Los personajes de la Biblia, como los manuscritos viejos, necesitan estudio atento y paciente si se ha de entender la profunda y preciosa enseñanza de sus vidas. Cada santo del Antiguo y del Nuevo Testamento es la personificación de algún rasgo especial de carácter que será un ejemplo o modelo para nosotros (1 Ti. 1:16).
I. Su nacimiento. Nació «hermoso». «Fue agradable» (Hch. 7:20). María y Aarón, su hermana y hermano, eran indudablemente muy atractivos a ojos de sus padres; pero Moisés, el hombre sacado para Dios, era el de mejor parecer.
Todos los que son agradables a Dios son personas sacadas: fuera del escondite de oscuridad y de temor, fuera del río de muerte y condenación. Fue escondido por fe y salvado por Dios (He. 11:23).
II. Su crianza. «Dijo la hija de Faraón: Lleva a este niño y críamelo.» En la providencia de Dios su madre fue elegida como su nodriza. Los hermosos hijos de Dios son siempre bien cuidados. «Todas las cosas les ayudan a bien» (Ro. 8:28).
Más tarde es llevado al palacio; es enseñado en toda la sabiduría de los egipcios, y es probable que se haya dedicado a actividades militares.
Moisés es como el barro en las manos del alfarero, una vasija sobre la rueda de la infalible providencia de Dios siendo preparada y hecha idónea para uso del Maestro. Que estemos dispuestos a tomar cualquier forma o hechura que su amor y sabiduría quieran imprimimos. Sea hecha tu voluntad en la tierra de este pobre vaso.
III. Su simpatía. «Crecido ya Moisés, salió a sus hermanos, y los vio en sus duras tareas.» ¡Qué doloroso espectáculo se presentó ante sus ojos! Estaban cavando, amasando, moldeando, llevando, construyendo, mientras suspiraban, gemían y lloraban. Un hombre no será de mucha utilidad mientras rehuse salir y mirar los sufrimientos de aquellos que están cargados de pecado.
Nehemías inspeccionó los muros antes de comenzar el trabajo. Si el poder del evangelio ha de ser apreciado, la enormidad del pecado y la impotencia del pecador tienen que ser vistas.
IV. Su elección. «Rehusó llamarse hijo de la hija de faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios» (He. 11:24-26). Habiendo visto su propia relación, y las miserias de sus hermanos, tomó su audaz y resuelto paso para Dios y su pueblo. Podrá haberle costado muchas noches sin dormir.
Había mucho que abandonar, pero la fe ganó la victoria. Nuestra simpatía con los oprimidos y los que perecen no es muy profunda si no nos ha llevado a una consagración definitiva de nosotros mismos a Dios y su obra.