La creencia tradicionalmente aceptada de la existencia literal de Adán y Eva está bajo ataque. No es difícil ver la razón. Conciliar la existencia de un Adán y Eva literales con los clásicos relatos de la evolución no es sencillo, y la gente criticará a cualquiera que cuestione la veracidad de la evolución. El hecho de que los no creyentes nieguen la existencia de Adán y Eva no nos sorprende, pero la tendencia creciente dentro de la comunidad cristiana es hacer lo mismo.
Por ejemplo, el evolucionista cristiano Denis Lamoureux escribe: “Mi conclusión principal en este libro es clara: Adán no existió jamás y este hecho no tiene ningún impacto en las creencias de base del cristianismo”.1 En este relato Adán nunca existió, sino que fue una simple construcción mental, una invención de la mentalidad pre-científica del Cercano Oriente.
Brian McLaren es igualmente explícito en su negación de que no debemos tomar la historia de Adán de manera literal. De los relatos de Génesis acerca de Adán, incluyendo los que describen la caída, McLaren dice: “Para mí es más que obvio que esas historias no deben tomarse de forma literal”.2
Muchas respuestas a tales declaraciones se enfocan en cómo interpretar adecuadamente esos pasajes tan antiguos. Aunque esas respuestas son necesarias y bastante útiles, esperamos brindar un tipo de respuesta adicional. Apuntamos a mostrar que: 1) hay consecuencias teológicas problemáticas al rechazar la literalidad de Adán y, 2) hay un argumento filosófico contundente que demuestra la necesidad de un Adán literal.
CONSECUENCIAS TEOLÓGICAS DE RECHAZAR LA EXISTENCIA LITERAL DE ADÁN
En primer lugar, comenzamos con una consideración de lo que Jesús pensaba acerca de la existencia de Adán. Cuando los fariseos le preguntaron a Jesús si era legal que un hombre se divorciara de su esposa, Jesús señaló que Moisés había permitido el divorcio (Deuteronomio 24), pero solo por causa de la rebeldía humana.
La intención de Dios, no obstante, era que nunca ocurriera el divorcio, pero “al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne; así que no son ya más dos, sino uno. Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Marcos 10:2-9).
Aunque no se nombra de manera específica, cualquiera que esté mínimamente familiarizado con la historia de la creación sabe de lo que Jesús está hablando. “Ellos” son Adán y Eva (Génesis 1:27). Ahora bien, lo más provechoso de este pasaje es lo siguiente: los fariseos basaban su entendimiento del divorcio en la enseñanza de Moisés. Pero Jesús señaló que estaba simplemente aceptando que el divorcio pudiera suceder por causa de la dureza del pecado y la debilidad humana.
Los fariseos tenían una base insuficiente para su enseñanza acerca del divorcio, mientras que Jesús basó su precepto en la premisa de ciertos hechos sobre Adán y Eva. Es decir que Jesús pensaba que la existencia de Adán y Eva brindaba una mejor base para comprender la visión de Dios sobre el divorcio.
Ahora surgen dos preguntas.
Primero: ¿Cómo podría ser mejor la enseñanza de Jesús sobre el divorcio que la de los fariseos, si supuestamente basaba sus enseñanzas sobre algo que era falso? Él no apeló a una “invención de la mente pre científica del Cercano Oriente” para justificar su enseñanza, sino que apeló a la existencia de Adán y Eva.
Una segunda pregunta, y más desconcertante desde el punto de vista teológico, sería: ¿Qué hacemos con el hecho de que el Dios encarnado sostenía falsas creencias sobre Adán y Eva? Aun si uno dice que Él no creía que Adán hubiera existido, pero solamente usó la idea para comunicar a su audiencia, parece extraño que Dios, quien es incapaz de mentir (Números 23:19), utilice ideas falsas para comunicar la verdad. Si no hubiera habido un Adán y una Eva, entonces seguramente Jesús, el Hijo de Dios, habría sido capaz de comunicar sus pensamientos sobre el divorcio sin propagar al mismo tiempo una falsa creencia.
En síntesis: si no hubiera habido un Adán y Eva físicos, entonces, además de que sus enseñanzas sobre el divorcio hubieran sido menos fundamentadas que las de los fariseos, Jesús tenía creencias falsas o las difundía a propósito.
Sin embargo hay otras consideraciones en cuanto a lo teológico. Considere lo que el apóstol Pablo dijo sobre Adán. Pablo liga claramente nuestra redención en Cristo a la realidad histórica de la caída de Adán. En el núcleo de su obra maestra teológica, Pablo escribe: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12).
