Una Luz para las Naciones
Cuando la iglesia tiene esa clase de visión, impacta al mundo y a su alrededor. Como estadounidense, lo veo con toda claridad en la fundación de este país. Los héroes que sentaron las bases de esta gran nación fueron hombres y mujeres que tenían una gran fe en Dios.
Además, su intención fue que también las generaciones siguientes entendieran y aceptaran la Palabra de Dios, con cuyos principios se fundó esta nación. Un simple recorrido por Washington, D.C. confirma estos principios.
En el edificio del Capitolio, en la sala de oración del Congreso está grabado el salmo 16:1. En la Corte Suprema de Justicia, los Diez Mandamientos aparecen en varios lugares.
La Biblioteca del Congreso, la Cámara de Representantes y el Senado tienen inscripciones bíblicas, al igual que la mayoría de los principales monumentos que se exhiben orgullosamente en toda la ciudad para ser vistos por sus millones de visitantes. Hubo un tiempo en que nuestra herencia bíblica era motivo de honra y de orgullo para los estadounidenses. Pero ese tiempo, me temo, ha pasado.
Una Luz que se Extingue
Hoy en día, usted ve una imagen muy diferente de los Estados Unidos cuando mira las acciones y la actitud del hombre común en la calle. Los que vienen de otros países pudieran preguntar: "Si esta nación fue fundada sobre los principios cristianos, ¿por qué hay tantos problemas?" Independientemente de lo que algunos piensan, no creo que Estados Unidos haya empeorado de la noche a la mañana.
Creo que estamos siendo testigos del fruto de una generación de malas decisiones. Tenemos una nueva generación de dirigentes, que han jurado con sus manos sobre la Biblia; sin embargo, vemos poca o ninguna evidencia de la mano de la Biblia en sus vidas.
Ésta es la generación a la que se le enseñó que la oración no tiene cabida en la escuela; que los bebés no nacidos podían ser eliminados como un asunto de conveniencia; que la evolución ofrece una explicación adecuada del universo, y que la Palabra de Dios no es realmente confiable. A los líderes de hoy se les ha dicho durante toda su vida que Dios no tiene un lugar en "el mundo real" y ahora estamos viendo las consecuencias.
Toman las decisiones que les interesan a ellos, y no a las personas a las que sirven. No es de sorprenderse, porque los que andan en la oscuridad, sencillamente no saben hacia dónde se están dirigiendo.
Estamos dentro de un negativo patrón de pensamiento de gratificación inmediata a corto plazo. Y, lamentablemente, las decisiones que se están tomando hoy tendrán consecuencias duraderas. Nuestros hijos, nuestros nietos y los descendientes de éstos vivirán con el fruto plenamente desarrollado de las decisiones de hoy.
¿Qué habría pasado si nuestros antepasados hubieran pensando de esa manera? Supongamos que hubieran pensado hacer sólo lo que era bueno para ellos —lo que les habría traído riquezas o popularidad. Muchos de estos padres fundadores dieron su vida por la causa, a sabiendas de que jamás llegarían a verlo, pero lo sacrificaron todo para que nosotros pudiéramos disfrutarlo.
Temor de Ofender
Le diré lo que ha sucedido. Hemos llegado a un punto como nación —y como iglesia— en el que tenemos miedo de ofender. Queremos ser aceptados, no polémicos, e inofensivos. Pero escuche bien esto: La iglesia del Señor Jesucristo ofende por naturaleza. O bien ofendemos al Dios todopoderoso por vivir en rebelión contra Él, u ofendemos a los impíos que viven en las tinieblas.
Como creyentes en Jesucristo —no importa dónde vivamos— tenemos que tomar una decisión. Podemos quedarnos sentados y someternos al mundo, o podemos levantarnos, hablar y actuar en el nombre de Cristo. Es hora de que, como iglesia, tomemos una decisión en cuanto a quien vamos a ofender y a quien vamos a agradar.
Los creyentes no podemos culpar a la política ni a los medios de comunicación por lo que está mal en este país. Si queremos hacer bien las cosas en favor de nuestros hijos, tenemos que poner la culpa donde corresponde —sobre nosotros mismos.
