El Ojo Sencillo y la Plenitud de Luz Bosquejos Cristianos de Lucas 11:33
Lucas 11:33-36
«La tierra repleta está de cielo,
Y cada zarza común encendida con Dios;
Pero sólo quien ve el calzado se desliga,
Y los demás a recoger negras moras se dedican,
Y sus rostros naturales inconscientes van manchando
¡Cubriendo más y más su primera semejanza!»
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«Suave ciertamente es la luz, y agradable a los ojos ver el sol». Así es también con la luz de la verdad que despide el Sol de Justicia. Es a su luz que vemos la luz con claridad. Bienaventurados son los ojos que ven. Nuestro Señor Jesucristo, que está aquí enseñándonos la bienaventuranza del ojo sencillo, tenía en Sí mismo, en un grado preeminente, el ojo sencillo, y así todo su cuerpo estaba lleno de luz.
Su luz no fue puesta en un «rincón» ni «debajo de un almud» (v. 33), sino que fue puesta encima del candelero de la Cruz, para que toda la casa de este mundo pudiera verla. «El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo» (Jn. 1:9). Vosotros sois la luz del mundo; así brille vuestra luz. Al examinar esta porción, quisiéramos señalar:
I. El instrumento. «La lámpara del cuerpo es el ojo» (v. 34). El ojo es:
1. PASIVO. Ni crea ni puede crear la luz, ni puede formar ni transformar objeto alguno. Se trata simplemente de un receptor y de un reflector de objetos externos a la consciencia interior del hombre, un canal por medio del que las cosas visibles son reveladas al espíritu invisible.
2. MUY SENSIBLE. Una cosa muy pequeña ya dificulta la visión del ojo. Es fácilmente irritado. Lo mismo sucede con una conciencia tierna. Son verdaderamente bienaventurados los que son tan cuidadosos con su conciencia como lo son con la niña de su ojo (Hch. 24:16). ¡Ah, si nuestros espíritus fueran igual de sensibles a las cosas del Espíritu de Dios!
II. El medio. «LA LUZ.» La luz fue hecha para el ojo, y el ojo para la luz. Las sucesivas ondas de luz que baten con infinita ternura sobre el ojo demuestran la divina adaptación del uno al otro. Pero la luz no es más apropiada para el ojo que Cristo para el alma del hombre. Hay un profundo significado en las palabras de Goethe: «Si tu ojo no estuviera soleado, ¿cómo podría llegar a ver el sol?».
Igualmente cuando el alma no es según Dios, ¿cómo puede gozar de Dios? Nadie sería lo suficientemente necio como para decir: «Tengo un ojo propio, no necesito para nada de la luz». El ojo es totalmente inútil e impotente para discernir las cosas de Dios aparte de la revelación del Espíritu de Dios (1 Co. 2:14). Ahora brilla la luz verdadera. ¡Ah, si se abrieran los ojos de nuestro entendimiento! (Lc. 24:31, 32).
III. El modo. Cristo es la Luz del Mundo, pero hay dos maneras de contemplar esta luz o de tratar con ella. Y son representadas como «el ojo sencillo» y «el ojo maligno», el puro y el impuro, el honrado y el engañoso, el nuevo y el viejo corazón.
1. EL OJO SENCILLO y sus efectos. El ojo sencillo es aquel que ha sido ungido con el colirio celestial (Ap. 3:18). El espíritu lavado en sangre que mira a través de este ojo ha sido reconciliado con Dios, y trata de conocer la verdad que es en Jesús.
No hay ahora motivos mezclados en la vida, ni adulteración del reino de Dios con el interés propio. Todas las fuerzas del alma están ahora concentradas en «una cosa hago: olvidando lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo hacia la meta». Un ojo así llena todo el cuerpo de luz, porque el Espíritu de Dios toma las cosas que son de Cristo, y las revela a quienes tienen el ojo puro para la gloria de su Nombre.
Si nuestros motivos son simples, a una con Cristo, entonces no caminaremos en tinieblas, sino que tendremos la luz de su vida dentro de nosotros. Ser llenos con el Espíritu Santo de Verdad es ser lleno de luz. El espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de Él: «Alumbrando los ojos de vuestro entendimiento» (Ef. 1:17, 18).
2. EL OJO MALIGNO y sus efectos. El ojo malo es el vidrio coloreado de un corazón impuro. El ojo del prejuicio solamente puede ver objetos de un modo distorsionado. El corazón irregenerado del hombre no puede apreciar más la luz de la revelación que el buho de la noche puede apreciar la luz del sol. El «ojo maligno» es como el ojo del halcón, siempre mirando hacia abajo cuando vuela hacia arriba.
Acordaos de la mujer de Lot. «Cuando tu ojo es maligno, también tu cuerpo está en tinieblas». Las tinieblas adentro son una evidencia de un corazón malo e incrédulo. Miramos a Cristo con un ojo malo si lo miramos solo para que el yo sea honrado y gratificado. Como lo expresó Keble:
«Lejos vemos en la tierra santa
Si bien purificada nuestra visión mental está».
IV. El mensaje. «Mira, pues, no suceda que la luz que en ti hay, sea tinieblas» (v. 35). Si la luz que está en nosotros no es una revelación de Dios, es tan solo la vacilante «chispa de nuestra propia hechura», una luz que de cierto nos engañará. La luz que estaba en la Iglesia de Laodicea era tinieblas, porque aunque decían que no tenían necesidad de nada, sin embargo Cristo, la Luz, estaba fuera (Ap. 3:17-20).
No hay tinieblas tan grandes como las tinieblas que se toman por luz (Mt. 6:23; Pr. 16:25). ¡Ay de los que ponen tinieblas por luz! (Is. 5:20). «Cuando el piloto está ahogado, apagada la luz, y el capitán llevado preso, ¿qué esperanza le queda a la tripulación?». Mientras tenéis luz, creed en la Luz (Jn. 1:9).