El Pueblo Bendito. Bosquejos Biblicos para Predicar Deuteronomio 33
Señor, no siempre quisiéramos traerte, Quejas y gemidos, sollozos y suspiros; Quisiéramos gozosos cantar delante de Ti Sobre nuestros éxtasis surgidos de tu Cruz.
Contar las muchas bendiciones que gozamos es una cosa excelente para barrer las nubes de las amortecedoras ansiedades.
Este capítulo comienza con Ésta es la bendición con la cual bendijo Moisés, varón de Dios, a los hijos de Israel». Pero, ¿cuál es la bendición con la que Jesús el Hijo de Dios bendice a los hijos de la fe? La bendición entonces dividida entre las tribus puede ser heredada ahora, en un sentido espiritual, por cada creyente individual en Cristo.
Desde luego tenemos aquí lo suficiente para hacer que tu «copa rebose». Todos sus santos son amados por Él, y ellos están en su mano, y se sientan a sus pies, y reciben sus palabras (v. 23).
Amados, protegidos, descansados y enseñados. Contemplando estas bendiciones como pautas de cosas espirituales, como figuras de las verdaderas, quisiéramos señalar que los miembros del pueblo de Dios son bendecidos porque son:
I. Un pueblo viviente. Viva Rubén, y no muera (v. 6). Lo que Abraham oró por Ismael es cierto de toda alma nacida del cielo: «viven delante de Dios».
Han sido vivificados por el Espíritu, y «resucitados de entre los muertos», y «vivificados para Dios». Porque Yo vivo, y vosotros también viviréis.
II. Un pueblo que ora. Oye, oh Jehová, la voz de Judá, y Tú seas su ayuda» (v. 7). Así leemos que Judá prevaleció sobre sus hermanos (1 Cr. 5:2). Siempre prevalecen los que tienen a Dios como su ayuda. ¿Acaso no ha dicho Él, «invócame, y Yo te libraré?
III. Un pueblo iluminado. «Tu Tumim y tu Urim sean para el hombre de tu agrado [Leví], ellos enseñarán», etc. (vv. 8-10). Entonces fue con Leví como con los santos de Dios ahora. Ellos enseñan la diferencia entre lo santo y lo profano (Ez. 44:33). Los que poseen las luces y las perfecciones (Urim y Tumim) que vienen por medio del don del Espíritu Santo serán testigos de Él (Hch. 1:8). Aquí puede que tengamos en tipo lo que se enseña en 1 Juan 2:17.
IV. Un pueblo protegido. «El amado de Jehová habitará confiado cerca de Él; lo cubrirá siempre, y entre sus hombros morará» (v. 12). Los amados del Señor están: 1) Cerca de Él para la comunión. 2) Cubierto por Él en seguridad. 3) Sobre Él para reposar. Él nos ha amado con amor eterno. Amados por causa del Salvador (Mt. 3:17).
V. Un pueblo fructífero. La bendición de José está llena de preciosas cosas del Cielo: el rocío, el sol, la luna, pero la bendición coronadora de todas es la gracia del que habitó en la zarza. No es para asombrarse que José fuera una rama fructífera, y que sus ramas se desparramaran por encima del muro. Si tenemos la gracia de Aquel que moró en Cristo, entonces también serán nuestras las cosas sin precio del Cielo (1 Co. 3:22, 23).
VI. Un pueblo sacrificador. Allí sacrificarán sacrificios de justicia (v. 19). La ofrenda a Dios de sacrificios rectos es la crucifixión de la carne con sus concupiscencias. El corazón irregenerado es incapaz de tales ofrendas.
El primer sacrificio de justicia que somos llamados a ofrecer es el de nosotros mismos (Ro. 12:1). Que el siguiente sea la acción de gracias (Sal. 116:17). El motivo constreñidor es el amor de Cristo (2 Co. 5:14, 15). Al entregarnos a nosotros mismos a Dios entregamos nuestros miembros como instrumentos de justicia para Él (Ro. 6:13).
VII. Un pueblo valeroso. «Dan es cachorro de león» (v. 22). El cachorro de león tiene en sí la naturaleza de león, y crecerá hasta llegar a la imagen del león. Nosotros hemos sido creados según la imagen de Aquel que recibe el nombre de León de la tribu de Judá. Vayamos con la audacia de su poder.
VIII. Un pueblo satisfecho. «Neftalí, saciado de favores, y lleno de la bendición de Jehová» (v. 23). ¡Qué herencia! Quedar llenos con la bendición del Señor es ciertamente quedar saciados de FAVORES.
Este favor, que es la gracia de Dios, es abundantemente capaz de hacerlo (Fil. 4:19). Nunca quedaremos saciados hasta estar llenos de su bendición. Esta gracia que llena y da satisfacción y que lleva a abundar en toda buena obra queda dentro del alcance de todos (véase 2 Co. 9:8).
IX. Un pueblo dichoso. «Bienaventurado tú, Israel» (v. 29). Pueblo feliz debía ser aquel al que Dios salió para redimir para que fueran un pueblo para Sí, y para ponerle nombre, y para hacer grandezas en su favor, y maravillas (2 S. 7:23). Buscados, redimidos, separados, usados. Feliz el pueblo que está en tal caso, sí, feliz es el pueblo cuyo Dios es Jehová (Sal. 144:15).