La iglesia no sólo ha permitido que sucedan todas estas cosas, sino que ha participado activamente. El mensaje de "aceptación de lo que sea" se ha deslizado hasta al santuario y contaminado el púlpito. Cuando un pastor se para en el púlpito y predica un sermoncito por temor a hablar demasiado o a decir algo demasiado fuerte, ha debilitado a la iglesia y a la nación.
Le digo a usted ahora, como se lo he dicho a mi propia iglesia durante años: Cuando el hombre que está en el púlpito no lee, no cree, ni proclama la Palabra en toda su verdad y en todo su poder, tiene que ser reemplazado de inmediato —y yo debo ser el primero en ser examinado.
Un Faro sucio
¿Qué sucede cuando los vidrios de un faro se llenan de capas de hollín y de suciedad? Es muy obvio: la luz sigue estando allí, pero no puede iluminar bien. Es decir, otros no podrán ver la gloriosa luz, porque está oscurecida por la suciedad. De la misma manera, la suciedad en nuestras vidas empaña y bloquea el fulgor de Cristo en nuestros corazones.
¿Cuál es el origen de la suciedad en nuestras vidas? Le daré siete ejemplos:
1. La inmortalidad sexual. Estamos muchas veces tan impulsados por el deseo de satisfacer nuestros anhelos físicos, que damos poca importancia a las consecuencias prácticas y espirituales.
2. La codicia. Como nación y como iglesia somos movidos por la necesidad del más: más riqueza, más poder, más cosas materiales —no importa el costo.
3. El orgullo. Somos motivados por una falsa sensación de confianza en nuestros logros. Queremos tener éxito de modo que los demás puedan pensar mejor de nosotros por lo que hemos hecho.
4. La gratificación. Queremos la felicidad a cualquier precio, no importa que eso les robe a otros su alegría y su auto realización.
5. La indolencia. Nos hemos convertido en unos perezosos, esperando que el gobierno nos dé todo, o aprovechando la más mínima oportunidad para sacar ganancia de una demanda judicial.
6. La ingratitud. Tenemos una "mentalidad de derechos" mediante la cual pasamos por alto totalmente el sacrificio que han hecho otros para darnos nuestras libertades.
7. La irreverencia. Como nación, hemos perdido el sentido de lo sagrado, ya se trate de iglesias, la Biblia, el nombre de Dios o incluso la vida humana.
El cambio comienza aquí
Usted puede estar sentado en cualquier lugar del mundo ahora mismo, ya sea en América, Asia, África, el Oriente Medio o en cualquier otro lugar del mundo. Pero eso no importa, porque esto se aplica a cada uno de nosotros. Es hora de que los creyentes de todas las naciones den la cara y hablen claro en el nombre de Jesús.
Primera de Pedro 4:17 dice que el arrepentimiento no comienza con los impíos, sino con la iglesia. Tenemos que rechazar las malas decisiones del pasado siglo, y volvernos a Dios. La luz de Dios sigue brillando todavía dentro de sus hijos hoy. Limpie la suciedad y rechace las distracciones de su vida, y conviértase en luminar de esperanza —en un faro— una vez más.
Reflejemos la luz del Salvador
Cómo encender la esperanza en un mundo de tinieblas
por Charles F. Stanley
¿No son hermosos los faros? Yo he viajado por todo el mundo y he visto toda clase de cosas asombrosas e impresionantes, pero los pintorescos faros siguen siendo mis escenas favoritas. Supongo que ésa es la razón por la que he tomado tantas fotografías de ellos a través de los años.
Es que para mí siempre ha habido algo sereno, algo de majestad en un faro. Permítame preguntarle: ¿Para que sirve un faro? ¿Quiénes se benefician de su luz? ¿Qué pasaría sin él? Bueno, se me ocurren dos funciones cruciales. En primer lugar, un faro identifica a un puerto seguro.
En la oscuridad de la noche, la penetrante luz de un faro dirige a los cansados marineros a la comodidad de su hogar. En segundo lugar, su almenara brilla con una señal clara para evitar un naufragio. Es decir, la luz alerta a los barcos del peligro de las rocas o de una recalada inesperada. Sin esta luz, las naves seguramente se estrellarían y se harían añicos.
Con esta imagen en mente, ¿no es interesante lo que Jesús dice en Mateo 5:14-16? Él proclama: "Vosotros sois la luz del mundo... [Por tanto] Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (cursivas añadidas). Refiriéndose, no sólo a cada creyente sino también a las iglesias.
