La Locura de Dios. Devocional cristiano por Ivan Tapia
"15 Dijo también Dios a Abraham: A Sarai tu mujer no la llamarás Sarai, mas Sara será su nombre. / 16 Y la bendeciré, y también te daré de ella hijo; sí, la bendeciré, y vendrá a ser madre de naciones; reyes de pueblos vendrán de ella. / 17 Entonces Abraham se postró sobre su rostro, y se rio, y dijo en su corazón: ¿A hombre de cien años ha de nacer hijo? ¿Y Sara, ya de noventa años, ha de concebir?" (Génesis 17:15-17)
Sara era medio hermana de su esposo? Abram y unos diez años más joven. Antes de concederle el Señor el milagro de tener un hijo a muy avanzada edad, 90 años, Dios le cambió el nombre Sarai por el de Sara.
Sarai puede traducirse como "mujer noble" y Sara significa "princesa". El Señor haría de ella una verdadera princesa de Su Reino, esposa del padre de la fe y madre del hijo de la promesa. Toda mujer de fe es una princesa del Señor, con autoridad espiritual y fértil para multiplicar el amor del Señor en nuevas vidas.
Nótese que Jehová le dijo a Abraham: "Sarai tu mujer no la llamarás Sarai, mas Sara será su nombre." Fue una orden de Dios darle a su esposa un trato de princesa. Es lo que todo esposo cristiano debiera hacer: tratar a su mujer con gentileza, respeto, cuidado, cariño y reconociendo en ella a una hija del Señor.
A veces parecen bizarras, irreales o fantasiosas las Palabras del Señor, porque son muy distintas a la realidad común y concreta que vivimos.
A este hombre le pareció gracioso, más bien ridículo, lo que el Señor le prometía. Aún postrado sobre su rostro, tocando el suelo con la frente, ante Dios, interiormente se reía de la extraña promesa del Señor. A veces parecen bizarras, irreales o fantasiosas las Palabras del Señor, porque son muy distintas a la realidad común y concreta que vivimos. No miramos ni pensamos ni escuchamos ni leemos con fe. Pero ¡Cuidado! Dios puede sorprendernos y reir más que nosotros.
Esta actitud de Abraham también nos retrata cuando a veces aparecemos ante Dios en actitudes corporales de sumisión y fe (arrodillados, graves de rostro, llorosos, etc.) pero interiormente incrédulos y despreocupados de las cosas de Él.
Tanto Sara como Abraham no creyeron a la promesa Divina y les pareció una fantasía, que rieron a espaldas del Señor. Pero Dios les enseñaría algo que les marcaría para siempre y aprenderían que Dios no miente y cumple Sus promesas, aunque parezcan locura.