Creciendo en Dios
“Y toda alma viviente que nadare por dondequiera que entraren estos dos ríos, vivirá; y habrá muchísimos peces por haber entrado allá estas aguas, y recibirán sanidad; y vivirá todo lo que entrare en este río”. Ezequiel 47:9
Dios tiene una manera muy especial para llevarnos a Su río de bendición y de amor. “Y salió el varón hacia el oriente, llevando un cordel en su mano; y midió mil codos, y me hizo pasar por las aguas hasta los tobillos” (Ezequiel 47:3).
Por lo general, aquellos que se acercan a Dios lo hacen tímidamente, como cuando alguien prefiere tantear la temperatura del agua antes de sumergirse. El agua hasta los tobillos es una muestra de la manera como debemos empezar a relacionarnos con Dios, donde inicialmente pensamos en los aspectos más elementales a través de la oración y el contacto con Su palabra, pues esto es lo que nos podrá ayudar a conocerlo de una manera personal. Sentiremos que Él es real y que está cerca de cada uno de nosotros, y en la medida que perseveremos, Dios nos estará llevando al siguiente paso.
la tristeza es cambiada en alegría y la debilidad en fortaleza
“Midió otros mil, y me hizo pasar por las aguas hasta las rodillas” (Ezequiel 47:4). Es la etapa cuando le encontramos gusto a la oración, pues sabemos que este es el punto de contacto entre Dios y nosotros. En este nivel, Él nos revela Su voluntad, poniendo el sentir de su corazón en nosotros.
Cuando nos relacionamos con Dios, con nuestro Padre, algo sobrenatural sucede en nuestras vidas, pues toda carga de opresión será quitada, la angustia pierde su fuerza y se desvanece, la tristeza es cambiada en alegría y la debilidad en fortaleza, pues sentimos que no estamos solos en este mundo, porque tenemos la certeza de que el ser más poderoso del universo está de nuestro lado.
“Midió luego otros mil, y me hizo pasar por las aguas hasta los lomos” (Ezequiel 47:4b). Esta etapa es cuando aprendemos a descansar en las promesas divinas. Pedro dijo: “Por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” 2 Pedro 1:4.
“Midió otros mil, y era ya un río que yo no podía pasar, porque las aguas habían crecido de manera que el río no se podía pasar sino a nado” (Ezequiel 47:5). Esta es la etapa cuando sentimos que el servir a Dios es lo más deleitoso y podemos disfrutar cada estación de la vida con Cristo.
Es cuando comprendemos que estamos fundamentados en la Palabra y revestidos del poder del Espíritu de Dios. El río de la Palabra y el río del Espíritu es lo que nos vivifica y nos lleva a la multiplicación, es lo que nos da sanidad y nos mantiene activos en Su obra.
