En los últimos años, varias obras y conferencias han sido publicadas y organizadas, tratando de definir lo que es el evangelio. Es interesante que una buena parte de las mismas están orientadas al liderazgo de la Iglesia. Creo que vale la pena preguntar a qué se debe que dos mil años después de la muerte de nuestro Señor Jesucristo, se haga necesario volver a definir el evangelio.
¿Es posible que 20 siglos de predicación acerca de la obra redentora de Cristo no hayan sido suficientes para esclarecer y fortalecer el concepto de lo que es el evangelio? Creo que la respuesta radica en que en la medida en que las generaciones se han centrado cada vez más en el hombre, en esa misma medida, han ido perdiendo de vista que el evangelio no es acerca del hombre en primer lugar, sino acerca de la obra de Dios en la persona de Jesús, la cual trae de manera secundaria beneficio a la humanidad.
El apóstol Pablo claramente establece lo central del Evangelio en 1 Corintios, en 15:1-4: “Ahora os hago saber, hermanos, el evangelio que os prediqué, el cual también recibisteis, en el cual también estáis firmes, por el cual también sois salvos, si retenéis la palabra que os prediqué, a no ser que hayáis creído en vano. Porque yo os entregué en primer lugar lo mismo que recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; 4que fue sepultado y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras”.
Los dos eventos centrales del evangelio están enunciados aquí en este texto:
La cruz de Cristo: “que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras”
La resurrección de Cristo: “…que resucitó al tercer día conforme a las Escrituras”
Esos dos grandes eventos actúan como dos portalibros que encierran todo el mensaje del evangelio.
No podemos olvidar que la palabra evangelio, en su sentido original, supone un mensaje de buenas nuevas, buenas noticias, que produce gozo y que tenía un sentido de victoria, según las mejores fuentes del léxico griego. Veamos, entonces, la muerte de Cristo, y hagámonos la pregunta: ¿De qué manera la muerte del Hijo de Dios, la segunda persona de la Trinidad, resulta en buenas nuevas para mí?
LAS BUENAS NOTICIAS DE LA MUERTE DE JESÚS
Hasta la venida de Cristo, la gran mayoría del pueblo hebreo había entendido que la forma de obtener salvación era vía el cumplimiento de las obras de la ley. Por cientos de años, el judío había vivido tratando, infructuosamente, de cumplir esa ley para sentir su alma apaciguada y su culpa removida, sin poder lograrlo. Esta era la mala noticia para el hombre, que después de cientos de años, y de millones de personas tratar de complacer a Dios, aún no habían podido lograrlo.
Romanos 3:20-26 nos da una idea de cómo el mensaje de Cristo comienza a cambiar esa realidad, resultando en una buena noticia. El v. 21 nos dice que “…ahora, aparte de la ley, la justicia de Dios ha sido manifestada, atestiguada por la ley y los profetas”. ¿Por qué ahora y no antes? Ahora que Cristo ha venido, algo distinto ha ocurrido. La palabra ahí traducida como justicia implica, entre otras cosas, un estatus delante de Dios, alcanzado después de haber sido declarado justo, sin serlo, simplemente porque el juez me ha declarado sin culpa. Al mismo tiempo, la palabra justicia tiene que ver con la rectitud moral y perfecta de Dios.
Esa revelación no vino por medio de la ley, sino por medio de la persona de Jesucristo, y eso es lo que este mensaje del evangelio proclama. Que esa rectitud moral perfecta, necesaria para entrar al reino de los cielos, y que no estaba disponible, o que no era alcanzable por medio de la ley, es ahora alcanzable, aparte de la ley, a través de la persona de Jesús. Para entrar al reino de los cielos, Dios requiere una santidad perfecta, absoluta, la cual el hombre jamás podría obtener por sus propios esfuerzos, ya que aún sus mejores obras son como trapos de inmundicia (Is. 64:6)
Ahora el hombre puede alcanzar la justicia (santidad absoluta) de Dios, no a través de su propio esfuerzo, ni a través de las obras de la ley, si no a través de la fe puesta en Jesucristo. De tal forma que el evangelio me brinda esperanza y una esperanza que no depende de mí y de mi obrar, sino de la obra del mismo Dios en la persona de Su Hijo, para mi beneficio. La realidad es que nuestras obras finitas y manchadas continuamente por el pecado, jamás pueden satisfacer la justicia divina de Dios.