Piense en esa imagen por un momento. ¿Qué pasaría si todas las iglesias fueran en realidad faros? ¿Qué efecto tendría en la comunidad? ¿Cómo cambiaría a la nación? ¿Cómo cambiaría al mundo?
Los Recursos y la Responsabilidad
En este pasaje, Jesús está haciendo hincapié en dos cosas: en nuestros recursos y en nuestra responsabilidad. Es como si estuviera diciendo: "Ustedes no están imposibilitados. Les he dado todo lo que necesitan. Ya tienen la luz dentro de ustedes.
Ahora bien, ustedes tienen la responsabilidad de hacer que esa luz brille delante de todos los hombres. Su tarea es dirigir la luz de la verdad a sus familias, a sus amistades, y a su comunidad. Les estoy enviando para que dirijan a otros a Mí".
Veo a la iglesia exactamente en la misma posición. Dios ha establecido Su iglesia para enviar una luz —la luz de la verdad— a cada corazón. Él quiere que dirijamos a las personas a Él, para que lo conozcan y para que lo representemos en todo lo que hagamos. Ésa es nuestra responsabilidad como cuerpo de creyentes.
Una Luz para las Naciones
Cuando la iglesia tiene esa clase de visión, impacta al mundo y a su alrededor. Como estadounidense, lo veo con toda claridad en la fundación de este país. Los héroes que sentaron las bases de esta gran nación fueron hombres y mujeres que tenían una gran fe en Dios.
Además, su intención fue que también las generaciones siguientes entendieran y aceptaran la Palabra de Dios, con cuyos principios se fundó esta nación. Un simple recorrido por Washington, D.C. confirma estos principios. En el edificio del Capitolio, en la sala de oración del Congreso está grabado el Salmo 16:1. En la Corte Suprema de Justicia, los Diez Mandamientos aparecen en varios lugares.
La Biblioteca del Congreso, la Cámara de Representantes y el Senado tienen inscripciones bíblicas, al igual que la mayoría de los principales monumentos que se exhiben orgullosamente en toda la ciudad para ser vistos por sus millones de visitantes. Hubo un tiempo en que nuestra herencia bíblica era motivo de honra y de orgullo para los estadounidenses. Pero ese tiempo, me temo, ha pasado.
Una Luz que se Extingue
Hoy en día, usted ve una imagen muy diferente de los Estados Unidos cuando mira las acciones y la actitud del hombre común en la calle. Los que vienen de otros países pudieran preguntar: "Si esta nación fue fundada sobre los principios cristianos, ¿por qué hay tantos problemas?" Independientemente de lo que algunos piensan, no creo que Estados Unidos haya empeorado de la noche a la mañana.
Creo que estamos siendo testigos del fruto de una generación de malas decisiones. Tenemos una nueva generación de dirigentes, que han jurado con sus manos sobre la Biblia; sin embargo, vemos poca o ninguna evidencia de la mano de la Biblia en sus vidas.
Ésta es la generación a la que se le enseñó que la oración no tiene cabida en la escuela; que los bebés no nacidos podían ser eliminados como un asunto de conveniencia; que la evolución ofrece una explicación adecuada del universo, y que la Palabra de Dios no es realmente confiable. A los líderes de hoy se les ha dicho durante toda su vida que Dios no tiene un lugar en "el mundo real" y ahora estamos viendo las consecuencias.
Toman las decisiones que les interesan a ellos, y no a las personas a las que sirven. No es de sorprenderse, porque los que andan en la oscuridad, sencillamente no saben hacia dónde se están dirigiendo.
Estamos dentro de un negativo patrón de pensamiento de gratificación inmediata a corto plazo. Y, lamentablemente, las decisiones que se están tomando hoy tendrán consecuencias duraderas. Nuestros hijos, nuestros nietos y los descendientes de éstos vivirán con el fruto plenamente desarrollado de las decisiones de hoy.
¿Qué habría pasado si nuestros antepasados hubieran pensando de esa manera? Supongamos que hubieran pensado hacer sólo lo que era bueno para ellos —lo que les habría traído riquezas o popularidad. Muchos de estos padres fundadores dieron su vida por la causa, a sabiendas de que jamás llegarían a verlo, pero lo sacrificaron todo para que nosotros pudiéramos disfrutarlo.
