Un día de ocio en que contaba cuantas manchitas tenía el techo de mi recamara, comencé a recordar la gran cantidad de tonterías realizadas durante mi corta vida; muchas de ellas en nombre de Dios, de la santidad, de las buenas costumbres y de otras cosas nobles. No pude más que reír a carcajadas de tantas cosas que en su momento oré, dije y pensé.
Sin duda Dios tiene un apartado de improcedentes, absurdos e incoherencias, por si a caso, claro.
Me sorprendí cuando al levantarme y escudriñar mi Biblia, en mi lectura diaria, me saltó el pasaje que dice en Eclesiastés:
5:1 Cuando fueres a la casa de Dios, guarda tu pie; y acércate más para oír que para ofrecer el sacrificio de los necios; porque no saben que hacen mal.
5:2 No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios; porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras.
5:3 Porque de la mucha ocupación viene el sueño, y de la multitud de las palabras la voz del necio.
5:4 Cuando a Dios haces promesa, no tardes en cumplirla; porque él no se complace en los insensatos. Cumple lo que prometes.
5:5 Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas.
5:6 No dejes que tu boca te haga pecar, ni digas delante del ángel, que fue ignorancia. ¿Por qué harás que Dios se enoje a causa de tu voz, y que destruya la obra de tus manos?
5:7 Donde abundan los sueños, también abundan las vanidades y las muchas palabras; mas tú, teme a Dios.
Me impactó… me sacudió de raíz, cambió mi forma de ver a Dios y de hablarle. Me convertí de pronto en un hombre práctico con Dios… y seguí leyendo y leyendo hasta que terminé Eclesiastés.
Del Ocio pase a la angustia, cuantas tonterías había dicho en su presencia, cuanto tiempo desperdiciado… tenía 17 años y mi joven mente no asimilaba la impactante verdad que se me hacía rhema en mis corazón.