Esto localiza la entrada del pecado al mundo. ¿Cómo, pues, el pecado –y a través de él, la muerte– se estableció en el mundo? Fue “por un hombre”. Observe que Pablo dice “hombre”, no un mito, una leyenda o una construcción del Cercano Oriente, sino un hombre. Los mitos, leyendas y conceptos no pueden pecar. Se precisa un agente moral con el poder de elegir hacer entrar el pecado “en el mundo”. No puede haber pecado (ni muerte) sin un pecador.
El pecado no es un virus que flota por el aire y que uno simplemente inspira. En cambio, como un cáncer mortal, el pecado cobra vida por medio de un receptor.
Con la caída de Adán (y sus efectos) en su debido lugar, Pablo se explaya sobre el argumento para establecer dos puntos doctrinales de suprema importancia: 1) “…porque si por la transgresión de aquel uno murieron los muchos, abundaron mucho más para los muchos la gracia y el don de Dios por la gracia de un hombre, Jesucristo” (5:15), y 2) “Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia” (5:17).
Note la forma del razonamiento en ambos casos: “Si… mucho más”. Es la misma que utilizó Jesús cuando razonó en Marcos 2:9-11: “¿Qué es más fácil, decir al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’, o decirle: ‘Levántate, toma tu lecho y anda’? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): ‘A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa’”.
Los espectadores reconocieron que cualquiera podía decir: “Yo puedo perdonar los pecados”, al margen de la capacidad que tuviera para hacerlo. Por esa razón Jesús les dio algo más sencillo de creer pero más difícil de evadir. Como ellos sabían que el hombre era paralítico, una vez que lo vieron tomar su lecho y andar, fue fácil creer que Jesús podía sanar. Fue sobre esta misma base –la capacidad de Jesús para sanar– que ellos iban a aceptar lo que era más difícil de creer: la capacidad que tenía Jesús para perdonar pecados.
¿Qué tiene que ver esto con lo que dice Pablo en Romanos 5? El apóstol reconoce que para muchos era difícil de aceptar que la gracia y la vida abundan a través de un solo hombre: Cristo. Por eso al principio les llama la atención a lo que era más sencillo de creer, es decir, que el pecado y la muerte habían entrado por medio de un hombre, Adán. Si sacamos a Adán y transgredimos –lo que era mucho más fácil de creer en la mente de Pablo– nos perdemos “muchos más”.
Si Lamoureux y McLaren, entre otros, están en lo cierto, ya no tenemos bases para aceptar las maravillosas promesas que Pablo escribe en Romanos, que la gracia y la justicia y la vida abundan para muchos en Cristo.
Ver segundo articulo de esta serie: Un Argumento Filosofico para la Existencia de Adan
Ver Estudio Biblico sobre Adán
Ver Estudio Biblico sobre Eva
Notas
- Denis Lamoureaux, Evolutionary Creation: A Christian Approach to Evolution [Creación evolutiva: un enfoque cristiano sobre la evolución], Wipf & Stock, Eugene, Oregon, 2008, p. 367.
- Brian McLaren, A New Kind of Christianity [Una nueva clase de cristianismo], HarperCollins Publishers, Nueva York, 2010, p. 48.
- Para profundizar en este punto, especialmente en lo que se refiere a que Dios creó el universo de la nada, recomendamos el artículo de Paul Copan en Enrichment Journal, “If God Made the Universe, Who Made God?” [“Si Dios creó el universo, ¿quién creó a Dios?”], vol. 17, nro. 2, (2012), pp. 122-125.
- McLaren, p. 43. De manera contundente, según McLaren, el relato de “la caída” no solo es la ausencia de una caída, sino que en realidad es la primera etapa del ascenso de la humanidad. (Ibid., p. 50).
Autores
Dr. en filosofía RICHARD DAVIS, Toronto, Ontario, es profesor asociado y director del Departamento de Filosofía de la Universidad Tyndale. Es autor o editor de libros, incluyendo 24 and Philosophy: The World According to Jack [24 y Filosofía: El mundo según Jack] y Alice in Wonderland and Philosophy [Alicia en el país de las maravillas y filosofía].
Dr. en filosofía W. PAUL FRANKS, Toronto, Ontario, es profesor asistente de filosofía en la Universidad Tyndale y ministro de las Asambleas de Dios. Se graduó de la Universidad Southwestern de las Asambleas de Dios, en el 2002. Su investigación académica se centra en el problema del mal, la oración de petición y la apologética cristiana.