Luz en Tinieblas. Bosquejos Bíblicos para Predicar Job 19:25-27
El alma de Job se sentía acerbamente angustiada con las palabras de sus pretendidos consoladores. «Ya me habéis vituperado diez veces», dice él. Cualquiera que tenga la suficiente dureza de corazón puede fácilmente lanzar reproches a otro en el día de su infortunio. «Si vosotros os hacéis el grande contra mí», prosigue él, «sabed ahora que Dios es quien me ha derribado» (vv. 5, 6).
El derribo era obra del Diablo, y fue completo, permitido por Dios, como lo fue la crucifixión de Cristo, pero la obra de «manos inicuas». Es muy interesante observar que fue después de Job hubiera experimentado la debilidad y el engaño de todas las relaciones terrenas, que vino a su desolado espíritu la visión del Pariente-Redentor.
En verdad que tenemos aquí la obra del Espíritu de Dios; es totalmente fiel a la actuación del Espíritu Santo en los tiempos del Nuevo Testamento. Se debe llegar a ver de una manera plena la naturaleza insatisfactoria de todas las amistades terrenales, y la insuficiencia e incapacidad de las mismas, para suplir las necesidades de un alma pecadora y abatida, antes que puedan apreciarse de una manera plena las glorias del Pariente-Redentor.
«Yo sé que mi Redentor vive» (v. 25). ¿Quién sino el Señor Jesucristo pudo hacer una lista tan triste de amistades rotas como la que hace Job en este capítulo? Oigamos lo que dice acerca de ellas: «Hizo alejar de mí a mis hermanos, y mis parientes como extraños se apartaron… Mis vecinos se alejaron, y mis conocidos se olvidaron de mí.
Los servidores de mi casa y mis criadas me tuvieron por extraño… mi siervo… no me responde… mi aliento le repugna a mi mujer … Todos mis amigos íntimos me aborrecen» (vv. 13-19). No le quedaba un solo brazo de carne en el que pudiera apoyarse, cuando le resplandeció esta nueva luz, llevándole a decir: «Yo sé que mi Pariente-Redentor vive», y que en mi carne he de ver a Dios.
Algunos comentaristas nos llaman a la prudencia diciendo que no leamos demasiado en estas palabras; pero estamos obligados a tomarlas como están, y a creer todo lo que dicen. La enseñanza del Espíritu de Dios no se queda limitada a las condiciones y circunstancias de los hombres. El lenguaje de Job aquí está lleno de significado profético, y es rico en consolación espiritual. Nosotros, al menos, podemos fácilmente leer en estas palabras:
I. El hecho de la redención. «Mi Redentor vive.» ¡Qué alivio para el alma oprimida y aturdida, volverse de las fracasadas relaciones terrenales al siempre firme Pariente en las alturas, que vive para siempre para interceder por nosotros. Sí, Job, este Pariente-Redentor te librará aún de todas tus angustias. Él redimirá tu vida de la destrucción, y te coronará de bondad y misericordia.
Él vindica la causa de todos los que en él confían. Aquel que redime y compra el alma mediante su propia sangre vive para la salvación y vindicación de los suyos. El hecho de que Él, el eterno Hijo de Dios, condescendiera a ser nuestro Goel (pariente próximo) es el misterio y la maravilla de la infinita gracia.
II. El gozo de la certidumbre personal. «Yo sé.» Él sabía que todos sus amigos terrenales le habían abandonado, pero sabía también que su Pariente próximo en el cielo, el Viviente, demostraría finalmente ser bueno y fiel. Había algunas cosas que Job no sabía.
No conocía la razón por la que había sido tan repentinamente desnudado de toda comodidad terrenal, y aplastado hasta el polvo con una tan grande carga de dolor, pero sabía y creía que «mi Redentor vive», y que vive para que todas las cosas obren para bien de los que le aman.
Difícilmente podía ahora hablar de mis hermanos, mis parientes, mis vecinos, mi siervo, porque todos ellos le habían abandonado, pero sí podía decir «MI REDENTOR». Cuando fallen el corazón y la carne, Dios será la porción del alma creyente. Seguirá siendo dulce decir, «mi Redentor», cuando todos los goces y amistades de este mundo tengan que ser dejados atrás.
III. La esperanza de su aparición. «Yo sé que… al fin se levantará sobre el polvo». Desconocemos todo lo que esto significara para Job, pero desde luego creía en la aparición personal de su gran Pariente-Redentor sobre la tierra.
Ahora conocemos que esta profecía ha sido cumplida, y que el Redentor ha venido, y que ha quitado el pecado mediante el sacrificio de Sí mismo: la simiente de la mujer ha aplastado la cabeza de la serpiente, y por el derramamiento de su sangre ha proveído un precio de rescate por las almas de los hombres.
La tierra le necesitaba, y se ha identificado a Sí mismo con sus pecados y dolores levantándose sobre ella y muriendo por ella. Para nosotros, estas palabras siguen siendo proféticas, y esperamos la aparición de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, que aún como Rey de reyes se levantará al fin sobre la tierra.
IV. La esperanza de la visión beatífica. «Y después de deshecha esta mi piel, ya sin carne he de ver a Dios» (RVR77, margen). La carne es el velo que oculta la visión de Dios del espíritu del hombre. Incluso la carne del Redentor tuvo que ser desgarrada como velo, antes que pudiera abrirse la entrada para nosotros (He. 10:20).
La manera en que Pablo lo expresa es: «Ausentes del cuerpo, … presentes al Señor» (2 Co. 5:8, RVR). Cuando él se manifieste, nosotros seremos semejantes a él, porque le veremos como él es.
«Los de puro corazón verán a Dios». Si no hubiera un Dios a ver, ¿por qué sería que los más puros corazones tienen este anhelo y esperanza dentro de ellos? Desde luego, no se sigue que porque un hombre sea bueno y recto, está en mayor peligro de verse engañado y extraviado en la más importante de todas las cuestiones: la de la esperanza futura.
V. La confianza de la satisfacción final. «A quien yo tengo que ver por mí mismo, y mis ojos le mirarán; y ya no como a un extraño» (v. 27, V.M.). Los actuales tratos de Dios con Job están para él llenos de misterios y de contradicciones.
Todas las cosas parecen estar contra él, pero cuando aparte de su carne, él vea a Dios, sabe que encontrará que Dios, a todo lo largo del camino, ha estado a su lado, llevando todas las cosas a obrar para su bien. Él no lo verá como a un extraño, sino como su fiel pariente-Redentor. Aquí «ahora vemos mediante espejo, borrosamente; mas entonces veremos cara a cara».
Lo que no conocemos ahora lo conoceremos después. Nuestras presentes circunstancias pueden ser tan incomprensibles para la razón humana como lo eran para Job las suyas; pero con la visión de nuestro Divino Pariente delante de nosotros recibimos la certidumbre de que en su amor él todo lo hace bien. «Al despertar, me saciaré» (Sal. 17:15), en la presencia de su semblante.