
Determinados en Dios
“El principio de la sabiduría es el temor de Jehová”.
(Proverbios 1:7)
Hay una gran diferencia entre las personas que tienen temor de Dios y las que no. Las consecuencias casi siempre se hacen evidentes a largo plazo. Salomón, en este proverbio, ubica el temor a Dios como el punto de partida que nos llevará a tomar una serie de decisiones correctas. Pero al mismo tiempo, muestra las consecuencias funestas de aquellos que se aventuran a transitar por la senda de la insensatez.
La sabiduría nos ayuda a:
Acatar la orientación de los padres
“Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, Y no desprecies la dirección de tu madre” (v.8). Recordemos que el hijo pródigo se rebeló contra el padre, pidiendo la parte de su herencia y salió de su casa, con un aire de autosuficiencia y falsa liberalidad, pensando que podría dar rienda suelta a sus pasiones, sin medir las consecuencias. Pero cuando abrió los ojos a la realidad, ya estaba sumido en la miseria. Acatar el consejo de las autoridades siempre es un escudo que nos protege de tomar decisiones incorrectas.
Resistir a los pecadores
“Hijo mío, si los pecadores te quisieren engañar, no consientas” (v.10) El pecador disfraza sus malas acciones con risa y jactancia de diversión, quiere hacerle creer a los que están a su alrededor que la vida es una gran diversión. Las malas amistades se convierten en un lazo para el alma, cuyo objetivo es sacar a las personas del propósito divino.
Poner en alto la sabiduría
“La sabiduría clama en las calles, Alza su voz en las plazas; Clama en los principales lugares de reunión, En las entradas de las puertas de la ciudad dice sus razones” (vs.20-21). Uno de los propósitos de la sabiduría es la habilidad que tiene para dar el consejo acertado a los que se sienten a punto de desfallecer.
La sabiduría se adquiere también de acuerdo a lo que escuchamos. El evangelista Marcos, refiriéndose a la vida devocional de Jesús, dijo: “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba” (Marcos 1:35).
Jesús acostumbraba a invertir las primeras horas de cada día en enriquecer la intimidad con el Padre Celestial; de esta manera, Su oído fue entrenado para entender el sentir del corazón del Padre, y por eso pudo transmitir Su consejo.