
Un Falso Sentimiento de Culpa
Hay dos tipos de culpa. Uno es la culpa verdadera, vale decir, la que nace de haber pecado contra Dios; somos responsables por la situación creada y tenemos que resolverla. El segundo es la culpa falsa, que Satanás nos endilga; esto ocurre cuando el diablo nos acusa de no estar a la altura de lo que Dios quiere.
Muchas son las personas que viven innumerables años bajo esta engañosa sensación de culpa. Piensan que no pueden llegar nunca a ser realmente aceptados por Dios; creen que nunca lograrán estar a su altura y que jamás lo agradarán; piensan que nunca llegarán a ser todo lo que Él quiere que sean.
A estas personas les resulta difícil oír a Dios, porque Satanás no deja de acusarlas, diciendo: «¿Crees que Dios te va a hablar a ti? Mira lo que has hecho en el pasado. ¿Piensas que va a pasar por alto todo eso?» Todo lo que oyen les llega a través del marco preprogramado de sus sentimientos de culpa.
Se trata del engaño del diablo porque Dios nos ha perdonado, y cuando hemos sido perdonados queda todo arreglado. Los individuos cuyo corazón vive hostigado por un sentido de culpabilidad son aquellos cuyas oraciones se centran fundamentalmente en sí mismos, porque están muy preocupados por lo que hay de malo en ellos y por la forma de resolverlo. Cuando tenemos esos sentimientos de condenación divina apenas si nos atrevemos a escuchar, porque ya no aguantamos que nos sigan juzgando.
Después de un culto vespertino, una mujer de edad tomó mi mano entre las suyas, me miró a los ojos y me puso al tanto brevemente sobre su peregrinaje espiritual. Comenzó agradeciéndome por haberle mostrado una verdad que había ignorado durante sus cincuenta y cinco años de vida cristiana.
Me dijo que a lo largo de toda su vida se había sentido indigna y culpable, con la sensación de que desagradaba a Dios. Había confesado sus pecados, se había arrepentido y había reconsagrado su vida vez tras vez; pero la misma nube de culpabilidad pendía sobre su cabeza dondequiera que iba.
Un domingo por la mañana vio nuestro programa de televisión denominado In Touch [En contacto]. Yo había preparado una serie de predicaciones titulada «Cómo lograr que la verdad te haga libre», y expliqué la diferencia entre la culpa verdadera y la falsa. Me dijo ella: «De repente lo vi.
Por primera vez entendí lo que Dios había hecho en la cruz con mi sensación de culpa». Sus ojos brillaban y su rostro se iluminó, y dijo: «Ese domingo me vi libre de cincuenta y cinco largos años de una carga que Dios nunca quiso que llevara, porque Él la había llevado por mí dos mil años antes en la cruz». ¡Esa mujer quedó libre!