No Somos Jueces de Nuestro Prójimo
"Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado." Gálatas 6:1
En cuanto a la gravedad de los pecados hay dos posturas en Teología. Algunos piensan que hay pecados de mayor gravedad que otros, asignándole a los más graves el nombre de "pecados mortales" y a los otros como "pecados veniales". La otra postura, a la cual nos adscribimos, es que en verdad ante Dios todo pecado es grave porque es una desobediencia a Su voluntad y una ofensa a Su santidad.
En todo caso no los seres humanos los que tenemos que juzgar a nuestros prójimos y hermanos, porque el juicio está en manos de Dios. No me refiero a los delitos de un ciudadano, los que sí deben ser juzgados por la justicia humana. En este caso hablamos de los pecados o delitos ante la Ley de Dios.
Cuándo descubrimos el pecado o la falta de un hermano, nuestro deber no es juzgarlo y condenarlo sino, como dice este texto "restaurarle", o sea rehabilitarlo. Si la persona se da cuenta que lo cometido es una falta, debe arrepentirse. Se arrepentirá y expresará de algún modo ese arrepentimiento. Si no lo hace, tendríamos que conducirlo a ello amonestándole pero siempre comprendiendo su humana debilidad.
¿Por qué debemos proceder de este modo? Porque nosotros, como seres humanos, estamos en las mismas condiciones que el que ha pecado y en cualquier momento podríamos caer en una falta similar, si es que ya no hemos caído antes. Nadie puede sorprenderse del pecado de otro ni debe asumir una posición de superioridad.
La Biblia aconseja: "Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga." (1 Corintios 10:12) Esto significa que no debemos mirar tanto las faltas del prójimo, sino examinarnos a nosotros mismos, ser humildes; enfrentar con mansedumbre el pecado de los demás.
Finalmente todos los cristianos estamos en una lucha muy fuerte contra nuestra propia carne, nuestra debilidad. Todos tenemos puntos débiles en nuestra personalidad que es necesario que el Espíritu Santo corrija y fortalezca nuestra vida en fe. Por eso oramos en el Padrenuestro: "Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén." (San Mateo 6:13)
La idea es que Dios nos proteja y no permita que caigamos en tentación. Él a nadie tienta, somos nosotros los que somos tentados por nuestras propias concupiscencias y por el diablo. Por ello debemos estar firmes en la oración, premunidos de toda la armadura de Dios, como lo hemos mencionado en otra oportunidad y comprendiendo la debilidad de nuestros hermanos, ya que nosotros también somos débiles, de naturaleza caída. Todo esto es porque funcionamos en la Gracia y no en la Ley. No somos jueces de nuestros hermanos ni prójimo.