El Espíritu Santo es más que sólo la Tercera Persona de la Trinidad. Su singular lugar en el crecimiento y desarrollo de la Iglesia va más allá de la relación doctrinal que existe en la Trinidad. El Espíritu Santo es enviado por el Padre; es obtenido del Padre por el Hijo; es derramado por el Hijo (Hechos 2:33).
El Espíritu que se movía sobre la faz de las aguas se movió con tal poder y convicción el día de Pentecostés que los hombres se compungieron de corazón y clamaron preguntando: “¿qué haremos?” (Hechos 2:37). Hombres y mujeres fueron llenos de este Espíritu (Hechos 2:4). Él estaría para siempre con el creyente; sería el Consolador (Juan 14:16,17), el Maestro, el fiel Guía. Él es el que glorifica a Jesús (Juan 16:14) y el que convence de pecado a los hombres (Juan 16:8). Él debía dar poder a los hombres para ser testigos (mártires) (Hechos 1:8). Los creyentes serían santificados por el Espíritu (1 Pedro 1:2). La Palabra de Dios debía ser entregada por medio de hombres santos según fueran inspirados por el Espíritu Santo (2 Pedro 1:21). Y el Espíritu afirmaría nuestra relación con Dios como hijos suyos (Romanos 8:16).
Al considerar el tremendo y extenso ministerio del Espíritu Santo, no es difícil entender la declaración de Jesús: “Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré” (Juan 16:7). Siempre y cuando Jesús estuviera con ellos, el Espíritu Santo no estaría en ellos. Hasta que se llegó ese momento, ellos habían sido poco más que espectadores; pero se convertirían en participantes. Habían sido observadores, pero se convertirían en líderes y testigos. Ellos lo habían acompañado a Él; luego ellos irían en el nombre de Él. Lo habían oído; después debían proclamarlo.
Fue en el día de Pentecostés que este singular potencial se desató dentro de la vida de los que fueron bautizados en el Espíritu. Se convirtieron en los plenipotenciarios del reino de Dios y del Rey. Debían continuar lo que Jesús comenzó. Esto nos trae a la pregunta que posa el título de este artículo: ¿Qué es Pentecostés? Es más que sólo el día en que Dios derramó por primera vez el Espíritu Santo. Es más que sólo una experiencia de la gracia del bautismo del Espíritu Santo.
Pentecostés es una oración
En Juan 14:16 Jesús dijo: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre.” Jesús conocía las necesidades más profundas de los hombres que lo seguían. Él conocía sus debilidades, sus temperamentos, y su mal dirigido celo. Los había observado de cerca por 3 años. Sabía exactamente lo que necesitaban. En su oración como sumo sacerdote Él dijo: “Yo ruego por ellos” (Juan 17:9). Sólo la inmanente plenitud del Espíritu podría transformar a estos hombres y hacerlos dignos representantes de una nueva pasión, un nuevo Reino; por esto Él oró.
Pentecostés es una promesa
Cuando estaba con sus discípulos en el monte de los Olivos justo antes de su ascensión, Jesús declaró: “He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros” (Lucas 24:49). Más antes había dicho: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lucas 11:13). El Padre había prometido este enriquecimiento. Jesús además prometió que Él personalmente cumpliría con esta promesa. Ellos podían depender de eso.
El intrépido Bautista, al predicar a la asombrada multitud en el río Jordán, dijo: “Viene uno más poderoso que yo. . . él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Lucas 3:16).
Pentecostés es una predicción
Isaías, el gran profeta de Israel, profetizó acerca del Espíritu Santo que vendría. “Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida; mi Espíritu derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos” (Isaías 44:3).
El profeta Zacarías aseguró a Israel que, aunque estuviesen rodeados de destructivas fuerzas enemigas, Dios vendría en su ayuda. “Y derramaré sobre la casa de David . . . espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron” (Zacarías 12:10). Aunque este suceso quizás venga después de la Era de la Iglesia, que termina con el rapto de la Iglesia, no obstante es una de las principales predicciones del derramamiento del Espíritu.
