
Cada día es Navidad, cada corazón es un pesebre
Hollywood cambiaría el reparto de la historia de Navidad. El cuello de José es demasiado azul. María está verde por su inexperiencia. El estrellato de la pareja no encaja con el libreto. Demasiado oscuro. Demasiado simple. La historia merece algunos titulares. Un José apuesto. Alguien como el Clooney de su época. Y María necesita un lunar y dientes relucientes. Angelina Jolie-ish. ¿Y qué de los pastores? ¿Ellos cantan? Si es así, ¿quizás Bono y U2?
Hollywood cambiaría el reparto de la historia.
Una persona civilizada lo depuraría. Ninguna persona, por más pobre que sea, debería nacer en un establo. Heno en el piso. Animales sobre el heno. No coloques al bebé en un comedero; la nariz del burro ha estado ahí. No envuelvas en paños al recién nacido. Huelen a oveja. Y hablando de olores, ten cuidado donde pisas.
Una buena firma de relaciones públicas hubiera trasladado el nacimiento a una ciudad grande. Verifica cuáles palacios romanos pueden alquilar, cuáles villas griegas pueden arrendar. El Hijo de Dios merece una entrada de realeza. Menos campesina, más extravagante. Olvídense de las cabezas de oveja, y consigan a jefes de estado, a la cabeza de naciones. ¿No deberíamos organizar un desfile para este evento? Pensarías que sí.
¡Que los corceles se pavoneen y las trompetas suenen! Emplacen a emperadores de tronos antiguos y palacios aún sin edificar. Abraham y Moisés deberían arrodillarse ante el pesebre. Incluso Adán y Eva deberían venir a Belén e inclinarse ante el Alfa y la Omega, que está en brazos de María.
Pero nosotros no diseñamos el momento. Dios lo hizo. Y Dios estaba contento con llegar al mundo en presencia de ovejas soñolientas y un carpintero boquiabierto. Nada de reflectores, solo la luz tenue de unas velas. Nada de coronas, simplemente vacas rumiando.
Dios no hizo fanfarria con el nacimiento de su Hijo. Ni siquiera circuló la fecha en el calendario. Las navidades antiguas saltaron de fecha en fecha, antes de finalmente quedarse en el 25 de diciembre. Algunos líderes antiguos preferían fechas en marzo. Durante muchos siglos, la iglesia ortodoxa en el este de Europa celebró la Navidad el 6 enero, y algunos todavía lo hacen.
No fue hasta el siglo cuarto que la iglesia escogió el 25 de diciembre como la fecha para celebrar el nacimiento de Jesús. 1 Hemos hecho más alboroto con llegadas menos importantes. ¿Cómo es esto posible? No hay una fecha de nacimiento exacta. Ninguna conmoción en su nacimiento. ¿Es esto un error? ¿O es este el mensaje?
Tal vez tu vida se parece al establo en Belén. Ordinaria en algunas partes, apestosa en otras. Sin mucho glamour. No siempre ordenada. Las personas en tu círculo te recuerdan a los animales del establo: pastando como ovejas, tercas como asnos, y esa vaca en la esquina se parece muchísimo al vecino del lado.
Tú, al igual que José, llamaste a la puerta del mesonero. Pero llegaste muy tarde. O estabas muy viejo, enfermo, embotado, dañado, pobre o indispuesto. Conoces el sonido de una puerta que se cierra en tu cara. Así que aquí estás, en la gruta; siempre a las afueras de donde parece estar la actividad.
Haces tu mayor esfuerzo para hacer lo mejor posible, pero por más que lo intentas, el techo sigue goteando y el viento invernal se sigue colando por los huecos que simplemente no puedes tapar. Has temblado en medio de tu cuota de noches frías.
Y te preguntas si Dios tiene un lugar para alguien como tú.
Encuentra tu respuesta en el establo de Belén.
