La escena ocurrió en un pueblito en el año 1887, un hombre distinguido de 55 años o más, entró a un pequeño supermercado a comprar verduras, entregó a la cajera un billete de 20 dólares y espero su cambio.
La cajera tomo el billete y lo metió en la caja registradora, pero de pronto se dio cuenta que la tinta se desvanecía en sus manos húmedas, la cajera asombrada pausó por un momento tratando de determinar que hacer y después de un momento de luchar mentalmente con el problema, tomó una decisión, se trataba del distinguido caballero Emmanuel Ninger, un amigo de mucho tiempo, vecino y cliente, definitivamente el no le podría dar un billete falso así que le entregó su cambio.
Después de algunas horas la cajera siguió recapacitando, pues en 1887 veinte dólares era mucho dinero y decidió llamar a la policía pero aún ellos no podían determinar si era un billete genuino o falso, finalmente obtuvieron una orden de cateo, y en la casa del Señor Ninger encontraron las herramientas necesarias para reproducir billetes de veinte dólares, de hecho había varios billetes en el proceso de ser impresos, también encontraron tres cuadros que el Sr. Ninger había dibujado.
El Sr. Ninger era un artista muy bueno, él era tan bueno que pintaba manualmente los billetes de veinte dólares, meticulosamente el aplicaba el toque del maestro trazo por trazo con tanta habilidad que el podía engañar a todo el mundo hasta que aquellas manos mojadas tocaron el billete.
Después de su arresto sus cuadros se vendieron en una subasta pública en 16.000 dólares, la ironía de esta historia es que a Emmanuel Ninger le tomo casi el mismo tiempo dibujar un billete de veinte dólares que dibujar un cuadro que valdría más de 5000 dólares.
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