El Valor del Afecto
SI YO SUPIERA QUE esta es la última vez que te veo salir por la puerta, te daría un fuerte abrazo y un gran beso, y te llamaría solamente para decirte: “Te amo”. Si supiera que esta es la última vez que te voy a ver, me detendría para decirte “te amo”, en lugar de asumir que lo sabes. Te besaría cinco veces más y, al final, te daría un fuerte abrazo.
Si las lágrimas brotaran espontáneamente, dejaría que corrieran sin disimular que te amo. Y porque no sé cuándo será la última vez que te voy a ver, a partir de hoy viviré cada instante que tengo para decirte cuánto te amo, te valoro y te aprecio. Pasarán los años y de ellos recordaremos el abrazo y los momentos que pasamos juntos». Hermosas palabras de Julián para su padre.
Acaso algo podría ilustrar mejor lo que es el afecto? El Diccionario de la Real Academia Española define afecto como la inclinación hacia algo o hacia alguien y añade que tiene que ver con el alma, con sus pasiones; especialmente, con el amor y el cariño.
La forma vital de proveer a la persona amada la seguridad de que es aceptada, valorada y apreciada es a través del afecto demostrado con el contacto físico, con palabras de afirmación y con acciones que lo demuestren. El apóstol Pablo lo expresa así:
«Por tanto, si sienten algún estímulo en su unión con Cristo, algún consuelo en su amor, algún compañerismo en el Espíritu, algún afecto entrañable, llénenme de alegría teniendo un mismo parecer, un mismo amor, unidos en alma y pensamiento. No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos. Cada uno debe velar no sólo por sus propios intereses sino también por los intereses de los demás». Filipenses 2:1–4
El expresar y recibir afecto nos provee de fuerza para no rendirnos ante la adversidad y los desafíos de la vida. Desde la niñez hasta la ancianidad, las personas necesitamos amar y ser amadas, valorar y ser valoradas, apreciar y ser apreciadas.
Escuché la historia de un niño de 4 años, que observando a su vecino llorar por el dolor de haber perdido a su esposa, fue y se subió a su regazo. Cuando su mamá le preguntó qué le había dicho al anciano que de repente dejó de llorar, el pequeño niño le contestó: «Nada . . . Solo le ayudé a llorar». Ese es el milagro del afecto sincero: ayuda a que las personas se sientan amadas, aceptadas, consoladas y valoradas.
Sin embargo, es necesario reconocer que no todos manifestamos de la misma forma lo que conlleva la expresión de afecto. Las diferencias son amplias y varían según el entorno familiar y social en que nos hemos criado. El ambiente nos enseña a ser más o menos expresivos, tanto verbalmente (te quiero), como físicamente (un abrazo o un beso).
Por lo tanto, encontramos personas a las que se les dificulta expresar y recibir muestras de afecto porque no lo han visto o aprendido en sus hogares, porque les da temor dar una imagen de debilidad y quieren ocultarse ante una expresión dura para no ser heridos.
Cuando crecemos en ambientes donde expresar amor es un símbolo de debilidad, nos sentimos mal al expresarlo. Un día, en una charla sobre este tema, Liliana nos compartió cómo esto la marcó: «Mi padre me decía: “No llores, porque eso muestra debilidad; el mundo es de los fuertes, no de los débiles”.
Por eso no lloraba nunca. Aprendí a llorar en la iglesia. No soy de expresar afecto; es una coraza, y la utilizo de protección, porque así lo aprendí. Mis padres son buenos, pero no expresan sentimientos. He aprendido a tener relaciones más cercanas con personas que aprecio, pero no sé cómo expresar afecto. Mis hijas son así como soy yo: “no me toquen mucho”, “no quiero que estén cerca”; con todo el mundo hay un límite.
Admiro a los que se relacionan abiertamente con todos, yo soy más controlada. No soy de las que lloran, pero me duele que mi esposo me diga que no llore cuando quiero hacerlo. Cuando él me dice eso, me recuerda a mis padres.
Él no sabe lidiar con mis lágrimas. Cuando eres así, la gente piensa que no sientes, porque te ven fuerte. Pero sí sientes, solo que no lo expresas. Encima, la gente te malinterpreta. Al contrario, uno sí lo siente y lo sientes más porque expresas menos. No es fácil vivir así, porque muchas veces quisiera abrazar y decir un “te amo” espontáneamente, pero no me nace. No era lo propio en casa».
Este relato de Liliana también nos da pie para mencionar otro punto, y es el de los prejuicios sociales; por ejemplo, la ideología machista, que no le permite al varón expresarse afectuosamente porque lo considera un comportamiento netamente femenino, lo que además lo imposibilita para saber manejar la expresión de las emociones en otros.
No es raro leer en redes sociales esta frase: «Se le quiere», cuando un buen amigo apoya a otro en alguna eventualidad, como si decir: «Te quiero, amigo» fuera un insulto.
En todos estos casos hay que tener paciencia. No presione a nadie a hacer lo que en ese momento no siente expresar. Es un trabajo en el que su ejemplo es clave y la paciencia es importante.
La comprensión, la perseverancia y el cariño es lo que permitirá, a individuos poco expresivos, conocer el camino al cambio y el valor del afecto. Por ello, aprenda a valorar las diferencias y a preguntar qué significa el afecto para la otra persona; esto puede ayudar a descubrir maneras de llegar al corazón de su familia. Recuerde: el amor se aprende, el don de dar y recibir afecto crece y se desarrolla cuando una persona vive con quienes expresan cariño.
Le transcribo lo que le escribió una hija a su padre el día de su cumpleaños: «Cómo no admirarte, si eres un ejemplo de amor, amistad, compañía, apoyo; eres todo, papi. Agradezco a Dios por ponerte a ti como mi guía.
¡Gracias por estar siempre! ¡Te Amo con todo mi corazón! ¡Eres un ejemplo digno de admirar!». Cuando las palabras brotan del corazón, se recuerdan para siempre. Por eso, si le cuesta verbalizarlo, escríbalo. Si le cuesta escribirlo, invite a cenar a la persona y hágalo en su honor. Pero no se guarde lo que siente, porque expresar afecto nos acerca.