Enfrentemos al Gigante del Temor. Predicación de David Jeremiah
El temor hace algo predecible: nos distorsiona la visión. El temor nos roba la perspectiva. Escuche cómo Moisés resume las actitudes de su pueblo:
“Y murmurasteis en vuestras tiendas, diciendo: Porque Jehová nos aborrece, nos ha sacado de tierra de Egipto, para entregarnos en manos del amorreo para destruirnos. ¿A dónde subiremos? Nuestros hermanos han atemorizado nuestro corazón, diciendo: Este pueblo es mayor y más alto que nosotros, las ciudades grandes y amuralladas hasta el cielo; y también vimos allí a los hijos de Anac” (Deuteronomio 1:27-28).
El temor distorsiona los propósitos de Dios
El temor saca lo peor de nosotros. Nos lleva a la queja, a la desconfianza, a la acusación y a la desesperación. Todo podemos verlo en estos versículos. Dios había provisto la victoria sobre los opresores egipcios. Los liberó a través del desierto.
Les ofreció un nuevo plan para vivir a través de los mandamientos del Monte Sinaí. Y ahora les ofrecía inmuebles, el don de una nueva tierra para edificar una nación. Pero, atemorizado, el pueblo permanecía acobardado en sus tiendas, acongojados por las intenciones de Dios: “Dios nos trajo hasta acá para entregarnos en manos del amorreo”.
¿No es cierto que el temor nos hace esto? Cuando usted habla con un aterrorizado amigo o familiar, quisiera decirle: “¡Pero eso es absurdo!” Porque para nosotros es fácil ver la irracionalidad y ausencia de perspectiva de otras personas gobernadas por el temor.
Los espías trajeron un cuadro distorsionado e infectaron a la nación entera. “¡Hay gigantes en la tierra! ¡Anakim!” Esa palabra llevaba el terror para los israelitas. Era sinónimo de gigantes monstruosos y merodeadores. Pero, por supuesto, mientras que veían un gigante o dos, el único formidable gigante era el que estaba dentro de sus cabezas, y ese era el temor.
Vale la pena leer el relato paralelo en Números 13:32-33, donde vemos los temores de los espías pintados aún en tonos más oscuros. La tierra “devora a su habitantes”, dijeron. “Éramos como langostas ante nuestros ojos”.
El temor es un ejército de gigantes, porque se multiplica, uno se transforma en muchos. Al mismo tiempo que hace eso, también nos transforma en langostas ante nuestros ojos.
Perdemos de vista la promesa de que podemos hacer todas las cosas a través de Aquel que nos fortalece. Perdemos la habilidad de ver todas las cosas en su verdadera perspectiva. El temor, no el objeto del temor, devora a sus habitantes
En la imaginación de los espías había cantidad de ciudades fortificadas, atestadas de gigantes. Sus perspectivas estaban tan distorsionadas que aún transformaron a Dios en un gigante malvado. “Nos ha traído todo este camino para que seamos la comida de los impíos”, decían.
Desafío a cualquier persona para que encuentre algún tipo de lógica detrás de esta conclusión. Pero, ¿todos no hemos dicho cosas como estas? “¡Dios quiere atraparme! ¡Me trajo todos este camino para hacer de mí un miserable!” Cuanto más grande es el temor, más débil el razonamiento.
El temor distorsiona nuestra percepción de los propósitos de Dios, nos muestra la vida a través de espejos curvados, como los de los parques de entretenimientos, pero sin la diversión.
Enfrentemos al Gigante del Temor
Dios ansía que usted y yo simplemente aceptemos los regalos de su mano. Tiene el hogar más maravilloso y adecuado para alguien, un compañero para toda la vida, nuevas y emocionantes oportunidades para el ministerio y orientación en la carrera. Pero el temor nos impide aceptar estos premios.
Con frecuencia aconsejo a mis amigos que sienten el tironeo de Dios en sus corazones. Él tiene algo especial para que hagan, y pueden esperar abundantes bendiciones, si solamente son obedientes y confían.
Quieren aceptar el llamado, pero el temor los detiene, siempre hay un nuevo temor. ¿Qué pasa si tomo la decisión equivocada? ¿Y si no es el compañero indicado para mí? ¿Qué pasa si fracaso en esta aventura de negocios? ¿Y si extraño cuando estoy en la obra misionera? ¿Qué pasa sí, qué pasa sí…? Simplemente les resulta imposible aceptar la sencilla verdad de la naturaleza confiable y amante de Dios.
Parece que no registran que Él jamás llama a sus hijos para dejarlos solos después. (¿Nos habría traído tan lejos para dejarnos en manos de los amonitas?)
Y he visto a dónde lleva esta falta de confianza: directamente al umbral de la angustia. Los que se niegan a aceptar el don de Dios se condenan a una vida de vagabundear sin destino por el desierto de sus trabajos y comunidades, y de sus sueños rotos.
La pregunta que quiero hacerle es: ¿no resulta ese tipo de desilusión en la vida algo para temer mucho más que el riesgo de creer lo que Dios dice? Por supuesto que lo es. La pregunta, entonces es, ¿qué hacer? ¿Cómo enfrentar nuestros temores?
Enfrente su temor con honestidad
Puede ser que desee que los temores se desvanezcan o se desgasten, pero no se irán a ninguna parte, no lo harán por sí solo. Si quiere derrotarlos, debe ser como David: ¡junte sus piedras y avance con coraje!
Primero trate de entender qué hay en la raíz de sus temores. Con frecuencia las personas se me acercan y dicen: “No sé de qué tengo miedo; simplemente tengo un espíritu de temor”.
¿Es esa su experiencia? Mire un poco más detenidamente y lea más específicamente qué es lo que le causa esos sentimientos. Pídale a Dios que examine su corazón. Él sabe en dónde reside el problema, pero usted necesita dejar que Él se lo muestre. De lo contrario huirá corriendo y, como Jonás, descubrirá que puede correr, pero no esconderse.
No hay lugar a dónde huir. Mejor detenerse y enfrentar la verdad del temor. ¿Qué es lo que realmente le preocupa? ¿Por qué?
Confiese su temor como pecado
Hemos visto ya que el temor se convierte en desobediencia. Dios dice: “No temáis”. Pero tememos; por lo tanto, estamos en pecado. La única cosa que nos resta hacer es venir ante Dios para una confesión honesta.
Nuevamente, esta puede parecer una instancia dura o irreal.
Después de todo, no podemos evitar lo que sentimos, ¿no es cierto? Hasta cierto punto eso es verdad. Las emociones nos vienen por sí solas. Pero también es verdad que tenemos el poder de influenciar nuestros sentimientos. Podemos elegir voluntariamente obedecer la voz de Dios.
Podemos hacer la decisión diaria y seria de llenar nuestras vidas, pensamientos y planes con su Palabra y su verdad. “Busqué a Jehová, y él me oyó, y me libró de todos mis temores” (Salmo 34:4). Caminar con Dios es caminar libre de temores.