Joel añadió una gran palabra en su avivada profecía: “Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne” (Joel 2:28). En el gran derramamiento del día de Pentecostés, Pedro apoyó y verificó los dramáticos sucesos de fuego, viento, y otras lenguas, citando las palabras de Joel a la maravillada multitud (Hechos 2:16). “Esto es lo dicho por el profeta”, anunció Pedro.
Pentecostés es poder
Una de las grandes promesas de Jesús fue: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos” (Hechos 1:8). La palabra griega martyres, traducida como “testigos”, se usa de vez en cuando en el Nuevo Testamento para referirse a los que han testificado aún hasta la muerte (Hechos 22:20; Apocalipsis 2:13; 17:6). Para enfrentarse con la furiosa oposición como representantes de Jesucristo, ellos necesitarían de una abundancia de fortaleza interior.
Para conquistar sus propias tentaciones de la carne y controlar las fuertes pasiones humanas, necesitarían ser especialmente investidos con el poder divino. Sería necesario que los débiles fueran fuertes; los indecisos, valientes. Los necios ahora debían ser sabios; los tímidos, intrépidos. Los de doble ánimo debían convertirse en personas de fuertes convicciones. Todo esto, la plenitud del Espíritu les impartiría.
Debían tener poder para enfrentarse con un enemigo astuto y hostil. Debían tener poder para contender inflexibles por la fe. Debían tener poder para hacer milagros y predicar resueltamente la Palabra de Dios. Sus propias debilidades y temores interiores podrían convertirse en invencibles obstáculos que debían ser conquistados. Este poder les había sido otorgado siempre que mantuvieran una vida llena del Espíritu Santo.
El libro de los Hechos es un testimonio confiable del poder impartido a hombres comunes e impredecibles cuya vida estaba controlada y activada por el Espíritu Santo.
Pentecostés es orar
La oración es casi sinónima con el Espíritu Santo. Pablo exhortó a los efesios que oraran “en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu” (Efesios 6:18). Así mismo Judas anima a sus oyentes a que se edifiquen en su fe, “orando en el Espíritu Santo” (Judas 20).
Orar en el Espíritu es el orden de oración más alto posible. La preposición “en” indica lugar. El creyente ha pasado al campo del Espíritu, está rodeado por el Espíritu, está envuelto por el Espíritu, ha pasado al reino del Espíritu. Esta no es una experiencia de entrar y salir o de encender y apagar.
Jesús usa la palabra “permanecer”: “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (Juan 15:7). De modo que muchas oraciones no son contestadas porque las personas no han aprendido a permanecer en el Lugar Santísimo de Dios.
En Romanos 8:26 Pablo añade otra palabra que aclara: “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no los sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.”
Qué descubrimiento tan asombroso y humillante—no sabemos cómo orar como debemos. Nuestra propia falta de espiritualidad nos abruma. Pero tenemos un Ayudador, uno que viene en nuestra ayuda. Él pone expresión a nuestros suspiros, palabras a nuestros gemidos, y ora su voluntad a través de nosotros.
En 1951 yo salía de Japón. Habíamos comenzado una iglesia en Osaka, una ciudad devastada por los bombardeos americanos. Hice reservaciones para mi vuelo de regreso a Shreveport, Louisiana. Entre más se acercaba la fecha de mi vuelo a casa, más perturbado e inquieto me sentía con la idea de volar en esa aerolínea en particular. Traté de conseguir un vuelo alterno pero se me dijo que no había cupo en ninguna aerolínea que salía de Japón por 30 días.
Sintiéndome tan seguro de que no debía volar en la primera aerolínea, me resigné a esperar los 30 días más. Pero 6 horas después ya tenía un asiento en otra aerolínea.
Al llegar a San Francisco me enteré que el otro vuelo se había estrellado en una de las Islas Aleutianas. Mi padre, que vivía en Canadá, se había inquietado en extremo por mi seguridad, aunque no sabía absolutamente nada de mi dilema. Movido por el Espíritu Santo se entregó a la oración—la oración en el Espíritu. Literalmente, en oración me pasó de un avión a otro para que yo pudiera regresar a mi familia y a mi ministerio.
