El Día de la Expiación, o la Obra de Cristo | Levítico 16 | Bosquejos para Predicar
El día de la Expiación era el gran día de Israel. Todos los vasos y servicios derivaban su valor de él. Era el día más solemne de todo el año para el sumo sacerdote. El día de la humillación de Cristo fue el más solemne en toda la historia de su existencia eterna. En el versículo 30 tenemos la clave de todo el capítulo. Hay:
1 La obra: «expiación por vosotros».
2 El obrero: «el sacerdote».
3 El tiempo: «en este día».
4 El propósito: «seréis limpios de todos vuestros pecados delante de Jehová».
Este gran día era:
I. Día de necesaria humillación. Las vestiduras de gloria y hermosura tenían que ser puestas a un lado, revistiéndose el sumo sacerdote de la lisa y llana «túnica santa de lino» (v. 4).
No podía representar al pueblo delante de Dios hasta haber hecho la expiación. Cristo se despojó a Sí mismo (véase Fil. 2:7, 8). Aunque en forma de siervo, su carácter de como «lino santo» (He. 7:26).
II. Día de sacrificio especial (vv. 5-11). El sacerdote tenía que ofrecer primero un sacrificio por sí mismo. Tenía que asegurar su propia posición delante de Dios. Cristo, siendo el Hijo, no necesitó esto (He. 7:27).
Los dos machos cabríos constituían una sola ofrenda, representando los dos aspectos de la muerte de Cristo. El primero ascendía (v. 9, lit. heb.) y el otro se alejaba (v. 12; Jn. 1:29): expiación y sustitución.
III. Día de solemne imputación. «Pondrá Aarón sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel» (vv. 21, 22).
El macho cabrío era hecho maldición por ellos (Gá. 3:13), era conducido a una tierra deshabitada (Mr. 15:34), llevando en su cuerpo las iniquidades de ellos (1 P. 2:24; Is. 53).
IV. Día de allegamiento a Dios (vv. 12-15). En aquel día se corría el velo. La muerte de Cristo eliminó la última barrera (Lc. 23:45). El camino al lugar santísimo queda ahora manifiesto (He. 9:8).
La sangre era rociada sobre y encima del propiciatorio, tipificando: (1) una aceptación completa; (2) una posición segura (Ef. 1:6, 7).
V. Día de verdadera aflicción. «Y esto tendréis por estatuto perpetuo:
… afligiréis vuestras almas» (v. 29). El PECADO no es una nadería, como tampoco lo es la EXPIACIÓN.
Los corazones frívolos siempre lo tratarán a la ligera. La terrible expiación tiene que ser aceptada con corazones convictos y quebrantados (Jn. 16:8; Hch. 2:37).
VI. Día de reposo perfecto. «Ninguna obra haréis» (v. 29; véase 23:30).
En el día de la expiación era el sacerdote el que hacía todo el trabajo.
Jesús lo hizo todo (Jn. 19:30). El hombre soberbio querría hacer algo para ayudarse ante Dios, pero este algo sólo puede producir muerte (Ef. 2:8).
VII. Día de experiencia bienaventurada. «Limpios de todos vuestros pecados delante de Jehová» (v. 30). Nuestra parte es aceptar por fe lo que Él ha hecho; esto comporta salvación (Hch. 13:39).
Y creer lo que Él ha dicho, esto trae certidumbre (1 Jn. 5:13). Si la muerte de Cristo no nos ha limpiado delante del Señor, de nada nos ha servido (Jn. 13:8).