Desde que decidí estar al cuidado de Dios, lo acepté como dueño y señor de mi vida y comencé a ocuparme de administrar sus tesoros. He escuchado la frase: “El primer amor”.
Dicen que cada quien habla de cómo le fue en la feria… la verdad es que esta frase se ha convertido en la favorita de la Iglesia para decir muchas cosas, dependiendo claro, de que boca la utilice.
Para muchos el primer amor es algo así como el romance de una pareja de novios que comienzan a conocerse y todo les parece miel sobre hojuelas y mariposas en el estomago. Para otros, es el descubrimiento de un mundo nuevo lleno de posibilidades, donde el encuentro con Dios excede lo antes visto y conocido.
Para otros, es la adrenalina de entrar a un mundo enigmático, lleno de nuevas sensaciones y valores, que les hace saltar y brincar de alegría con cada descubrimiento.
Pero en si: ¿A qué se refería el Apóstol Juan en Apocalipsis con la expresión “El primer amor”? ¿Por qué es que lo anhelamos tanto? ¿Por qué lo extrañamos tanto cuando se va? ¿Se va?
El primer amor, es un enamoramiento surgido de los primeros contactos con Jesús… algo así como un bebé que recién nace y siente por primera vez los brazos y labios de su madre. Surge una total dependencia de ella y el niño llora el silencio, la ausencia, el hambre y hasta la brusquedad del roce de la cobija que lo tapa.
Algunos autores, lo mencionan como el encuentro con “la media naranja” (Una relación de pareja), donde disfrutamos cada rasgo del ser amado, su voz, sus alientos, sus aromas y todo aquello que le corresponda. Queremos estar con él o ella, nos gusta todo, soportamos todo, les creemos todo, les sufrimos todo y esperamos todo de ellos.
¡Pero de pronto suena el despertador! Ringg…ringg… ringg… - Nuestra mano toca apresuradamente nuestra cabeza y se escucha el clamor desde dentro nuestro - ¡Oh Dios¡ ¿Qué me pasó?
Cruel realidad. Bienvenidos a la vida de a de veras.
El crecimiento demanda dolor y equivocaciones. Recuerde cuantas tonterías hizo de niño, como sufrió por ellas, y vea como se ríe de ellas ahora.
Comienza el crecimiento y el conocimiento. El dolor aumenta en cada día de nuestra vida, cuando descubrimos que hay días tormentosos. Empezamos a conocer a nuestra familia (La iglesia) y descubrimos que hay de todo… hasta cristianos. Nuestros hermanitos nos pegan, nos hacen travesuras, heredamos la ropa de los que nos antecedieron y nos obligan a comer espinacas o pescado… que por que nos ayuda a crecer?
Inmediatamente vamos llorando a acusarlos con nuestro Papá, el paciente padre que recibe nuestra queja y nos permite desahogarnos de nuestros dolores infantiles. Nos acaricia y arropa, limpia nuestras mejillas y regaña tímidamente a nuestros hermanos. Nosotros nos bajamos de sus brazos a seguir la vida confortados, sabiendo que tenemos a alguien que nos defiende.
Pero pronto comenzamos a vivir la turbulencia de la responsabilidad, las relaciones personales, el desamor, la economía y tantos afanes. Se nubla la vista y el corazón de tal manera que ya no podemos sentir la entrega y la pasión que vivimos al principio… entonces las voces a nuestro derredor dicen en tono confirmativo: “Perdió el primer amor”. Como si esto fuera el resultado del diagnóstico obligado para todos aquellos que ya tienen un poco de tiempo de haberse acercado a Dios.
Pero: ¿Qué marca tal pérdida? ¿Cómo es que la gente al derredor está tan segura de ello? ¿Existe acaso la forma de no perderlo?
El reclamo de Dios a la iglesia de Efeso en Apocalipsis 2, no era sobre su testimonio cristiano, ni sobre sus obras; ellos se portaban bien y eran fieles… habían dejado de hacer las primeras cosas… el amor. Eran precisos para la religión, celosos guardianes de la fe, conocedores audaces de la doctrina; pero fríos para el amor… y es que la religión, enfría.
Los seres humanos somos demasiado simples para juzgar. A esta simpleza podemos agregar que nos asusta el éxito, por lo que la envidia nos corroe cuando vemos a alguna persona que vive en plenitud y además lo disfruta. Utilizamos nuestros simples juicios como tabla matemática para medir a la gente… dos más dos son cuatro, si la persona deja de levantar las manos, llora, sufre o se deprime; es que perdió el primer amor.
El primer amor, es el resultado de una división en nuestra vida; es una época de conocimiento y exploración del poder y el amor de Dios en nosotros. Nos damos cuenta de las incalculables fortunas que no conocíamos y las disfrutamos… como cuando el niño descubre que su papá tiene auto.
Pero el amor es una decisión; esto es, que no depende de nuestras emociones o actos aparentes. Si bien existe el primer amor, este nos debe de llevar de forma natural al segundo, tercer, cuarto… centésimo amor. Acrecentando nuestra entrega, madurez, amor y gozo por Cristo, sus cosas y su gente.
Las decisiones se acrecientan y refuerzan con el paso de la vida y las pruebas. No es fuerza de voluntad, es la fuerza de la decisión que tomamos. Un día decidimos darle todo nuestro corazón a Jesús y nacer de nuevo; este acto de fe, se basa en dos cosas: En el acto salvador de Dios a través de Jesús y en nuestra decisión de fe al tomarlo. Es precisamente esto lo que nos lleva a vivir por fe… El justo por la fe vivirá.
La vida de fe, comienza con un primer paso… un primer amor; pero la vida sigue… sigue y sigue sin detenerse. Esto nos obliga de forma natural a tomar más pasos y más decisiones de amor. Al principio decíamos que Jesús era lo más hermoso; después, que era el gran amor con el que soñábamos… pasmos a conocerlo como proveedor, sanador, protector, maestro… hasta llegar a niveles más altos de amor y conocimiento tales como: Dios, Amigo, Consejero, Señor, Rey y Padre.