Es interesante ver cómo la imagen de Dios se relaciona con cuatro importantes hombres en las Escrituras. Observemos:
I. La imagen de Dios creada en el Primer Hombre. «Fue hecho el primer Adán alma viviente» (1 Co. 15:45). «Creó Dios al hombre a su imagen» (Gn. 1:27). Él no reposó satisfecho hasta que se manifestó su propia semejanza. Éste era el gran objeto de la creación, reproducir la imagen de Aquel que había creado. El primer hombre llevaba la semejanza de Dios
1. EN SER UN ESPÍRITU. Su vida era algo aparte de la creación meramente animal. Dios había creado a los animales, pero no sopló en ellos el aliento de su propia vida, como hizo con el hombre. Sólo Adán podía conocer a Dios.
2. EN SER INMORTAL. La vida más profunda y real de Adán era independiente de lo externo y material. Al recibir el aliento de Dios vino a ser participante de lo divino.
3. EN SER INOCENTE. Aún no había caído en nada que fuera contrario o desagradable a Dios.
4. EN TENER SATISFACCIÓN. Entre el Santo Creador y su nueva semejanza creada había una perfecta armonía y mutuo contentamiento. Dios se veía a Sí mismo en el hombre, y el hombre se veía a sí mismo en Dios. Había un total contentamiento en la imagen de uno en el otro.
5. EN LA POSESIÓN DE AUTORIDAD. Adán era la corona de la creación, exaltado por encima de todo, rigiendo en el poder y la autoridad del Todopoderoso Hacedor de todas las cosas.
II. La imagen de Dios destruida en el viejo hombre. En Efesios 4:22 se nos dice: «Que... os despojéis del viejo hombre, que está viciado».
Comparar el primer nuevo hombre Adán con este viejo hombre. ¡Qué cambio! ¿Dónde están la inocencia, la felicidad, y la armonía? El pecado lo ha envenenado y polucionado todo. Nada queda sino un espíritu inmortal enfrentado contra Dios. Este viejo hombre está tan absolutamente desmoronado que no hay esperanza para Él. Tenemos que despojarnos del viejo hombre con sus prácticas (Col. 3:9). ¿Dónde hemos de ponerlo? El único sitio adecuado para Él es la cruz. «Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él» (Ro. 6:6). La ausencia de la imagen de Dios significa corrupción y muerte.
III. La imagen de Dios manifestada en el segundo hombre. «El segundo hombre, que es el Señor, es del cielo» (1 Co. 15:47). Como si todos los que están entre medio fueran indignos del Nombre. En Jesucristo, la imagen de Dios vuelve a aparecer en perfecta belleza. Él es el resplandor de la gloria del Padre, y la imagen expresa de su Persona (He. 1:3). Él es la imagen del Dios invisible (Col. 1:15). El hombre perdió la santa semejanza; sólo Dios podía restaurarla. Cuando vemos a Jesús y vemos al Padre, y vemos lo que el hombre hubiera debido y debiera ser, caminando en santidad y en una comunión humilde, gozosa e ininterrumpida con Dios. Cristo vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. Por medio de su muerte, resurrección y el don del Espíritu Santo, Él renueva, restaura y regocija.
IV. La imagen de Dios restaurada en el nuevo hombre. «Y revestido del nuevo [hombre], el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno» (Col. 3:10). Nos vestimos del Señor Jesucristo (Ro. 13:14), y somos creados en Cristo Jesús (Ef. 2:10). «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es» (2 Co. 5:17).
Obsérvese que esta obra de restauración solamente puede ser llevada a cabo por el Dios cuya imagen tiene que ser formada, y que se trata de creación y no una mera reforma. Los que intentan establecer su propia justicia nunca se establecerán en la semejanza de Dios. No se trata de la cantidad de actos o acciones, sino de una renovación del espíritu de la mente por medio del poder regenerador del Espíritu Santo: «Os es necesario nacer de nuevo» (Jn. 3:7). Que tu oración sea: «Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí» (Sal. 51:10).