Imagínate a dos ángeles que están de gira por el universo, tal como lo hizo J. B. Phillips. Su analogía navideña arroja luz sobre el amor de Dios. Los ángeles vuelan de una galaxia a otra hasta que llegan a la que vivimos. Según aparecen a la vista el sol y los planetas que orbitan a su alrededor, el ángel superior llama la atención hacia uno de los miembros más pequeños del sistema solar.
—Quiero que observes aquel en particular —dijo el ángel superior, señalando con su dedo.
—Bueno, en mi opinión, parece bastante pequeño y sucio —dijo el ángel de menor rango—. ¿Qué tiene ese planeta de especial?
Su superior le explicó que la bola poco impresionante era el famoso Planeta Visitado. El otro ángel se sorprendió.
—¿Quiere decir que nuestro Príncipe supremo y glorioso … bajó en Persona hasta esa pequeña bolita de quinta categoría? …
—¿Me estás queriendo decir que Él se rebajó hasta el punto de convertirse en una de esas criaturas repulsivas y humillantes en esa bola flotante?
—Sí, y no me parece que a Él le agrade mucho que les llames “criaturas repulsivas y humillantes” con ese tono de voz. Porque, por extraño que pueda parecernos, Él los ama. Él bajó a visitarlos para así elevarlos y que fueran más como Él.
En realidad todo se resume en eso: Dios nos ama. La historia de la Navidad es la historia del obstinado amor de Dios por nosotros.
Permítele amarte. Si Dios estuvo dispuesto a envolverse a sí mismo en harapos y mamar del pecho de una madre, entonces todas las preguntas acerca de su amor por ti están fuera de discusión. Puedes cuestionar sus acciones, decisiones o declaraciones. Pero nunca jamás cuestiones su chiflado, impresionante e inextinguible amor.
El instante en que María tocó el rostro de Dios es el momento en que Dios hizo su planteamiento: no existe ningún lugar al que él no iría. Si él está dispuesto a nacer en un corral, entonces puedes esperar que él obre en cualquier sitio: bares, alcobas, salas de junta y prostíbulos. Ningún lugar es demasiado ordinario. Nadie está demasiado endurecido. Ningún lugar es demasiado lejano. No existe ninguna persona que él no pueda alcanzar. No hay límite para su amor.
Cuando Cristo nació, nació también nuestra esperanza.
Por eso me encanta la Navidad. La ocasión nos invita a creer en la promesa más descabellada: Dios se hizo uno de nosotros para que pudiéramos llegar a ser uno con él. Él eliminó toda barrera, cerca, pecado, curvatura, deuda y tumba. Cualquier cosa que hubiera podido mantenernos lejos de él fue derribada. Él solo espera que pronunciemos la palabra para entrar por la puerta.
Invítalo a entrar. Escóltalo hasta la silla de honor, y hala la silla para que se siente. Limpia la mesa; limpia el calendario. Llama a los chicos y a los vecinos.
Llegó la Navidad. Cristo está aquí.
Solo tienes que pedirlo, y Dios hará otra vez lo que hizo entonces: derramará luz eterna sobre la noche. Él nacerá en ti.
Escucha mientras Dios susurra: «No hay enredo que me haga retroceder; no hay olor que me desanime. Vivo para vivir en una vida como la tuya. Cada corazón puede ser un pesebre.
Cada día puede ser una Navidad. Permite que se cante “Noche de paz” en las noches de verano. Permite que el Adviento ilumine el frío otoñal. El milagro de la Navidad es una celebración de todo el año».
Permite que esta sea tu oración:
Mi corazón, tu pesebre
Como el establo donde estás,
mi corazón, como el heno, es sencillo y frágil.
Pero, si permanecieras en mí,
haz de mi corazón tu pesebre, es mi ruego a ti.
Haz de mi mundo tu Belén,
con el Hijo del cielo en el centro de él.
Haz de esta noche un cielo pastoral,
que resplandece a prisa ante el alba celestial.
Agita el aire con alas de querubín.
Roza esta tierra. Que canten ángeles.
Quiero ver tu rostro. Quiero probar tu gracia.
Nace en este lugar.
Es mi oración a ti.
Amén.