Este es un ejemplo de la oración en el Espíritu que el Espíritu Santo nos enseña y que todo cristiano debe buscar.
Pentecostés es purificante
Cristo vino a la tierra con el propósito de asegurarse de una novia aquí en la tierra que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante (Efesios 5:27). La Epístola a los Hebreos insta a los creyentes: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (12:14). El Espíritu Santo está para santificar a los hombres. Hemos de participar de su santidad (Hebreos 12:10) y perfeccionar la santidad en el temor de Dios (2 Corintios 7:1).
El pecado era juzgado severamente en la Primera Iglesia. Ananías y Safira murieron por su duplicidad. Habían mentido a Dios tocante a la ofrenda que habían llevado a Pedro (Hechos 5:1-11). Elimas el mago fue cegado por oponerse al testimonio de Pablo a Sergio Paulo, el procónsul romano (Hechos 13:8-12). El relato dice: “Entonces Pablo . . . lleno del Espíritu Santo, fijando en él los ojos, dijo . . . he aquí la mano del Señor está contra ti, y serás ciego, y no verás el sol por algún tiempo” (versículos 9-11).
Juan el Bautista había profetizado anteriormente que Jesús bautizaría con el Espíritu Santo y fuego (Lucas 3:16). El fuego purifica, limpia, purga. Solíamos cantar: “Tú, Cristo de ardiente llama que limpia, manda el fuego, manda el fuego.”
Pentecostés es predicar
Uno de los rasgos más singulares de Pentecostés es que produjo predicadores instantáneos. Los discípulos predicaron con elocuencia y autoridad, brillantemente usando las verdades del Antiguo Testamento para apoyar el mensaje de la muerte y resurrección de Cristo.
Pocos días antes habían desaparecido entre las sombras y habían abandonado a su Señor cuando Él más los necesitaba. Ahora ellos se enfrentaban con esas mismas autoridades que habían crucificado al Señor, diciéndoles que con pecaminosas manos habían crucificado y asesinado a este hombre aprobado por Dios (Hechos 2:22,23).
Los exhortaron diciendo: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (versículo 38). La única explicación a esta radical transformación es la plenitud del Espíritu Santo—el Espíritu de Cristo resucitado.
Esta no fue una experiencia dramática, aislada. En Hechos 4 leemos que los apóstoles fueron arrestados y llevados ante el Sanedrín. “Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo . . .” (versículo 8). Debemos suponer que ya era una plenitud fresca, subsecuente a Pentecostés. En la gran reunión de oración que siguió volvemos a ver que “todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios” (Hechos 4:31). En cada caso, ser lleno del Espíritu fue seguido por la predicación inspirada y convincente. Predicar fue el método que Dios usó para esparcir su Palabra.
En la sinagoga de Nazaret Jesús dijo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para . . . predicar” (Lucas 4:18,19). En su reunión con sus discípulos después de la resurrección Él les dijo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio” (Marcos 16:15). En el último encargo de Pablo a Timoteo le dijo: “Te encarezco delante de Dios . . . que prediques la palabra” (2 Timoteo 4:1,2).
Pentecostés es predicar—predicación ungida, predicación llena de gracia, predicación inspirada, predicación inteligente, predicación sincera. Es predicar la gracia de Dios, el amor de Dios, el poder y las misericordias de Dios, los juicios de Dios, y la bendita esperanza que Dios ofrece a todos los hombres en todas partes.
Pentecostés es la respuesta final de Dios a la tibieza y apostasía de los últimos días. Pentecostés significa corazones encendidos, vidas totalmente dedicadas, motivadas por una ardiente pasión por predicar a Cristo, y a éste crucificado, a nuestro mundo antes que Él venga otra vez a establecer su eterno Reino. Id y predicad.
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Paul E. Lowenberg es anterior prebítero ejecutivo del Concilio General de Las Asambleas de Dios y superintendente del Concilio del Distrito de Kansas. Reside en Springfield, Missouri.