Temor de Ofender
Le diré lo que ha sucedido. Hemos llegado a un punto como nación —y como iglesia— en el que tenemos miedo de ofender. Queremos ser aceptados, no polémicos, e inofensivos. Pero escuche bien esto: La iglesia del Señor Jesucristo ofende por naturaleza. O bien ofendemos al Dios todopoderoso por vivir en rebelión contra Él, u ofendemos a los impíos que viven en las tinieblas.
Como creyentes en Jesucristo —no importa dónde vivamos— tenemos que tomar una decisión. Podemos quedarnos sentados y someternos al mundo, o podemos levantarnos, hablar y actuar en el nombre de Cristo. Es hora de que, como iglesia, tomemos una decisión en cuanto a quién vamos a ofender y a quien vamos a agradar.
Los creyentes no podemos culpar a la política ni a los medios de comunicación por lo que está mal en este país. Si queremos hacer bien las cosas en favor de nuestros hijos, tenemos que poner la culpa donde corresponde —sobre nosotros mismos.
La iglesia no sólo ha permitido que sucedan todas estas cosas, sino que ha participado activamente. El mensaje de "aceptación de lo que sea" se ha deslizado hasta al santuario y contaminado el púlpito.
Cuando un pastor se para en el púlpito y predica un sermoncito por temor a hablar demasiado o a decir algo demasiado fuerte, ha debilitado a la iglesia y a la nación.
Le digo a usted ahora, como se lo he dicho a mi propia iglesia durante años: Cuando el hombre que está en el púlpito no lee, no cree, ni proclama la Palabra en toda su verdad y en todo su poder, tiene que ser reemplazado de inmediato —y yo debo ser el primero en ser examinado.
Un Faro sucio
¿Qué sucede cuando los vidrios de un faro se llenan de capas de hollín y de suciedad? Es muy obvio: la luz sigue estando allí, pero no puede iluminar bien. Es decir, otros no podrán ver la gloriosa luz, porque está oscurecida por la suciedad. De la misma manera, la suciedad en nuestras vidas empaña y bloquea el fulgor de Cristo en nuestros corazones.
¿Cuál es el origen de la suciedad en nuestras vidas? Le daré siete ejemplos:
1. La inmoralidad sexual. Estamos muchas veces tan impulsados por el deseo de satisfacer nuestros anhelos físicos, que damos poca importancia a las consecuencias prácticas y espirituales.
2. La codicia. Como nación y como iglesia somos movidos por la necesidad del más: más riqueza, más poder, más cosas materiales —no importa el costo.
3. El orgullo. Somos motivados por una falsa sensación de confianza en nuestros logros. Queremos tener éxito de modo que los demás puedan pensar mejor de nosotros por lo que hemos hecho.
4. La gratificación. Queremos la felicidad a cualquier precio, no importa que eso les robe a otros su alegría y su auto realización.
5. La indolencia. Nos hemos convertido en unos perezosos, esperando que el gobierno nos dé todo, o aprovechando la más mínima oportunidad para sacar ganancia de una demanda judicial.
6. La ingratitud. Tenemos una "mentalidad de derechos" mediante la cual pasamos por alto totalmente el sacrificio que han hecho otros para darnos nuestras libertades.
7. La irreverencia. Como nación, hemos perdido el sentido de lo sagrado, ya se trate de iglesias, la Biblia, el nombre de Dios o incluso la vida humana.
El cambio comienza aquí
Usted puede estar sentado en cualquier lugar del mundo ahora mismo, ya sea en América, Asia, África, el Oriente Medio o en cualquier otro lugar del mundo. Pero eso no importa, porque esto se aplica a cada uno de nosotros. Es hora de que los creyentes de todas las naciones den la cara y hablen claro en el nombre de Jesús.
Primera de Pedro 4:17 dice que el arrepentimiento no comienza con los impíos, sino con la iglesia. Tenemos que rechazar las malas decisiones del pasado siglo, y volvernos a Dios. La luz de Dios sigue brillando todavía dentro de sus hijos hoy. Limpie la suciedad y rechace las distracciones de su vida, y conviértase en luminar de esperanza —en un faro— una vez más.