
Dios Está Obrando
Entonces una mujer llamada Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía. HECHOS 16.14
Dios llama a todos los creyentes a proclamar el mensaje de Cristo. La mayoría lo hacen en palabra y obra, como parte de su vida diaria. Algunos hacen de la evangelización la tarea de su vida.
Si usted mira al mundo y juzga el poder de Dios por las respuestas de los hombres, va a darse por vencido y dejar de proclamar la Palabra de Dios. He ido a lugares donde he proclamado de todo corazón, y no ha sucedido nada. Pero no hay problema, porque todo lo que el Padre le da a Cristo va a llegar. Eso fue lo que Jesús dijo: «Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí» (Juan 6.37).
No soy responsable de quién se salva, ni tampoco usted. Rehúso tal responsabilidad. Entonces, ¿quién es el responsable? «Ninguno puede venir a mí», dijo Jesús, «si el Padre que me envió no le trajere» (Juan 6.44). Dios tiene esa responsabilidad, y no nosotros.
Por consiguiente, puedo mirar a la multitud y decir, como dijo Jesús: «La mayoría de ustedes no creen». Pero algunos sí creerán, conducidos a la fe por una lectura de la Biblia, al hablar con algún amigo u oyendo a un predicador en la calle.
Cuando eso sucede, en lugar de ser increíbles y necias, esas palabras tan difíciles de creer llegan a ser el único bálsamo que alivia al corazón pecador; la única guía a la puerta angosta que lleva a la vida eterna, la única verdad rica, completa y suficiente santa para salvar un alma del fuego eterno. Estas palabras duras llegan a ser preciosas y recibidas con beneplácito: «Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí». Vendrán. Nuestro llamado es alcanzarlos con la verdad.