EL ACEITE DE LA UNCIÓN
Éxodo 30:22-33
Este santo aceite de la unción es un notable emblema del Espíritu Santo, siendo sus usos claramente indicativos de su enfático carácter simbólico. El doctor Kurtz nos recuerda que los orientales empleaban el aceite con tres propósitos bien definidos:
(1) Para ungir el cuerpo.
(2) En la preparación de los alimentos.
(3) Para tener luz en sus lámparas.
De la misma manera el Espíritu Santo da lozanía al cuerpo, fuerza para el corazón y el alma, y brillantez de vida para testimonio a otros. ¡Que Aquel que nunca habla de Sí mismo nos conduzca a la verdad acerca de Sí! Acerca de este aceite, era
I. Santo. «Aceite de la unción santa» (v. 31).
Ésta era su característica esencial y distintiva, porque su principal propósito era santificar y poner aparte para el servicio de Dios. El Espíritu es constantemente designado como «Santo», el Consolador que es el «Espíritu Santo».
El Espíritu no es más santo que el Padre o el Hijo, pero su gran misión es la de santificar entrando en contacto con aquello que ha sido consagrado a Dios. «Sed santos, porque yo soy santo» (Lv. 20:26).
II. Reivindicado por el Señor. «Éste será mi aceite de la unción santa» (v. 31).
El aceite santo era en sí mismo el sello de Jehová. Todo aquello que era tocado por Él quedaba santificado. Era la voz de Dios afirmando su autoridad. Era la mano de Dios que tomaba y separaba los vasos para su uso. El Espíritu Santo es el Espíritu de Dios. Actúa por Él, llevando a cabo su voluntad en la Iglesia, como Casa de Dios. Es don tanto del Padre como del Hijo (Jn. 14:26).
III. Puesto sobre Aarón y sus Hijos. Aarón es un tipo de Cristo, y sus hijos de creyentes en Cristo, que son los hijos de Dios.
Nuestro Aarón recibió su unción en el Jordán, y los hijos en Pentecostés. Fue el mismo aceite el que fue derramado sobre ambos. Así que somos bautizados por el mismo Espíritu que descendió sobre el Cordero de Dios, y con el mismo propósito, para que pudiéramos «servir al Señor». «Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo» (Gá. 4:6).
¡Cuán estrechamente relacionados estaban Aarón y sus hijos en cuanto a privilegios y servicio! ¿Somos nosotros hijos dignos de tal Padre? Este santo aceite de la unción es para cada hijo. Es una gran herencia (1 Jn. 2:27). ¿Has demandado tú esta porción?
IV. Usado para santificar los utensilios, o vasos. «Con Él ungirás el tabernáculo de reunión… con todos sus utensilios… Así los consagrarás, y serán cosas santísimas» (vv. 26-29).
Cada artículo separado, y cada cosa relacionada con el mismo, eran tocados y separados con este santo aceite: la mesa con todos sus utensilios. Ciertamente que está clara aquí la enseñanza.
Como utensilios, si queremos estar dispuestos para el uso del Señor, todas nuestras pertenencias y relaciones deben ser cedidas a Aquel que nos ha llamado y limpiado. Nuestras voluntades, afectos, deseos, pensamientos, todo ello bajo el control de la Santa unción, todo ello reconocido como perteneciente a Dios.
V. No derramado sobre carne de hombre. «Sobre carne de hombre no será derramado» (v. 32).
Solo se podía derramar sobre la mitra pura y blanca del sacerdote, no sobre carne. «Lo que es nacido de la carne, carne es». El Espíritu Santo no santifica jamás la carne por su venida a nosotros o en nosotros. La carne debe ser crucificada; sus obras deben ser mortificadas, no santificadas.
La carne codicia contra el Espíritu, y por ello no puede ser empleada por el Espíritu. La soberbia y el egoísmo de la mente carnal nunca tendrán una unción del Santo. «Sobre carne de hombre no será derramado».
Esta santa unción jamás será dada para nuestra propia gloria. El Espíritu ha venido a glorificar a Cristo (Jn. 16:14), y si no estamos dispuestos y preparados a glorificar a Cristo en nuestras vidas no podemos tener la comunión del Espíritu Santo. Su presencia es poder.
VI. No podía ser puesto sobre extraños (v. 33).
Los extraños eran los que estaban fuera del sacerdocio, los que no eran hijos. Cada hijo, por pobre o ignorante que fuera, podía recibir la santa unción. Nadie más podía. Y ninguna especie de santidad profesional podría tomar su lugar. Era un privilegio heredado por nacimiento. «No engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios» (Jn. 1:13). Somos primero hechos hijos, luego herederos.
VII. No debía ser imitado. «Cualquiera que compusiere ungüento semejante… será cortado de entre su pueblo» (v. 33).
Es imposible para nosotros imitar las acciones del Espíritu Santo sin atraer sobre nuestros espíritus la separadora plaga de la muerte. «Dios no puede ser burlado.»
Hay un algo inescrutable en los ungidos con el Espíritu Santo que no puede ser producido por ninguna erudición, elocuencia o fervor.
Hay un fuego de entusiasmo que no es de Dios, un fuego falso, la impía imitación por parte del «viejo hombre» de la unción de Dios. Ningún celo puede fabricarla, ninguna penitencia puede comprarla. Es el don de Dios. «Recibid el Espíritu Santo» (Jn. 20:22).