FIDELIDAD E INSENSATEZ
Jeremías 26:1-16
Dryden ha dicho: «Tomar la mitad en fe, y la mitad a prueba, no merece el nombre de fe sino de estúpido fanatismo». No había «estúpido fanatismo» en la mente de Jeremías; su actitud para con Dios y para con el pueblo era de valerosa integridad.
I. La comisión. «Ponte en el atrio de la casa de Jehová, y habla… todas las palabras que yo te mando hablarles; no retengas palabra» (v. 2). En la casa del Señor no debe hacerse retención de la Palabra del Señor.
Los que tratan de modificar el sentido de la Palabra del Señor para que no se ofendan los príncipes del pueblo están en peligro de caer en la maldición pronunciada en Apocalipsis 22:19. Lo que necesitan los «adoradores» en nuestras ciudades, así como en las «ciudades de Judá», es una fiel declaración de toda la verdad según es en Jesucristo, para que puedan volverse «cada uno de su mal camino» (v. 3).
II. El mensaje. «Les dirás, pues: así ha dicho Jehová: Si no me oís para andar en mi ley, la cual puse ante vosotros…, yo pondré esta casa… y esta ciudad la pondré por maldición» (vv. 4-6). Cuando llegue la maldición de Dios sobre su casa debido a la incredulidad y la desobediencia, entonces sobrevendrá la maldición sobre la ciudad, y «a todas las naciones de la tierra». Una Iglesia apóstata es una maldición social y nacional. ¿Cómo puede la casa del Señor mantener su dignidad y poder como testigo para Él si la luz de la verdad divina se ha oscurecido?
III. La oposición (vv. 8-11). «Los sacerdotes, y los profetas y todo el pueblo le echaron mano [a Jeremías], diciendo: De cierto morirás. ¿Por qué has profetizado en nombre de Jehová, diciendo: Esta casa… y esta ciudad será asolada?», etc. La misma acusación fue hecha contra el Señor Jesucristo (Mt. 21:23). La palabra de Dios, por boca del profeta, cortaba de raíz la soberbia de ellos, la «casa» y la «ciudad», ambas deshonradas y degradadas por sus pecados.
¿Qué es la casa del Señor o la ciudad del Señor para Él, cuando su pueblo se ha apartado de corazón de Él? Matar el profeta de Dios no servirá para matar el propósito de Dios. Cada predicador de justicia vendrá a ser de cierto un «hombre pestilencial» para los profesantes hipócritas.
IV. El llamamiento al arrepentimiento. «Y habló Jeremías a todos los príncipes y a todo el pueblo, diciendo: Jehová me envió a profetizar contra esta casa y contra esta ciudad… Enmendad, pues, ahora vuestros caminos y vuestras obras, y atended a la voz de Jehová vuestro Dios» (vv. 12, 13).
El mensajero no puede retener nada; la responsabilidad de salvar la «casa y la ciudad» reside en su arrepentimiento y obediencia (Oseas 14:2-4). Si las iglesias y ciudades han de ser liberadas de la desolación y opresión, que se dé atención «a la voz de Jehová».
V. El testimonio personal. «En lo que a mí toca, he aquí, estoy en vuestras manos… Mas sabed de cierto que… en verdad Jehová me ha enviado a vosotros para que dijese todas estas palabras» (vv. 14, 15).
Este mismo lenguaje se encuentra en Josué 9:25; 2 Samuel 15:26. Cada verdadero siervo del Señor está más interesado en entregar fielmente su mensaje que en librarse de las manos de los enemigos de Dios. Cuando un hombre sabe que tiene en él y con él la inerrante Palabra de Dios, su alma queda anclada.
VI. La voz de la razón. «Y dijeron los príncipes… No ha incurrido este hombre en pena de muerte, porque en nombre de Jehová nuestro Dios nos ha hablado» (v. 16). Los príncipes y el pueblo eran más sensibles a la razón que los sacerdotes y los profetas. La soberbia religiosa y el fanatismo son frecuentemente los más acerbos enemigos de la verdad de Dios. El común del pueblo oía complacido a Cristo.
El burdo paganismo no es un obstáculo tan grande en el camino del Evangelio como un paganismo cristianizado. «Mis ovejas oyen mi voz, y me siguen.»