LA MUERTE DE MOISÉS. Bosquejos Biblicos para Predicar Deuteronomio 34
«Un cambio de mal a gozo, de tierra a cielo, La muerte me da; calmado me conduce allí Donde con almas que de la mía mucho ha se separaron Podemos otra vez reunirnos; la muerte oraciones contesta.
¡Día brillante, sigue esplendente! Alégrate: días mejores que ante los mortales ante mis ojos se extienden» Cuando Moisés se detuvo en la cumbre del Pisgá no fue como «tembloroso candidato a la compasión de Dios», sino como siervo que había encontrado gran favor con Él, como uno cuya obra había terminado antes que se agotaran su fuerza y vigor.
Como la ley que representaba, fue echado a un lado antes de que se desvaneciera su fuerza natural. Hay algunas cosas acerca de esta singular partida de Moisés que sugiere características que pertenecen a la muerte de cada santo. Fue:
I. Una subida. «Subió Moisés… a la cumbre del Pisgá» (v. 1). Subió para morir. ¡Qué pensamiento! Subiendo en espíritu a la puerta del cielo para que pudiéramos partir y estar con Cristo. «Como Enoc, no fue hallado, porque Dios se lo llevó.» Al morir, el cuerpo parte para la tierra, pero el espíritu para Dios, quien lo hizo y lo salvó. Los que viven en la cumbre de la comunión con el Padre no tienen que temer la partida cuando llega la llamada al hogar.
II. En soledad. Moisés estuvo a solas con Dios en el monte (v. 6). Por lo que respecta a las amistades de la tierra, cada persona está sola cuando se encuentra con Dios. Ninguna mano humana puede guiarnos a través de este Jordán. Pero el siervo de Dios al morir no siente la pérdida del pariente según la carne; está tan lleno de la gloria de su presencia que se olvida de las cosas que quedan atrás. Solos, pero sin sentimiento alguno de soledad. En el hogar con Dios.
III. Lleno de una visión saciadora. «Le mostró Jehová toda la tierra» (v. 1). Esta visión de la tierra prometida la había tenido ante sí durante muchos años, pero ahora el Señor permitió que la viera (v. 4). Si no entró en ella, sí que en espíritu entró en el reposo que viene al confiar en un Dios fiel. Moisés no está solo en su aparente fracaso aquí. ¿No hay acaso muchos privilegios espirituales en los que hemos dejado de entrar debido a nuestra incredulidad? Pero bendito sea el Dios de toda gracia, la visión de su misericordia y fidelidad en Cristo saciará el alma mientras esté dando sus últimas boqueadas en la tierra. «Quedaré saciado cuando despierte a tu semejanza».
IV. En la presencia del Señor. «Y le dijo Jehová», etc. (10:4). Morir en su presencia es morir para entrar en su presencia, y estar para siempre con el Señor. «Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor de aquí en adelante. Sí, dice el Espíritu» (Ap. 14:13). «No es muerte morir cuando Él está cerca.» No, sino que es solo entrar en una más plena posesión de la vida de Dios. «Aunque pase por valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estarás conmigo» (Sal. 23:4).
V. Según su Palabra. «Y murió allí Moisés, siervo de Jehová, conforme al dicho de Jehová» (v. 5). Sigue siendo así con los santos de Dios. Su Palabra dice: «El que cree en Mí nunca morirá». «Hágase conmigo según tu palabra». «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? … Pero gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo». En su victoria queda la muerte sorbida (1 Co. 15:54-57).
VI. Mientras sus facultades estaban incólumes. Hasta el mismo momento de la muerte, «Sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor» (v. 7). No tenemos ninguna razón para esperar que físicamente esto se cumpla en nosotros cuando llegue el momento de nuestra partida
(Sal. 90:10). Pero el nuevo hombre creado según Cristo Jesús no quedará con los ojos oscurecidos, ni se perderá su vigor.
«Los jóvenes se fatigan y se cansan, los valientes flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová tendrán nuevo vigor; levantarán el vuelo como las águilas» (Is. 40:30, 31). Los que mueren en el Señor mueren en su fuerza. En Él el ojo de nuestra esperanza nunca tiene por que oscurecerse, ni perder nunca el vigor la fuerza natural de nuestra fe.
VII. Seguido de un funeral singular. «Y lo enterró en el valle, y ninguno conoce el lugar de su sepultura hasta hoy» (v. 6). No es una verdadera pérdida, porque aunque nadie sepa dónde está sepultado un siervo de Dios, Él sí lo sabe. Él supervisa el funeral de cada uno de sus siervos. En la resurrección no quedará atrás un solo miembro. El diablo contendió con Miguel acerca del cuerpo de Moisés (Jud. 9).
¿Acaso quería reclamarlo porque Moisés había dado muerte a un egipcio, o porque no había santificado al Señor en el desierto de Sin? (Nm.20:10-13)? El cuerpo es del Señor, así como el espíritu (1 Co. 6:19). ¿No está el Señor contendiendo incluso ahora por nuestros cuerpos? (Ro.12:1) ¿Y no sigue el diablo disputando esto?