Valores Cristianos de las Mujeres
Los doce con él… María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Chuza intendente de Herodes, y Susana, y otras muchas que le servían de sus bienes.
LUCAS 8.1–3
Las mujeres nunca fueron relegadas en la vida social y religiosa de Israel ni en la iglesia del Nuevo Testamento. Compartían con los varones en todos los banquetes y en el culto público (Deuteronomio 16.14; Nehemías 8.2–3).
Por cierto, Cristo revela su propia identidad como el verdadero Mesías primero a una mujer samaritana
No se les exigía cubrirse con un velo o permanecer silenciosas en los espacios públicos como ocurre incluso hoy en algunas culturas de Oriente Medio (Génesis 12.14; 24.16; 1 Samuel 1.12). Las madres (no solo los padres) compartían la responsabilidad de la enseñanza y autoridad sobre los hijos (Proverbios 1.8; 6.20). Las mujeres en Israel incluso podían ser propietarias de tierras (Números 27.8; Proverbios 31.16).
De hecho, las esposas esperaban administrar muchos de los negocios de sus propias familias (Proverbios 14.1; 1 Timoteo 5.9–10, 14). Todo esto se alza en contraste con otras culturas antiguas, que tradicionalmente degradaron y desplazaron a la mujer que, en las sociedades paganas durante los tiempos bíblicos, eran a menudo tratadas con apenas un poco más de dignidad que los animales.
Algunos de los más conocidos filósofos griegos, —considerados las mentes más brillantes de su era— enseñaban que las mujeres eran criaturas inferiores por naturaleza. Incluso en el Imperio Romano las mujeres eran por lo general vistas como un simple bien mueble, una posesión personal de sus padres o maridos con apenas mayor consideración que los esclavos de la familia.
El cristianismo, nacido en un mundo donde se cruzan las culturas romana y hebrea, levantó la consideración a la mujer a un nivel sin precedentes. Los discípulos de Jesús incluían a algunas (Lucas 8.1–3), práctica inédita entre los rabinos de su tiempo. No solamente eso, sino que Jesús alentó a sus discípulos a que consideraran esto como más necesario que el servicio doméstico (Lucas 10.38–42). Por cierto, Cristo revela su propia identidad como el verdadero Mesías primero a una mujer samaritana.