1. Naturaleza e importancia del estilo.
El estilo (Stylus) era entre los romanos un instrumento agudo de hierro del cual se servían para escribir en sus tabletas enceradas; y Cicerón emplea el término en sentido figurado y Ciserón empleaba el término en sentido figurado para denotar el modo de escribir o de expresar por escrito los pensamientos, y más tarde se empleó para designar también la manera de hablar.
En la actualidad se aplica a otras muchas cosas, como las bellas artes, los vestidos, etc. El estilo de un hombre es, pues, su manera característica de expresar sus pensamientos, ya sea por escrito o de palabra.
Así como cada uno tiene su propia forma de letra, y aun cuando trate de imitar cierto modelo conservará su estilo propio, también, en un sentido más alto, todo hombre tiene su propio estilo que logrará modificar más o menos por la imitación, pero sin que esta llegue jamás a ser perfecta, pues su propio estilo se sobrepondrá siempre”El estilo es el hombre dijo Bufón”.
Algunas veces se usa el término estilo incluyendo en su significado de idea del arreglo de un tratado o discurso; pero generalmente esta no se incluye en el término.
Por otra parte, a veces se distingue el estilo de la dicción, esto es, del vocabulario que se emplea, el carácter de las palabras y de las frases particulares; pero es mejor considerar la dicción como parte del estilo.
Se ve desde luego la gran importancia del estilo. No puede el estilo separarse de las ideas ni del carácter mental del hombre; el estilo no es solo el vestido, sino la encarnación del pensamiento.
Los oradores y escritores que han ejercido influencia permanentemente y extensa, lo han logrado en virtud de sus buenos pensamientos bien expresados.
Es verdad que a veces la excelencia de estilo a hecho que obras de poco mérito logren gran popularidad, como las historias de Goldsmith y la Vida de Jesús por Renán; y también que se han popularizado algunas ciencias.
Esto viene a demostrar que el estilo no es cosa de mero ornato: es el brillo y pulimento de la espada del guerrero, pero también su filo. El estilo puede hacer aceptable y aun atractivo lo mediocre, y dar a la fuerza, fuerza mayor; puede hacer seductivo el error, mientras que la verdad sea ignorada por carecer de su ayuda.
No debemos, pues, descuidar tan poderoso medio de utilidad, pues si bien Pablo dice: “No mi palabra, ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría,” no quiere decir esto que dejara de expresarse según la filosofía y la retórica que eran entonces populares.
Pues su estilo es un modelo de apasionada energía, y en ocasiones se eleva hasta adquirir una belleza exquisita y sin artificio.
La idea es, por supuesto, la cosa esencial; pero también el estilo es importante. La experiencia de todos los tiempos y el testimonio de todos los maestros nos presentan como inseparable estas dos proposiciones:
1. Que no debemos jactarnos de poseer un buen estilo si carecemos de un caudal interesante de ideas; y 2. Que aun poseyendo un fondo interesante y substancial de ideas, no debemos imaginarnos que el estilo vendrá por sí mismo.
Dedúcese de lo anterior que todo escritor u orador debe dedicar gran atención al mejoramiento de su estilo. La suma excelencia de estilo es necesariamente rara, pues cada discurso, cada párrafo, y aun cada frase es realmente una obra de arte, y son raras las dotes artísticas de todas clases.
Sin embargo, todo hombre que lo procure con dedicación y empeño, puede aprender a decir lo que quiere, a expresar con vigor lo que siente hondamente, y a revestir sus pensamientos de un modo atractivo aunque modesto.
Algunos de los mejores escritores y oradores han tenido dificultad grande para adquirir un buen estilo, y su buen éxito debe animarnos.
2. Medios de mejorar el estilo
El estilo oratórico es uno entre muchas especies, y una variedad del estilo oratórico es el del púlpito. Sin embargo, el estilo característico de un hombre será esencialmente el mismo en toda clase de escritos y discursos; y la cultura mental jamás debe confinarse a la esfera de nuestra principal actividad mental.
Consideremos, pues los medios de mejorar el estilo en general y no sólo en lo que se refiere a la oratoria.
a) El estudio de las lenguas, y particularmente el de la nuestra, es en este respecto de sumo provecho. La ciencia del lenguaje, que en los últimos años ha progresado tanto, no puede considerarse inferior en interés ni provecho a ninguna otra. Pero lo más importante no es el estudio de la ciencia como tal, sino la adquisición práctica del lenguaje.
Cuando se procura esto con sistema y bajo sanos principios, la atención se fija en la naturaleza del idioma en general, en la historia, cambios y capacidad de las palabras, y en la relación de las construcciones sintéticas con las diferentes formas y procesos de pensamiento.
