El Dios que Perdona | Predicas Cristianas por Ivan Tapia
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad.” - 1 Juan 1:9
¡Qué importante es reconocer que somos pecadores! Hay personas que dicen “yo no me arrepiento de nada”, porque piensan que todo lo que han hecho está bien. Quizás quieren decir que lo que se vivió ya pasó y no se puede mejorar, no se puede rehacer, como reza el dicho “lo pasado es pisado”, ya pasó.
Pero en materia de pecados es diferente. Los pecados están siempre delante de Dios y si no pedimos perdón por ello nos seguiremos sintiendo culpables, estaremos sucios ante la santa presencia de Dios. Necesitamos reconocer que somos pecadores, que somos personas que cometemos errores y faltamos a la Ley de Dios, la ley de Amor del Señor, de muchas formas.
Conocemos los 10 mandamientos y podemos revisar cada uno de ellos y ver que en varios fallamos. No santificamos al Señor en el día de reposo y hacemos cosas que en nada lo bendicen; a veces se prefiere ir a la playa, a pasarlo bien a una fiesta y no estar con el Señor. O bien robamos algo y no siempre se trata de robar un objeto, de quedarse con algo en el supermercado, como esa gente que toma una bebida o un yogurt, deja tirado el envase y luego no lo paga; no se trata solo de ese tipo de robos, también están los que roban el tiempo.
Cuántas personas llaman a otro para hablar sólo tonterías, que hablan y hablan sin ningún propósito; sólo le están robando el tiempo que el otro podría ocupar en algo verdaderamente importante. Pecamos de muchas formas. Matamos también el prestigio de las personas cuando hablamos mal de ellas; es una forma de dar muerte.
¿Qué debemos hacer con estos pecados? Confesarlos ¿A quién? Obviamente a Dios. Abrimos el corazón a Él y le decimos aquello que hemos hecho mal. Sabemos qué está mal porque tenemos la capacidad que Dios nos ha dado de una conciencia sensible al pecado. Nadie puede decir que no tiene esa conciencia, todos la tienen.
Claro está que los agnósticos, los ateos y muchas personas, incluso creyentes, acallan esa conciencia y no la escuchan. Esa conciencia les habla dentro de sí: “Mira tú, esto que hiciste está mal, no es correcto; esto que estás pensando no está bien, pide perdón al Señor”. Pero no lo hacemos, no pedimos perdón a Dios a pesar de que la Palabra nos dice que “si confesamos nuestros pecados él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados”.
También podemos confesar nuestros pecados a Dios a través de otra persona, de un discipulador, de un pastor o un sacerdote y lo estaremos haciendo para el Señor. Ellos no son Dios, pero lo representan. Esa es una forma de confesar. Lo importante es que siempre confesemos nuestros pecados, reconozcamos que somos pecadores y nos liberemos de aquella culpa que produce el pecado. “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley.” (1 Juan 3:4).
El pecado es transgresión de la Ley. Pecar es transgredir una ley de Dios; la Ley de Dios dice no matar, no mentir no robar, no adulterar… Cada pecado es una falta de amor en primer lugar a Dios porque lo estamos ofendiendo al pecar. Es también una falta de amor a nuestro prójimo; si robamos o si adulteramos o si mentimos, pero además es una falta de amor a sí mismo pues al pecar nos estamos ensuciando nosotros mismos, nos estamos embarrando. Entonces es necesario confesar porque al confesar nos liberamos, nos deshacemos de la inmundicia, vomitamos y echamos fuera lo sucio e indecente que al Dios Santo no le agrada.
Ver: Seis Pecados Malintencionados
Dios tiene fidelidad hacia Sus hijos. Nosotros somos infieles al pecar, pero Él es fiel para perdonarnos, pues nos considera Sus hijos amados y por lo tanto está siempre dispuesto a perdonarnos. Obviamente no vamos a abusar de esa fidelidad de Dios; por eso debemos cuidarnos de no pecar.
Dios es Justo. Es lo justo que un padre perdone a su hijo, que lo trate bien y que una madre trate bien a su hija; es justo que le perdone y que le acoja. Nuestros hijos han cometido errores como todo ser humano y nosotros no los culpamos, no los expulsamos de nuestra familia ni le decimos “Tú ya no eres mi hijo” o “yo no te quiero más”. Jamás vamos a decir eso a un hijo, si tenemos el corazón de papá o mamá bien puesto. Dios jamás nos va a echar de Su familia si ya estamos en ella. “11 ¿Qué padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿o si pescado, en lugar de pescado, le dará una serpiente? / 12 ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? / 13 Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (San Lucas 11:11-13). Si ellos nos piden algo se lo daremos con amor; así también nuestro Padre Celestial nos da todo lo que nosotros necesitamos, cuando le pedimos con sinceridad.
