Lo que es Cristo para su Pueblo. Bosquejos Bíblicos para Predicar Deuteronomio 32
Se mencionan dos rocas en este capítulo. Una representa a los dioses de los paganos, o los falsos fundamentos sobre los que los hombres cegados por el pecado erigen sus falsas esperanzas (v. 37). La otra habla de Cristo como nuestro poderoso e inmutable Salvador. Así que «la roca de ellos no es como nuestra Roca» (v. 31). Nuestra Roca es Roca de salvación (v. 15). Cristo, nuestra Roca, se representa aquí como:
I. El dador de la vida. «La Roca que te creó» (v. 18). Con otras religiones se trata solo de convertirse a un sistema» (v. 18). En el cristianismo se trata de nacer de Dios (1 Jn. 5:1). Nada menos que esto será suficiente (Jn. 3:3). ÉL es quien debe vivificar (Ef. 2:1).
II. El Salvador de los hombres. «La Roca de su salvación» (v. 15). El Nombre de Cristo, sus obras, muerte, resurrección, todo ello le proclaman Salvador, y ello con exclusión de todo y todos los demás (Hch. 4:12). Aquellos que edifican sin esta Roca quedarán confundidos (Lc. 6:48, 49). Su roca es solo las arenas movedizas de sus imaginaciones.
III. La fuente de suministro. «Le dio a gustar miel de la peña, y aceite del duro pedernal» (v. 13). La miel y el aceite puede hablar de dulzura y refrigerio, de fortaleza y unción, o de la gracia de Cristo y del poder del Espíritu Santo. Véase en Gálatas 3:13, 14; 4:4-6 la relación entre la muerte de Cristo y el don del Espíritu.
IV. El obrero perfecto. «Él es la Roca, cuya obra es perfecta» (v. 4). Lo que Él comienza, lo lleva a su buen fin (Fil. 1:6). La sabiduría del creyente, y su justicia, santificación y redención comenzadas en Cristo quedan perfeccionadas en Él (Col. 2:10; Ec. 3:4). La obra que Él perfeccionó por nosotros quiere, asimismo, perfeccionarla en nosotros (Fil. 2:13).
V. El Maestro incomparable. «La roca de ellos no es como nuestra Roca» (v. 31). Las rocas de los impíos les fallan en el día de la prueba (v. 30; 1 R. 18:26). Servís al Señor Cristo, señalado entre diez mil. Nunca os olvidará (He. 13:5, 6).
Nuestra Roca es inconmovible, y todas las tormentas de la tierra y del tiempo no pueden moverlas. Una mujer joven cuyo padre era un incrédulo, pero cuya madre era cristiana, yacía moribunda. «Ahora que estoy muriendo», le dijo la muchacha a su padre: «¿Te he de creer a ti, o a mamá?». Él le respondió: «Cree a tu madre». En verdad que la roca de ellos no es como nuestra Roca, «y aun nuestros enemigos son de ello jueces» (v. 31).