Además: Qué hacer con tu propia tristeza. La depresión es una enfermedad capaz de golpear a cualquiera, sin importar cual sea su situación.
Caty era una joven normal, buena estudiante, popular entre sus compañeros y siempre alegre. Así que cuando empezó a faltar a clases para llorar solitaria en el cubo de la escalera, quienes la amaban lo atribuyeron a las hormonas. Y cuando ella se apartó de sus amigos y empezó a tomar drogas, los que la conocían dijeron que los cambios de humor son típicos en las adolescentes.
Pero cuando comenzó a cortarse las venas con navajas de rasurar y a huir de su casa, las explicaciones terminaron en desconcierto. Caty fue tan eficaz en guardar su secreto, que muchos no pudieron ver a través de la máscara que usaba.
Si hubieras hojeado su álbum escolar de ese año, habrías podido leer: “Siempre me alegra tu cara sonriente en los pasillos...” Aunque no te conozco muy bien, me encanta tener una amiga tan alegre como tú...” “Nos divertimos mucho este año, ¿verdad?”
Común pero camuflageado
Sin que lo supieran sus amigos más cercanos, Caty sufría de depresión, una enfermedad tan generalizada que con frecuencia la llaman “el resfriado común de la salud mental.”
La depresión es una enfermedad capaz de golpear a cualquiera, sin importar cual sea su situación. Más de 17 millones de estadounidenses sufren esta enfermedad, y 1.5 millones, o sea uno de cada 25, son jóvenes. Y a pesar de su tremendo impacto, la depresión permanece casi incomprendida.
Actualmente es uno de los problemas más grandes de salud pública, y la gente la sigue viendo como una falla de carácter”, dice la Dra. Susan Blumenthal, auxiliar de cirugía general y secretaria asistente para la salud en el Departamento de Salud y Servicios Humanos.
La ignorancia sobre la depresión puede ser fatal. La depresión está fuertemente ligada al suicidio, y desde 1950 el récord de suicidios en adolescentes se ha triplicado. Cada año, más de seis mil mueren, a causa del suicidio, una de las principales causas de muerte, solamente superada por los accidentes automovilísticos.
La buena noticia en medio de esta oscuridad, es que casi todos (80 a 90%) de los desórdenes depresivos, pueden ser tratados exitosamente. Los investigadores creen que la depresión clínica es causada por un desequilibrio químico en el cerebro. Los medicamentos antidepresivos pueden multiplicar los neurotransmisores del cerebro, restaurando el balance químico.
No son “pastillas de la felicidad”, no tienen efecto en quien no está severamente deprimido. Pero si las toma alguien con la enfermedad, pueden eliminar los síntomas de la depresión. Es irónico, entonces, que dos terceras partes de la gente que sufre esta enfermedad progresiva, nunca busque ayuda médica.
El Dr. Frederick Goodwin, director del Centro de Neurociencia, Conducta y Sociedad de la Universidad George Washington, advierte: “En las personas sin el tratamiento adecuado, la recuperación puede llevar un año, pero 15% de ellos se van a suicidar si los dejan solos.”
Detectando la depresión en los jóvenes
Los adolescentes deprimidos que rehuyen el tratamiento, van a mantener su secreto hasta que ya no puedan aguantar el dolor por más tiempo. Así que quienes están más cerca de ellos – amigos, familia, líderes de la iglesia - deben responsabilizarse para ayudar a detectar la depresión.
Pero los jóvenes deprimidos rara vez van a confiar en adultos. No quieren ser vistos como tontos, y con frecuencia se sienten avergonzados por tener una fe “tan débil” que no puede hacerle frente a la tristeza.
En lugar de buscar a otros, se encierran en sí mismos: “Si sólo orara más, o si creyera más profundamente en Jesús, o si fuera mejor persona; nada de esto me estuviera pasando.”
Esta es la razón por la que resulta crítico que los ministros juveniles reconozcan a la depresión como una enfermedad y no como resultado de una falla moral o de falta de fe. Los jóvenes deprimidos necesitan nuestra comprensión no nuestra condenación. Pero antes de la comprensión debe darse el discernimiento.