño, estaba de pie frente a un cruce del cual salían dos caminos de tierra. Había un cartel que me mostraba dos opciones: “Éxito en el mundo” y “Ministerio”. Parecía que Dios me estaba diciendo: “Si firmas ese contrato tendrás éxito, pero perderás el propósito de tu vida. Sergio, sígueme”.
Recuerdo haber pensado: ¿Ministerio? Ni siquiera me interesaba seguir a Dios, y ni hablar de dedicar mi vida a Su servicio. Descarté la opción. Pero guardé el volante.
En mi desesperación por algo diferente en mi vida, unos días más tarde fui al evento que se anunciaba en el volante. Me senté en la última fila. Es irónico, pero la iglesia se había reunido en el mismo lugar donde yo había tenido un baile tiempo atrás. Sentí todo tipo de emociones: esperanza, pero mezclada con temor.
Expectativa, mezclada con vergüenza. Antes de ir a la iglesia esa noche, había hecho dos cosas. Había consumido medio gramo de cocaína, porque jamás iba a ninguna parte sin antes drogarme. Y lo segundo es que le había dicho a Dios: “Si Tú puedes cambiar mi vida y quitarme esta adicción que llevo encima, haré lo que quieras”.
Mientras el pastor hablaba de la muerte de Cristo en la cruz, como puerta que se nos abría al amor y al perdón de Dios, sentí que yo era el único que estaba allí. ¿Podía ser cierto aquello? ¿Podía amarme Dios en realidad? Me drogaba, era pandillero y le había dado la espalda. ¿No me convertía todo eso en un ser inaceptable?
No, decía el pastor. El perdón de Dios cubre todo pecado y Su amor alumbra incluso el corazón más oscuro. Durante algunos años la gente había tratado de hablarme de Cristo, pero yo no había querido escuchar. Ese día, sin embargo, la cosa era diferente.
Al final de su mensaje, el pastor preguntó: “¿Alguien quiere recibir a Cristo?”. Yo levanté la mano. Y entonces me dijo: “Si quieres, ven al frente”. Con la mano en alto todavía, y lágrimas rodando por mis mejillas, me dirigí al pasillo y seguí hasta llegar al frente.
Supe en ese momento que mi vida iba a dar un vuelco, un giro drástico. Sencillamente, no podía decirle que sí a Jesús y volver a vivir como antes. Así que me dije: “Voy a hacer lo que sea para tener esta nueva vida. Tal vez caiga, pero me levantaré. No voy a dejar de buscar a Dios. Podrán reírse de mí. O tal vez no me entiendan. Pero me niego a vivir según lo que piensen de mí”.
Decide hoy que serás diferente, negándote a permitir que el dolor de tu pasado te impida vivir en un nuevo nivel
Esa noche fui a trabajar a la estación de radio como siempre, pero consciente todo el tiempo de que la revolución de mi corazón ya había comenzado. Al sentarme ante el micrófono, presenté una canción muy conocida como lo había hecho en repetidas ocasiones, pero esta vez dije: “Y ahora aquí está un artista que está hablando del 666”. Me quedé pasmado, inseguro de lo que me había pasado, y entonces me di cuenta de que ya no era la misma persona.
Mi corazón se había transformado y mi vida había cambiado. Había sido ahora cautivado por la revolución. El gerente de la estación me llamó y me gritó:
“¡¿Qué fue eso?!”. Como no respondí nada, nuevamente gritó: “¡Mañana hablaremos!”.
Al día siguiente le hablé de mi compromiso con Cristo.
Respondió con una sonrisa: “Sergio. Esa es una etapa. Le pasa a muchos. Estarás bien. No tomes decisiones apresuradas. Lo que realmente quieres es más dinero”. Me ofreció más comisión por los comerciales y me dijo que le haría grabar a Wolfman Jack la presentación de mi programa.
De inmediato contesté: “No. Ya no soy esa persona. Renuncio”.
Esa semana vendí mi compañía de disc-jockey, dejé el programa, vendí mi equipo de audio de alta tecnología y no promocioné más bailes. De repente, para mis fans y seguidores, había dejado de ser un héroe para convertirme en un cero a la izquierda. Lo había perdido todo. Pero al perderlo, había encontrado mucho más.
Inmediatamente me comprometí a servir en mi iglesia local en cualquier área que ellos necesitaran. En lugar de usar mi camioneta para transportar mi equipo de sonido para los bailes, ahora transportaba equipo y gente a la iglesia.
Limpiaba los baños, acomodaba las sillas y estaba encargado del sonido. Mientras continuaba caminando en mi nuevo compromiso con Cristo, Dios abrió nuevas puertas. Conseguí un empleo en una estación cristiana.
Mi corazón estaba tan lleno del amor de Dios, cautivado por esta revolución, que tomaba cada oportunidad para hablarles a los jóvenes de Jesús.
Una revolución del corazón, como la que viví yo, solo puede darse cuando estamos dispuestos a mirar hacia adentro y ser valientes, para vencer los viejos hábitos, la vieja mentalidad que vive dormida en nuestros corazones. Porque si no tenemos cuidado, la voz de nuestro pasado nos hará volver a caer en esos patrones conocidos.
Decide hoy que serás diferente, negándote a permitir que el dolor de tu pasado te impida vivir en un nuevo nivel.
Dios no nos diseñó para que viviéramos sueños y propósitos pequeños. Nuestra antigua vida nos dice: “No vivas con expectativas. No tengas grandes esperanzas porque te desilusionarás”. Pero Dios nos dice: “¡Sueña! ¡Cree! ¡A pesar de todo!”.
A veces, las personas más cercanas, que conocen tu dolor, pueden ser justamente quienes te impiden avanzar. Pero es porque temen por ti. No quieren ver que vuelvas a sufrir. Así que, con buenas intenciones te dicen que disminuyas tus sueños, al tamaño que encaje con las exigencias frustrantes de la situación actual.
Con un corazón revolucionado, puedes liberarte del dolor, la desilusión y el miedo. Pablo nos asegura que el amor de Cristo, por nosotros y en nosotros, nos da más que el poder suficiente como para conquistar lo que sea:
Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Romanos 8:37 (NVI)
Cuando decidí que iba a permitir que Dios revolucionara mi corazón, no sabía que podían verse afectadas tantas vidas, por una sola decisión. No sabía que, junto con mi esposa Georgina y mis hijas, tendríamos el privilegio de fundar la Iglesia Cornerstone de San Diego, una de las iglesias con mayor crecimiento en los EE.UU.
Tampoco sabía que Dios usaría a las siete familias que vinieron con nosotros de Santa Bárbara a levantar una generación de líderes comprometidos de todo corazón a transformar los corazones hacia Dios y hacia sus familias. Y tampoco sabía que Dios iba a usar a nuestra congregación para dar inicio a la revolución del corazón. Lo único que sabía entonces era que necesitaba que Dios le diera un giro a mi vida, que la cambiara, que pusiera fin al dolor que sufría.
En lugar de ver a un adolescente pandillero y drogadicto, Dios veía a un pastor, oculto en aquel joven de diecisiete años.
¿Qué es lo que Él ve oculto en tu interior?
El propósito de este mensaje es animarte a tomar este reto al corazón y descubrir a quién ve Dios dentro de ti. Deja que comience la revolución del corazón.
Tomado del libro "La Revolución del Corazón"
Autor: Libros de Sergio De La Mora