Apoyándonos en Dios
“Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel”. (Éxodo 3:10)
Un hombre tartamudo, que necesitaba la ayuda de su hermano como intérprete, se enfrentó al rey más poderoso de la tierra de aquella época: El Faraón de Egipto.
Este hombre, Moisés, sabía mover la mano de Dios para que sucedieran milagros, aun en las peores circunstancias, a través de su constante comunión con Él (Éxodo 14:14).
Cuando Jehová llamó a Moisés a presentarse ante el Faraón, para que dejara ir a Su pueblo a que le sirviera, por tres días en el desierto, le advirtió que este hombre endurecería su corazón para no dejarlos ir.
Sin embargo, Dios envió los juicios más extraordinarios para devastar a Egipto, utilizando diversas estrategias, como las diez famosas plagas. (Éxodo 7:14 al capítulo 12) Finalmente, con una vara, como única arma en su mano, Moisés logró derrotar al ejército egipcio y a su rey quien, en definitiva, dejó ir al pueblo de Israel.
Moisés no pensó en que debía conformar un ejército para enfrentarse en una lucha cuerpo a cuerpo con los ejércitos del Faraón, él simplemente esperó en Dios e hizo todo lo que Él le ordenó.
Cuando vino el último juicio sobre la nación de Egipto, Dios le indicó cuáles serían los pasos a seguir, y al darle las instrucciones lo equipó con las armas espirituales más poderosas que jamás el pueblo de Dios hubiese conocido.
Todo estaba concentrado en el sacrificio del Cordero y en la celebración de la pascua. Lo que vencería al ángel de la muerte sería la Sangre del Cordero aplicada en los dos postes y en los dinteles de cada casa; todo esto es un prototipo del sacrificio de Jesucristo.