Yo y mi Padre. Bosquejos Bíblicos para Predicar Juan 5:17-43
El Evangelio de Juan es el «Lugar Santísimo» en el tabernáculo del Nuevo Testamento. Juan no podía inventar las cosas enseñadas en este libro de la misma manera que podía hacer una escalera que llegara al cielo.
El Evangelio de Juan es «el Evangelio del Padre y del Hijo», o de la relación del Hijo con el Padre. Con la excepción de Mateo 11:27, este gran tema casi nunca es tocado por los otros evangelistas. Estamos aquí en «tierra santa». Alleguémonos, por así decirlo, con pies humildes y descalzos. De la misma boca de Cristo aprendemos que:
I. Era amado por el Padre. «El Padre ama al Hijo, y le muestra todo lo que Él hace» (v. 20). Una de las pruebas de este amor es que «le muestra todo lo que Él hace». El Padre ama al Hijo, y le ha dado todas las cosas en su mano (Jn. 3:35). Es el estilo de nuestro gracioso Dios, manifestar su amor dando (Jn. 3:16).
II. Fue enviado por el Padre. «El Padre que me envió…» (v. 37). Cristo, como el Hijo, «de Dios ha salido, y ha venido», pero no de Sí mismo, con independencia del deseo y propósito del Padre (8:42). «Pero cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo» (Gá. 4:4). ¡Qué consuelo debe haberle sido este pensamiento «en la hora solitaria del dolor»! Así son enviados todos los siervos de Cristo (Jn. 17:18).
III. Vino en Nombre de su Padre. «Yo he venido en nombre de mi Padre» (v. 43). Vino como representante del Padre entre los hombres, y debido a esto, «no le recibieron». Aquellos cuyas vidas se oponen a Dios están siempre dispuestos a recibir a los que vienen en su propio nombre (Hch. 5:36, 37). Venir en el Nombre de su Padre implicaba también que venía en la naturaleza de su Padre (Jn. 14:10).
IV. Busca hacer la voluntad de su Padre. «No puedo hacer nada por Mí mismo; … no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre» (v. 30). Su propia voluntad estaba tan totalmente sometida a la voluntad de su Padre que no podía ni quería hacer nada en base de la suya propia.
Todo su deleite estaba en cumplir la voluntad de Dios, porque su ley estaba dentro de su corazón (Sal. 40:7, 8). Su comida, la fuerza de su vida, era hacer la voluntad de Aquel que le había enviado (Jn. 4:34). Para Él se trataba de «no se haga como Yo quiero, sino como Tú», al precio que fuera (Mt. 26:39).
V. Sigue el ejemplo de su Padre. «Hasta ahora mi Padre trabaja, y Yo también trabajo… No puede el Hijo hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre» (vv. 17-19). El Padre no conoce Sábado alguno al buscar la salvación de los perdidos, y tampoco el Hijo lo conoce (v. 16). Los ojos del Hijo, como siervo, estaban de continuo dirigidos al Padre, como su Dios. El Padre era el ejemplo de Cristo, así como Cristo lo es nuestro.
VI. Posee la prerrogativa del Padre de vida. «Porque como el Padre tiene vida en Sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en Sí mismo» (v. 26). El Padre, que tiene vida en Sí mismo, totalmente independiente de todas las circunstancias, ha dado la misma herencia al Hijo, de modo que Él podía decir: «Como… Yo vivo por medio del Padre, asimismo el que me come, Él también vivirá por medio de Mí» (6:57). Cristo, nuestra vida.
VII. Él vivifica a quien el Padre quiera. «Como el Padre levanta a los muertos (…) así también el Hijo da vida a los que quiere» (v. 21). Cristo es «la resurrección y la vida». Todos los que el Padre le ha dado, Él los vivifica mediante la fe en su Nombre. Ni el Padre ni el Hijo serán frustrados con los resultados finales de la gran redención.
VIII. Él juzga en lugar del Padre. «Ni aun el Padre juzga a nadie, sino que ha dado todo juicio al Hijo» (v. 22). Él le ha dado autoridad para ejecutar juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre (v. 27).
Por cuanto Cristo condescendió a asumir «semejanza de hombre», Dios lo ha designado como Juez de toda la humanidad (Hch. 10:42). Toda rodilla se doblará ante el Nombre de Jesús, bien en gracia, bien en juicio (Fil. 2:10). Todos los asuntos del reino de la gracia le han sido delegados a Aquel que se dio en rescate por todos (1 Ti. 2:6; Hch. 17:30).
IX. Él afirma igualdad con el Padre. «Que todos honren al Hijo como honran al Padre» (v. 23). El que no honra al Hijo, no honra al Padre. El que a Mí me aborrece, a mi Padre aborrece también (Jn. 15:23).
Yo y el Padre uno somos. Todo el que niega al Hijo, el tal no tiene al Padre (1 Jn. 2:23). La vida, el carácter y la obra de Jesucristo estaban tan vitalmente conectados con la vida, el carácter y la obra del Padre que, en la estimación de ambos, eran uno. Besa al Hijo, y hallarás el refugio de tu alma en el seno del Padre.