De tal forma que las buenas nuevas del mensaje de Dios tienen que ver en gran medida con la forma como nosotros hemos sido justificados ante Dios de una manera gratuita… por la gracia de Dios dada a nosotros en la persona de Jesús. Jesús tomó mis pecados y me dio su santidad perfecta que me permite entrar a la presencia de Dios.
LAS BUENAS NOTICIAS DE LA RESURRECCIÓN DEL HIJO
Decíamos al principio que Pablo en 1 Corintios 15 nos resume los dos eventos centrales del evangelio: la crucifixión de Cristo y su resurrección. Ya vimos parte de lo que significa para nosotros la cruz de Cristo. Siguiendo a esto, la resurrección de Cristo es el amén del Padre al sacrificio perfecto que Cristo llevó a cabo tres días antes, y es lo que sella toda la obra redentora de nuestro Señor; la resurrección es nuestro grito de victoria. Y eso es lo que a nosotros nos termina de completar realmente el gozo que el mensaje del evangelio trae a nosotros.
La resurrección es lo que hace todo posible; tanto es así que Pablo dice en 1 Corintios 15:17-19 que “…si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es falsa; todavía estáis en vuestros pecados entonces también los que han dormido en Cristo han perecido. Si hemos esperado en Cristo para esta vida solamente, somos, de todos los hombres, los mas dignos de lástima”.
Sin resurrección, la cruz pierde todo su sentido, su valor y su significado. El día que Cristo resucitó, en ese domingo en la mañana, hubo gozo en el cielo y hubo gozo en la tierra. En la cruz cuando Cristo pronuncia sus últimas palabras TETELESTAI, “consumado es”, con esto, estaba diciendo: “mi obra redentora ha quedado cumplida al dedillo, a cabalidad, perfectamente; no hay nada más que hacer; los poderes de las tinieblas han sido desarmados (Col. 2:14-15 ) . El domingo de resurrección, el grito de victoria fue lanzado. Y el Padre dijo desde los cielos: ¡AMEN!
Este es el evangelio: el mensaje de redención, llevado a cabo en la cruz. Donde Dios Padre crucificó a su Hijo, y este derramó su sangre, para el perdón eterno de nuestros pecados, con lo cual el Hijo satisfacía completamente, de una vez y para siempre, la justicia perfecta de Dios. Aplacando así Su ira contra el pecador, y poniendo fin a la enemistad entre Dios y el hombre. Dios hizo esto imputando mis pecados a su Hijo y cargando a mi cuenta la santidad de Cristo, lo cual aseguró mi estatus de no culpable ante el Padre. Todo esto acompañado de las garantías absolutas de las promesas de Dios, incluyendo vida eterna y la herencia de su reino.
Para terminar, vale notar que Pablo es muy cuidadoso al certificar que el evangelio que él ha estado pasando a otros en nada difiere del evangelio que él recibió. Y esto es de particular importancia si recordamos que Pablo recibió ese evangelio por medio de una revelación (Gá. 1:11-12). Esto es un buen recordatorio, para todos nosotros, porque de la misma manera que Pablo fue fiel en pasar a sus seguidores la verdad recibida por el Señor, de esa misma manera nosotros debemos ser fieles en pasar a las demás generaciones el mensaje que nos ha sido dejado. Es un mensaje al cual no podemos quitarle, ni ponerle. El evangelio es único; fue el mismo ayer y debe ser el mismo hoy, mañana y dentro de mil años. De hecho es llamado el evangelio eterno en Apocalipsis (Ap. 14:6) porque no es un mensaje que está supuesto a cambiar, ni durante este tiempo, ni cuando entremos en gloria.