Este es el final de otros dos sermones de Miguel Nuñez
Hay razones por las que a muchos no les sienta bien la idea de que todo sea hecho para la gloria de Dios. De hecho en más de una ocasión, creyentes me han preguntado si no es egoísta de parte de Dios que todo tenga que ser hecho para la gloria de Dios. Y la razón es muy sencilla.
Nosotros pensamos que Dios es tal como nosotros (Sal. 50:21). Por un lado, nosotros hacemos algo, y lo hacemos exclusivamente pensando en nosotros. En el caso de Dios, cada vez que Él se glorifica, el ser humano es beneficiado.
Dios se glorificó en la creación y nosotros recibimos el beneficio de ser creados. Dios se glorificó en la salvación de los perdidos y nosotros fuimos redimidos. Dios se glorifica en el matrimonio y el hombre recibe una ayuda idónea. Dios se glorifica en la procreación y los ganados del hombre crecen y esa misma persona recibe hijos que le traen gozo.
Dios se glorifica en la sexualidad bíblica y el ser humano disfruta del placer santo. Dios está por Él y por el hombre a la vez, en ese orden.13 Cuando alguien hace algo y, después de hacerlo, insiste en llevarse todo el crédito, esa actitud nos molesta y pensamos que la persona está siendo muy orgullosa y su orgullo nos irrita. Pero, ¿por qué nos molesta o irrita cuando alguien actúa de esa forma? Nos molesta, primero, porque entendemos que esa persona está tratando de llamar la atención sobre sí misma.
Eso no ocurre con Dios porque Dios nunca está tratando de ser el centro de atención… Él es el centro de atención. Dios no tiene que luchar para ser el centro de atención como nosotros porque Él es el centro y la periferia de toda la atención del universo. Cuando el sol sale cada mañana, dice sin palabras: “gloria a Dios”.
Cuando una ballena enorme salta fuera del agua y la vemos en toda su hermosura, está diciendo “gloria a Dios”. Y el universo entero hace lo mismo. Dios es el centro de atención.
Cuando alguien quiere ser aplaudido nos molesta porque en nuestro egocentrismo entendemos que esa persona quiere que la alaben y la aplaudan y a nosotros no nos gusta reconocer a otros, y mucho menos si nosotros no vamos a ser reconocidos también. Dios no tiene ese problema.
Cuando Dios exige que las cosas se hagan para Su gloria, Él no está buscando que lo aplaudan y lo alaben porque, de hecho, aun después de aplaudir a Dios, nos quedamos cortos con el tributo que Él merece.
Después de adorar a nuestro Dios, Él no es más completo o más feliz que antes de recibir la adoración. Dios está satisfecho consigo mismo desde la eternidad. La adoración es algo que debemos dar a Dios porque Él es el origen y la fuente de todo bien en el universo. No ha habido ni habrá ningún bien hecho en esta vida o en la venidera del cual Dios no sea responsable de una u otra manera.
Cuando alguien quiere que se lo tome en cuenta, nos molesta porque entendemos que muchas veces esa persona es tan insegura que necesita continuamente de la aprobación de los demás. Esa nunca ha sido la experiencia de Dios. Dios no pide que a Él sea la gloria porque se siente inseguro. No ha habido un solo momento de inseguridad en la vida de Dios.
Él es la fuente de toda certeza. Cuando alguien hace algo y quiere todo el crédito nos molesta porque sabemos que a él no le pertenece todo el crédito. Sus padres, sus profesores, sus amigos o aun su esposa frecuentemente merecen parte del crédito por haberlo apoyado a lo largo del camino.
Pero ese no es el caso de Dios porque cuando tú y yo hacemos algo, todo el crédito es de Dios: Él puso tanto el querer como el hacer (Fil. 2:13); además nos dio los dones, los talentos, las oportunidades, la inteligencia, la fortaleza y los recursos para hacerlo. Por eso el apóstol Pablo pregunta en 1 Corintios 4:7: “¿Qué tienes que no recibiste? Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?”.
Por otro lado, no damos el crédito a otra persona porque al final eso nos hace sentir que ellos merecen algo que nosotros no merecemos o nos hace sentir consciente o inconscientemente inferiores o sentimos que nosotros podemos hacer un papel similar. En el caso de Dios, sí somos inferiores a Él y no hay manera de que podamos hacer un papel como el de Él.
Reflexión final
La creación es del Señor, como también lo es la redención. Dios nos creó cuando no tenía necesidad de nosotros y Dios nos salvó cuando podía habernos condenado ejerciendo Su justicia.
En Él vivimos, nos movemos y existimos (Hech. 17:8). Él nos predestinó, nos llamó, nos justificó y nos glorificó. En el camino fuimos receptores de la vida física que Él nos dio y de la vida espiritual que Él compró para nosotros. Después de ser salvos, continúa poniendo en nosotros tanto el querer como el hacer y nos preserva en el camino de la verdad.
Dios Padre hizo la elección en la eternidad pasada, Dios Hijo ofreció el sacrificio y Dios Espíritu Santo nos santifica y nos preserva. Cristo vino, completó todo el trabajo de redención a favor de nosotros y luego ascendió a los cielos a preparar un lugar para nosotros y desde allí intercede por nosotros.
Esto es lo que hace que el salmista (con menos revelación que aquellos que estamos del lado del Nuevo Testamento) exclame: “No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre [sea dada la] gloria” (Sal. 115:1a).
Así es; no somos marionetas, pero toda habilidad que poseemos de una u otra manera ha venido de nuestro Dios. Ciertamente “de El, por El y para El son todas las cosas. A El sea la gloria para siempre. Amén”.
¡A Él sea la gloria, en todo y por siempre!