
Una Mente Cerrada
Jesús dijo: «Parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron». «Cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado junto al camino».
El primer tipo de oyente es el que tiene la mente limitada. Esto no se refiere únicamente al incrédulo, porque el creyente también puede entrar en esta categoría. Podríamos estar hablando sobre una persona que concurre regularmente a los cultos de la iglesia, o que escucha con frecuencia programas evangélicos en la televisión o por radio. La persona con la mente cerrada es la que decide qué es lo que va a oír y qué es lo que no va a oír. Cierra su mente a todo lo que le exige algo que ha decidido no dar.
Tales personas se sientan y escuchan en forma pasiva. Han escuchado cientos de sermones pero no tienen la menor intención de utilizar lo que se dijo, ni modificar su comportamiento. Tienen la mente cerrada porque han escuchado la verdad muchas veces sin responder; se trata de una posición peligrosa.
Su corazón se ha endurecido porque se vuelven pasivos al escuchar, sin tomar la iniciativa para responder. Cuando estas personas oyen el mensaje, ocurre como la semilla que cae sobre la superficie dura, que no tiene la posibilidad de germinar. Allí queda para que la pisoteen los animales y los que pasan, cocida por el sol hasta que se seca.
Los oyentes pasivos prestan atención hasta un cierto punto pero luego eluden los compromisos. Cuando se requiere su obediencia total y absoluta, su mente se cierra de golpe como una puerta frente a un fuerte viento. Miles de creyentes, literalmente, van a los cultos con una actitud mental terca semejante a esto.
Incluso antes de llegar ya han fijado los límites que van a aceptar en cuanto a la verdad. Están dispuestos a escuchar siempre que lo que oigan no se vuelva demasiado personal.
Cuando las exigencias en cuanto a compromiso con el señorío de Cristo se ponen demasiado rigurosas se vuelven insensibles, porque han oído la verdad con tanta frecuencia sin la intención de obedecer. Cuando esto ocurre, Satanás se presenta y roba la verdad. Si no toman la iniciativa de aplicar la verdad que han escuchado, Satanás se ocupará de robársela todas las veces, privando su vida de sus beneficios.
Después de todo, ¿por qué les permite Dios que sigan oyendo una verdad tras otra cuando no van a hacer nada para utilizarla? La costumbre de escuchar pasivamente las Escrituras, la Palabra eterna del Dios vivo, es un pecado que se comete contra Él. Determinar arbitrariamente las áreas de su vida donde Él puede actuar es negar su señorío.
Lamentablemente, cuando se les derrumba la pared y claman a un Dios al que se han negado a escuchar durante años, tienen grandes problemas para comunicarse con Él. No es porque Dios no haya estado escuchando todos esos años; se debe a las callosidades de sus espíritus.
En realidad es mejor no escuchar nunca la Palabra de Dios que asistir a los cultos y escuchar en forma pasiva, entregados a una mente cerrada. Dios quiere tocar todos los aspectos de nuestra vida, nos guste o no; quiere ocuparse de los aspectos más insignificantes de nuestra existencia.
Las personas que actúan como necias son las que escuchan insensiblemente la verdad. No se vuelven insensibles por negarse a escuchar a Dios o por discutir con Dios; se vuelven insensibles al escuchar y no responder.
Durante un buen número de meses testifiqué al administrador de una universidad cercana. Algunas veces asistía al servicio matutino los domingos, pero siempre se burlaba de cualquier cosa de carácter milagroso o sobrenatural. Tenía la mente cerrada. Asistía sólo para agradar a su esposa.
Un domingo por la tarde este hombre había invitado gente a su casa a comer en el jardín. Un chaparrón repentino obligó a todos a entrar a la casa apresuradamente para escapar de la lluvia. Él fue el último en correr a protegerse.
Con las manos llenas y el cuerpo empapado, corrió hacia la puerta corrediza de vidrio sin darse cuenta de que la persona que había entrado antes que él la había cerrado. Se estrelló contra el vidrio. En cuestión de segundos yacía en un charco de sangre.
Cuando lo visité por segunda vez en el hospital me dijo: «He estado pensando en lo que usted ha tratado de decirme. Creo que ahora estoy preparado para escuchar». Fue necesario que ocurriera algo casi trágico para. que estuviera dispuesto a escuchar, pero lo hizo. Recibió la salvación y se convirtió en un valiente testigo del Señor.
Hay una multitud de personas que se sientan y escuchan, que leen el evangelio todas las semanas, pero que jamás piensan en lo que se les presenta. Jamás lo someten a análisis, comparándolo con la vida que viven. Jamás lo aplican. Tienen la mente cerrada.