Se observará también las peculiaridades de nuestro propio idioma, desapercibidas por otros. Hay ventaja para los que hablamos español en el estudio del francés, y particularmente del latín y el griego, por las relaciones que con éstos tiene nuestro idioma.
El estudio cuidadoso de otros idiomas es útil, no sólo como parte de la educación en la juventud, sino en todo tiempo, y debe proseguirse, en cuanto sea posible, por toda la vida.
Pero ya sea que tengamos o no conocimiento de otros idiomas, debemos con dedicación estudiar el nuestro. Nuestro idioma es notable por su dulzura, su poder de expresión y su flexibilidad; en uno de los idiomas que se disputan el dominio universal, y en los países extranjeros se da cada día mayor importancia a su estudio.
Si el mejor poeta que el mundo ha conocido fue inglés, el mejor novelista fue español, son numerosas las obras de verdadero mérito que se han escrito en nuestro idioma. Debe, pues, el predicador dar gran atención al estudio de la gramática.
Esta le mostrará sus faltas, y le hará reflexionar sobre el modo de corregirlas Con la costumbres de observar las reglas gramaticales, llegarán estas a sernos innecesarias.
Bueno es añadir que debe el predicador emplear español puro según el uso común, sin aceptar las novedades callejeras o periodísticas, ni introducir los arcaísmos que le son familiares por la lectura de libros antiguos. Debe hablar el español de uso general, evitando por lo regular los provincialismos y peculiaridades locales.
No debe intentar inventar palabras. Madame de Stael dice: “No hay por lo regular mejor síntoma de la esterilidad de ideas que la invención de palabras.” Sólo en caso peculiar convendrá que emplee palabras o frases de idiomas extraños.
En un tiempo era común y se consideraba propio que los ministros citaran mucho latín y griego en sus sermones, y aun los de Wesley abundan en tales citas. Señal de que mejora el gusto es que tal cosa ha dejado de practicarse.
2. El estudio de la literatura contribuye al mejoramiento del estilo, quizá aun más que el estudio directo del idioma. Con la lectura ganamos mucho en el conocimiento del idioma, especialmente en cuanto a riqueza de vocabulario y plenitud de expresión.
Más aún, mediante ella principalmente, es como formamos nuestro gusto literario, cosa de indecible importancia. Bañar nuestras mentes en literatura selecta hasta tenerlas imbuidas de principios correctos de estilo; alimentarla en el estudio de buenos autores hasta adquirir un gusto sano y poder discernir pronta y seguramente entre lo bueno y lo malo, es proceso de resultados altamente provechosos y satisfactorios.
Debemos cultivar la buena literatura, no sólo por sus beneficios positivos, sino también para contrarrestar ciertas malas influencias de gran poder. Pocos de nosotros hemos aprendido desde la niñez a hablar nuestro idioma con gracia y vigor, o siquiera con relativa corrección.
De nuestros compañeros de infancia raras veces ganamos mucho en cuanto a corrección gramatical y buen gusto, y una parte tan considerable de lo que leemos en los periódicos u oímos en conversación adolece de tantos vicios de estilo, que inevitablemente sentimos el efecto.
Tales influencias no solo producen los errores de pronunciación y de sintaxis tan comunes en los oradores educados, sino que también dañan el gusto a tal grado que sólo la aplicación continuada al estudio de la mejor literatura, puede remediar el mal.
Quien quiera formar un buen estilo, debe seleccionar sus periódicos tanto seculares como religiosos en relación con su propósito.
Es agradable pensar que hay tantos buenos autores tanto en español como en otros idiomas, y hará bien el predicador en estudiar tanto los autores clásicos de la literatura española como los sermones de los grandes predicadores franceses, ingleses y americanos, como Bossuet, Massillon, Fuller, Spurgeon, Maclaren, etc.
Mucho podemos también aprender de los grandes oradores seculares, por supuesto sin considerar jamás a ninguno como impecable ni tomarlo como modelo exclusivo.
No hay escritor ni orador en quien no pueda descubridse faltas más o menos notables de estilo. Las hay en Shakespeare, en Milton y en Cervantes; pero debemos aprender de ellos grandes cualidades.
Mucho beneficio derivará el predicador, en cuanto al estilo, de la lectura y estudio cuidadoso de su Biblia. La Biblia contiene casi todas las clases de estilo, y cada una con muchas variedades.
La versión de Valera data del siglo de oro de la literatura española, y si puede ser superada en cuanto a exactitud, no lo será en la pureza de su lenguaje.
Debe añadirse que la conversación ---especialmente con mujeres inteligentes--- influirá grandemente para la adquisición de un estilo claro, variado y atractivo. También ayuda mucho la lectura y escritura de cartas. Las epístolas de Cicerón son mejores ejemplos de estilo que sus mismas oraciones.
Libro: Tratado sobre la predicación
Editorial: C.B.P