En relación con los pecados, si le pedimos perdón a Dios él no nos dará una reprimenda, sino que nos perdonará porque Él comprende nuestra humanidad, que somos débiles y que caemos porque somos una raza caída. Mas Él aprecia que nos arrepintamos, que pidamos perdón, que podamos reconocer que hemos cometido una falta, que le hemos ofendido. Eso lo valora porque indica que somos verdaderamente hijos Suyos que no queremos que nuestro Padre Celestial sufra por nuestros pecados, que somos discípulos de Cristo, nuestro Maestro, y que queremos caminar en forma correcta.
Confesamos nuestros pecados y Él es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad. No sólo nos perdona, no sólo nos dice “Ya, hijo hija, te perdono, entiendo que tú caíste en un momento de debilidad, reaccionaste de esa forma, dijiste unas palabras que ofendieron o hiciste algo que no era correcto. Te perdono por tu debilidad y te limpio de toda mancha, de toda culpa y de todo lo que podría venir a consecuencia de ese pecado. Te limpio de toda maldad porque estás arrepentido”.
Queremos que el Señor nos limpie, lave nuestras conciencias de esa culpa que tenemos. A veces nos culpamos de cosas que no debiéramos culparnos y debiéramos ser más caritativos con nosotros mismos tenernos paciencia. Así como tenemos paciencia con un amigo, con los hermanos, con alguien que actúa de forma inadecuada también necesitamos aplicar paciencia con nosotros mismos que nos cuesta vivir, ser cristianos y obedecer a Dios, vivir conforme a Su mandamiento de Amor.
¡Cuántas veces nos caemos, perdemos la paciencia, no tenemos una actitud misericordiosa y comprensiva con los demás! Entonces actuamos mal y nos culpamos, somos demasiado exigentes con nosotros mismos, muy legalistas y nos culpamos de lo que no debiéramos culparnos. Tenemos culpas de pecados que en realidad no son pecado o no son nuestros pecados sino de otros que nos han dañado.
Otros quisieran que fuésemos de una manera distinta. O uno mismo quiere a veces que los demás sean como nosotros pensamos que deben ser o que deben actuar, pero no es así pues cada ser humano es distinto de los demás.
Dios nos ha hecho diferentes y dentro de nuestras diferencias podemos actuar en forma incorrecta y en ese caso no son los demás los que tienen que calificarnos, sino que es la conciencia que Dios nos ha dado la que debe acusarnos de pecado y nosotros saber que si confesamos nuestros pecados Dios es “fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad.”
Que el Señor nos bendiga y podamos tener siempre esta Palabra en nuestra mente, esta confianza de que Dios no es un juez injusto ni es un dictador sino un Dios que está dispuesto a perdonarnos, sobre todo en este tiempo en que todavía la Gracia del Señor está manifiesta en el mundo a través de su Iglesia, los ministros del Señor, el Cuerpo de Cristo. La gracia de Dios está siempre dispuesta a perdonarnos por nuestros pecados. Él es fiel, Él es justo, Él es perdonador y puede limpiarnos con la sangre de Su Hijo Jesús de toda maldad.
Oración: Padre, gracias por Tu Palabra. Te pedimos que la grabes en nuestra mente y jamás te veamos como un Dios castigador que sólo quiere exigirnos y que está siempre acusándonos, sino como el Dios de Amor que eres, que comprende nuestra humanidad pues estuvo en la tierra y vivió como hombre, pero venció toda tentación.
Mas nosotros no somos Dios sino apenas seres humanos, más tenemos en nuestro interior tu Espíritu Santo que nos ayuda a vencer el pecado. Bendícenos, Señor para que podamos andar en novedad de vida, danos la fortaleza para no pecar, para pensar bien, para actuar bien, para amar al prójimo, a Ti, pero también amarnos a nosotros mismos y no hacernos exigencias tan grandes que nos sintamos mal y cargados de culpa, sino ser con nosotros también justos como justos con nuestros prójimos. Te lo rogamos en el nombre de Jesús. Amén.