Pero, antes de todo, Párate en la chimenea y estudia la pintura que cuelga sobre ella.
Tu Padre guarda como un tesoro ese retrato. Lo ha colgado donde todos pueden verlo.
Párate delante de él mil veces y cada mirada será tan nueva como la primera. Dejen a un millón mirar el lienzo y cada uno se verá a sí mismo. Y todos tendrán razón.
El lienzo ha captado la tierna escena de un padre y su hijo. Detrás de ellos hay una Gran casa sobre una colina.
Bajo sus pies hay un estrecho sendero.
De la casa el Padre ha descendido a todo correr. Por el sendero avanza penosamente el hijo.
Los dos se han encontrado aquí, en el portón.
No podemos ver el rostro del hijo; está hundido en el pecho de su padre. No, no podemos ver su rostro, pero podemos ver su túnica andrajosa y su cabello greñudo.
Podemos ver el lodo en la parte posterior de sus piernas, la inmundicia sobre sus hombros y la bolsa vacía en la tierra. Una vez la bolsa estuvo llena de dinero. El muchacho estaba lleno de orgullo. Pero eso ocurrió una docena de tabernas antes. Ahora la bolsa y el orgullo están vacíos.
El pródigo no ofrece regalos ni explicación alguna. Todo lo que brinda es olor a cerdos y una excusa estudiada: << Padre, he pecado contra Dios y contra ti, y ya no merezco llamarme tu hijo>> (Lucas 15:21).
Se siente indigno de su herencia. <
Solo hay un problema. A pesar de que el muchacho está dispuesto a dejar de ser hijo, el Padre no quiere dejar de ser Padre.
Aunque podemos ver el rostro del muchacho en la pintura, no podemos dejar de ver el del Padre. Miren las lágrimas que brillan en sus mejillas curtidas, la sonrisa que resplandece a trabes de su barba de plata. Un brazo sostiene al muchacho para que no caiga, el otro lo retiene junto a su pecho para que no dude.
<<” ¡Pronto!”, lo interrumpió el Padre, dirigiéndose a sus esclavos. “Traigan la mejor ropa que encuentren y póngansela. Y denle también un anillo y zapatos. Y maten el becerro más gordo. ¡Tenemos que celebrar esto! Este hijo mío estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y apareció!”>> (Lucas15:22-24, La Biblia al día).
Cuánto habrán anonadado al joven estas palabras: <
Pensaba que había perdido su lugar en el hogar. Después de todo, ¿no había abandonado a su padre? ¿No había malgastado su herencia? Suponía que había perdido su privilegio de ser hijo. Sin embargo, el padre no se rinde tan fácilmente. En su mente, su hijo sigue siendo su hijo.
El hijo pudo salir de la casa pero no del corazón de su padre. Pudo alejarse de la mesa, pero nunca de la familia.
No dejes de captar el mensaje que hay aquí. Quizás quieras dejar de ser hijo de Dios. Pero Dios no está dispuesto a dejar de ser tu Padre.
NUESTRO ABBA
De todos sus nombres, Padre es el favorito de Dios. Sabemos que es el que más le gusta por que es el que más usa. Mientras estaba en el mundo, Jesús llamo<
En las primeras palabras de Jesús que se relatan, dice: << ¿No sabéis que debo estar en los negocios de mi Padre?>> (Lucas 2:49).
En su triunfante oración final, proclama:<< ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!>> (Lucas 23:46). Solo en el evangelio de Juan, Jesús repite este nombre ciento cincuenta y siete veces. A Dios le gusta que lo llamemos Padre. Después de todo, ¿No nos enseñó Jesús a iniciar nuestra oración con la frase <
Es difícil que comprendamos cuán revolucionario era para Jesús llamar a Jehová <
Joachim Jeremías, especialista en Nuevo Testamento, describe con qué rareza se usaba la expresión:
Auxiliado por mis ayudantes he examinado las oraciones escritas del antiguo judaísmo… El resultado de este examen es que no se encuentra en lugar alguno en toda esta enorme cantidad de literatura la invocación de Dios como <
Era una palabra de uso hogareño, familiar. Ningún judío jamás se atrevería a dirigirse a Dios de esta manera, sin embargo Jesús lo hizo en todas las oraciones que nos entregó, con una sola excepción, el clamor desde la cruz: >>Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?>> En el Padre nuestro, Jesús autoriza a sus discípulos a repetir la palabra Abba como Él lo hizo.
Les da participación de su condición de hijo. Autoriza a sus discípulos para que le hablen a su Padre celestial en esa forma familiar y confiada.
Las primeras dos palabras de padre nuestro son ricas en significación: <
LA MISIÓN DE DIOS: LA ADOPCIÓN
Cuando acudimos a Cristo, Dios no solamente nos perdona, también nos adopta. A través de una serie de hechos dramáticos, pasamos de ser huérfanos condenados sin esperanza, a ser hijos adoptados que no tienen temor.
He aquí como ocurre: Llegas ante el tribunal de Dios lleno de rebelión y de errores. Debido a su justicia, Él no puede desdeñar tus pecados, pero por su amor, no te puede despreciar. Así, en un acto que asombró a los mismos cielos, llevó el mismo en la cruz el castigo que merecías por tus pecados.
La Justicia y el amor de Dios quedan satisfechos. Y tú, creación de Dios, eres perdonado. Sin embargo, la historia no termina con el perdón divino.
Romanos 8:15-16,
Gálatas 4:4-5
Ya sería bastante que Dios te hubiera limpiado el nombre, pero ha hecho más. Él te da su nombre. Ya sería bastante que Dios te hubiera dado la libertad, pero hace más. Te lleva a su casa. Te lleva a la gran casa de Dios para que sea tu hogar.
Los padres adoptivos entienden de esto más que cualquier otra persona. No pretendo ofender a algún padre biológico; yo también lo soy. Los padres biológicos sabemos bien el anhelo sincero de tener un hijo.
Pero en muchos casos nuestras cunas se llenan con facilidad. Decidimos tener un hijo y nace un hijo. En realidad, a veces los hijos llegan sin haber tomado una decisión.
He sabido de embarazos no programados, pero nunca he oído de una adopción no programada.
Por eso es que los padres adoptivos comprenden la pasión de Dios al adoptarnos. Saben lo que es sentir interiormente un espacio vació. Saben lo que es buscar, salir con una misión y asumir la responsabilidad de un niño con un pasado manchado y un futuro dudoso.
Si alguien entiende la pasión de Dios por sus hijos, es alguien que ha rescatado a un huérfano de la desesperación porque eso es lo que Dios ha hecho por nosotros.
Dios te adoptó. Dios te buscó, te encontró, firmo los papeles y te llevó a casa.