Lázaro. Bosquejos Bíblicos para Predicar Juan 11
La forma hebrea del nombre Lázaro es Eliezer, que significa Dios es mi Ayudador. Desde luego, es un nombre idóneo para quien fue ayudado tan poderosamente por Dios. La historia de Lázaro es, en sentido espiritual, la de todos los que hemos pasado de muerte a vida.
Observemos las varias etapas en su destacable experiencia. Hubo: I. Enfermedad. «Estaba enfermo uno» (v. 1). «El que amas está enfermo » (v. 3). Amado por el Señor, pero azotado por una enfermedad. Por una u otra causa, la dolencia del alma es casi invariablemente el preludio de una bendición espiritual ensanchada y más profunda.
Cuando Jesús oyó de esta enfermedad, dijo: «Esta enfermedad es para la gloria de Dios» (v. 4). Sí, bendito sea su Nombre, por esta enfermedad que nos trae al lugar de la muerte, para que el Hijo del Hombre sea glorificado efectuando una maravillosa obra en y por nosotros. El Espíritu Santo tiene que convencer de pecado antes de vivificar a novedad de vida.
II. Muerte. «Jesús les dijo abiertamente: Lázaro ha muerto» (v. 14). Esta enfermedad no fue para muerte eterna, sino para una muerte que de una manera muy singular hizo de Lázaro un apropiado sujeto del poder de resurrección del Hijo de Dios. La verdadera dolencia del pecado es sólo para la muerte del amor al yo y a la voluntariosidad, para que el poder de Cristo sea manifestado.
El pecado, cuando es consumado, produce muerte. Cuando el Espíritu convence de pecado, de justicia y de juicio, es el pronunciamiento de una sentencia de muerte sobre el pecador. Toda esperanza de salvación procedente de otro origen tuvo que ser abandonada. El pecado revivió, y yo morí (Ro. 7:9).
III. Vida. Y el que había muerto salió (v. 44). El poder vivificador de Jesucristo sólo podía manifestarse en el caso de un muerto. Si Lázaro sólo hubiera estado en un desmayo, o en un sueño, no se habría manifestado la gloria de Dios en su despertamiento. Cristo Jesús vino a este mundo a salvar a los pecadores.
Ninguna gloria le daría dar vida o salvación a los que no lo necesitaran. Antes que el apóstol Pablo pudiera decir: «Ahora vivo», tuvo que decir: «Estoy crucificado». La vida de resurrección solo puede venir cuando ha habido muerte. Tenemos que morir al yo si queremos vivir para Dios.
Para ser partícipes con Cristo de su poder de resurrección, nos es preciso ir a la Cruz y al sepulcro con Él. Si rehusamos morir, rehusamos entrar en la vida nueva y portadora de fruto. «Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo» (Jn. 12:24).
IV. Libertad. «Jesús les dijo: Desatadle, y dejadle ir» (v. 44). Poco le conviene a uno que haya resucitado de los muertos por el poder de Dios, quedar esclavizado a ningún hombre, o a las costumbres y hábitos de los hombres, especialmente a aquellas costumbres o hábitos que pertenecen a los muertos.
Como en la naturaleza, así en la gracia; allí donde haya plenitud de vida habrá el reventamiento de las viejas formas y hábitos de una vida muerta. Todo lo que podemos hacer por nuestros muertos es envolverlos y enterrarlos, pero, ¡cuán diferente cuando, con gran voz, el Hijo de Dios les habla! El hombre que ha sido liberado de la muerte y del sepulcro no debe quedar atado por ningún tipo de ropajes funerarios. Aquellos a los que el Hijo de Dios libera quedan verdaderamente libres.
Los parientes de los que son salvos por Cristo pueden hacer mucho para atar o desatar sus vidas para su servicio. El mandamiento del Señor a los amigos de Lázaro fue: «Desatadle, y dejadle ir» (Jn. 11:44). ¡Qué crimen hubiera sido delante de Él si hubieran rehusado obedecer! Ved que no rehuséis.
V. Comunión. «Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con Él» (cap. 12:2). ¡Qué bienaventurado privilegio, tener parte con Aquel que nos ha dado a conocer en nuestra propia experiencia que Él es la Resurrección y la Vida. Para aquellos que han pasado de muerte a vida, no hay comunión que pueda comparársele. Así como semejante es atraído a semejante, así un espíritu resucitado debe ser atraído por Aquel que es la Resurrección.
Cada vez que nos sentemos en oración a estudiar su Palabra, nos sentamos a la mesa con Él, escuchando su voz, y recibiendo alimento para nuestras almas. ¿Eres tú uno de aquellos que se sientan a esta mesa con Él?
VI. Testimonio. «A causa de él, muchos de los judíos se apartaban y creían en Jesús» (12:11). El poder de su testimonio residía no tanto en lo que podía decir como en lo que era. El hecho de haber sido levantado de la muerte y de la corrupción por la palabra de Jesucristo era en sí mismo una prueba de lo más convincente de que Jesucristo era Dios y Mesías.
Cuanto mayor sea la obra de gracia obrada en nosotros por la poderosa fuerza de Dios, tanto mayor será la fuerza de nuestro testimonio para Él. La influencia de la vida resucitada de Cristo en nosotros debiera ser lo que condujera a otros a creer en Jesús.
VII. Sufrimiento. Debido al poder convertidor de esta nueva vida manifestada en él, «los principales sacerdotes acordaron dar muerte también a Lázaro» (12:10). Su vieja vida no le atrajo persecución, pero ahora posee la bienaventuranza de aquellos que sufren vituperio por el nombre de Cristo (1 P. 4:14).
Está más allá del poder del enemigo matar o destruir la vida de resurrección. Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello.