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PREDICAS CRISTIANAS

Fe en Dios Oracion a Dios Guerra Espiritual

Haz Oraciones Audaces

Max Lucado

Jesús dijo que si tienes fe, puedes decirle a una montaña que se mueva y salte al mar. ¿Qué es tu montaña? ¿Cuál es el reto de tu vida? Tu oración puede hacer la diferencia. Por Max Lucado

Grupo de cristianos orando a Dios tomados de las manos

Grupo de cristianos orando a Dios tomados de las manos



HAZ ORACIONES AUDACES
Josué 9–10

Cuando un compañero de trabajo de Martin Lutero se enfermó, el reformador oró por sanidad con mucha audacia. «Le supliqué al Todopoderoso con gran vigor», escribió. «Le ataqué con sus propias armas, citando de las Escrituras todas las promesas que podía recordar, le dije que las oraciones debían ser concedidas y le dije que tenía que contestar mi oración si de ahí en adelante quería que pusiera mi fe en sus promesas».

En otra ocasión, su buen amigo Frederick Myconius estaba enfermo. Lutero le escribió: «Te ordeno en el nombre de Dios que vivas pues todavía te necesito en la obra de reformar la iglesia [...] El Señor nunca me permitirá escuchar que te has muerto, sino que te permitirá que me sobrevivas. Esta es mi oración, esta es mi voluntad y que así sea hecho porque todo lo que busco es glorificar el nombre de Dios».

Mientras John Wesley estaba atravesando el Océano Atlántico, se topó con vientos contrarios. Estaba leyendo en su cabina cuando se percató de que afuera había algo de confusión. Cuando se dio cuenta que los vientos estaban desviando el rumbo del barco, respondió con una oración. Adam Clarke, un colega, escuchó la oración y tomó nota de ella.

Dios todopoderoso y eterno, tienes dominio sobre todo, y todas las cosas sirven al propósito de tu voluntad, tú tienes a los vientos en tus puños, te sientas sobre torrentes de agua y reinas para siempre. Ordénales a estos vientos y a estas olas que te obedezcan y llévanos de forma rápida y segura hasta el puerto donde debemos llegar.

Wesley se levantó de sus rodillas, tomó su libro y siguió leyendo. Dr. Clarke subió a cubierta, donde encontró vientos tranquilos y a un barco en rumbo. Sin embargo, Wesley no hizo ningún comentario sobre la oración contestada. Clarke escribió: «Él estaba tan seguro que sería escuchado que dio por sentado que lo había sido».

¿Cuán audaces son tus oraciones?

La audacia en la oración es una idea que incomoda a muchas personas. Pensamos en hablarle a Dios con delicadeza, humillarnos ante Dios o entablar una charla con Dios... ¿pero sufrir con angustia ante Dios? ¿Bombardear los cielos con oraciones? ¿Dar de puños en la puerta del Altísimo?

¿Pelear con Dios? ¿Acaso no es esa una oración irreverente? ¿Atrevida?

Lo sería si Dios no nos hubiera invitado a orar de esa manera. «Así que, cuando tengamos alguna necesidad, acerquémonos con confianza al trono de Dios. Él nos ayudará, porque es bueno y nos ama» (Heb 4.16 TLA).

Josué lo hizo, pero no antes de no hacerlo. Su vida de oración nos enseña lo que ocurre cuando no oramos y también nos dice cómo orar.

En los días que siguieron a la asamblea en Siquem, un grupo de extranjeros llegó al campamento de Josué. Le dijeron: «Tus siervos han venido de tierra muy lejana» (Josue 9.9). Se presentaron a sí mismos como peregrinos desdichados de un lugar distante. Todo parecía coincidir con su historia.

Su ropa hecha de saco, sus sandalias y su vestimenta estaban desgastados. Hasta el pan estaba seco y mohoso. Pidieron ser aliados de los hebreos. Alabaron los logros de Dios, y les pidieron a Josué y a sus hombres que hicieran pacto con ellos. Josué ponderó las opciones, y sus dirigentes al fin se pusieron de acuerdo.

Pasaron tres días antes de que Josué se diera cuenta que le habían tomado el pelo. Aquella gente no era de una tierra lejana; eran de Gabaón, a un día de distancia a pie. Su vestimenta desgastada era un camuflaje. Pretendieron ser extranjeros porque sabían que los hebreos habían saqueado a Jericó y a Hai.

Y quizás sabían que las leyes de Dios hacían provisión especial para las ciudades fuera de Canaán (Deuteronomio 20.10–12). Cualquiera ciudad que acordara hacer paz con ellos sería perdonada. Y como tenían miedo, recurrieron al engaño.


¿Por qué Josué y sus ancianos no detectaron la artimaña? Porque «no consultaron a Jehová» (Jos 9.14). La práctica de los hebreos debía ser orar primero, actuar después. A Josué le fue dicho: «se pondrá delante del sacerdote Eleazar, y le consultará por el juicio del Urim delante de Jehová» (Numeros 27.21).

Josué no lo hizo. Él y su concilio establecieron alianza con el enemigo porque no buscaron el consejo de Dios.

Nos conviene aprender del error de Josué. Nuestro enemigo también entra disfrazado en nuestro campamento. «Satanás mismo se disfraza de ángel de luz» (2 Corintios 11.14 NVI). Él es astuto. Por eso es vital que...

Consultemos a Dios en todo. Siempre.

De inmediato. Rápidamente. Vive con un oído hacia el cielo. Mantén una línea abierta con Dios.
«Dios, ¿viene de ti esta oportunidad?».
«Dios, ¿estás tú en esta empresa?».
«Dios, ¿debo seguir este camino?».

En cada decisión. Ante cada encrucijada. Reconócelo, préstale atención, pregúntale: «¿Viro a la derecha o a la izquierda?». «Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas» (Proverbios 3.5–6).

Nuestra relación con Dios es exactamente eso: una relación. Su invitación es clara y sencilla: «Ven y conversa conmigo» (Salmo 27.8 NTV). ¿Y nuestra respuesta? «Aquí vengo, SEÑOR» (v. 8 NTV). Nosotros permanecemos con él y él permanece con nosotros. Él nos concede la sabiduría según la necesitamos.

Él nos ayudará en contra del diablo. Expondrá las artimañas de Satanás. No obstante, debemos consultar con él regularmente. Su palabra es una «lámpara [...] a [nuestros] pies» (Salmo 119.105), no un reflector hacia el futuro. Él nos da suficiente luz para dar el siguiente paso.

Los Días de Gloria son lo que son porque aprendemos a escuchar la voz de Dios diciéndonos que viremos hacia este lado o hacia el otro. «Tus oídos lo escucharán. Detrás de ti, una voz dirá: “Este es el camino por el que debes ir”, ya sea a la derecha o a la izquierda» (Isaias 30.21 NTV).

Refiere toda decisión al tribunal del cielo. Como David, puedes pedirle a Dios «inclina a mí tu oído, rescátame pronto» (Sal 31.2 LBLA). Espera a que Dios hable antes de actuar. Sé paciente. Monitorea tu impulso. «Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos» (Sal 32.8). Si sientes en tu corazón que debes revisar algo, préstale atención y pregúntale a Dios otra vez. Esta es la única manera de burlar los engaños del diablo.

Consulta a Dios en todo y... Pídele a Dios cosas grandes.

Josué lo hizo. La alianza con los gabaonitas pronto demostró ser problemática. Los otros reyes de Canaán los veían como traidores y se propusieron atacarlos. Cinco ejércitos atacaron al pueblo de Gabaón. Fueron superados en número. Pero como los gabaonitas tenían alianza con Josué, les pidieron ayuda a los hebreos. Y como les había dado su palabra, Josué no tuvo otra opción que acudir a su rescate.

Y subió Josué de Gilgal, él y todo el pueblo de guerra con él, y todos los hombres valientes. Y Jehová dijo a Josué: No tengas temor de ellos; porque yo los he entregado en tu mano, y ninguno de ellos prevalecerá delante de ti. Y Josué vino a ellos de repente, habiendo subido toda la noche desde Gilgal. (Josué 10.7–9)

Los cinco reyes nunca tuvieron una oportunidad. Aparentemente no esperaban que Josué respondiera con tanto fervor. Huyeron y los hebreos los persiguieron muy de cerca. Y mientras el ejército de Josué rugía detrás de ellos, las nubes comenzaron a rugir encima de ellos. «Grandes piedras de granizo» cayeron del cielo, como en un intenso bombardeo aéreo (v. 11 TLA).

Josué vio el granizo cayendo y anticipó la puesta del sol. Era mediodía. Necesitamos más tiempo, pensó. El anochecer les daría a los enemigos una oportunidad para reorganizarse. Si tan solo tuviera unas pocas horas adicionales de luz natural, podría ganar la batalla y asestarles un golpe decisivo. Así que comenzó a orar. Josué no había orado con respecto a los gabaonitas. No cometió el mismo error dos veces.

Ese día en que el SEÑOR entregó a los amorreos en manos de los israelitas, Josué le dijo al SEÑOR en presencia de todo el pueblo:
«Sol, deténte en Gabaón,
luna, párate sobre Ayalón».

El sol se detuvo y la luna se paró, hasta que Israel se vengó de sus adversarios.

Esto está escrito en el libro de Jaser. Y, en efecto, el sol se detuvo en el cenit y no se movió de allí por casi un día entero. Nunca antes ni después ha habido un día como aquél; fue el día en que el SEÑOR obedeció la orden de un ser humano. ¡No cabe duda de que el SEÑOR estaba peleando por Israel! Al terminar todo, Josué regresó a Guilgal con todo el ejército israelita. (vv. 12–15 NVI)

Esta fue una oración impresionante y sin precedentes. El narrador, sabiendo que los lectores se sorprenderían ante la historia, hizo referencia al libro de Jaser, un tomo fuera de la Biblia que contiene historia del pueblo hebreo. De hecho, lo que estaba diciendo era: «Si te cuesta trabajo creer esto, entonces búscalo en el libro de Jaser».

El versículo que merece tu marcador es el 14. «El SEÑOR obedeció la orden de un ser humano». Dios, en su providencia, presionó el botón de pausa del sol. Él escogió escuchar y prestar atención a la petición de Josué. ¿Haría él algo similar por nosotros?

Quizás lo único que tienes es a Dios y la oración. Como Josué, enfrentas batallas. Cinco reyes te están amenazando. Desaliento, decepción, derrota, destrucción, muerte. Rugen en tu mundo como una pandilla de Hells Angels en sus motocicletas. Su meta es perseguirte hasta que regreses al desierto.

No cedas ni un poquito. Responde con oración; oración honesta, continua y audaz.

Eres un miembro de la familia de Dios. No te acercas a Dios como un extranjero, sino como heredero. Acércate a su trono confiadamente. Preséntale tus peticiones con fervor no debido a lo que tú has alcanzado sino por lo que Cristo ha hecho. Jesús derramó su sangre por ti. Tú puedes derramar tu corazón ante Dios.

Jesús dijo que si tienes fe, puedes decirle a una montaña que se mueva y salte al mar (Mr 11.23). ¿Qué es tu montaña? ¿Cuál es el reto de tu vida? Pídele ayuda a Dios. ¿Hará él lo que tú quieres? No puedo decirte, pero de algo sí estoy seguro: él hará lo que es mejor.

Invoca a Dios. Proclama el nombre de Jesús.
«Pidan, y se les dará» (Mt 7.7 NVI).
«Les aseguro que si ustedes tienen confianza y no dudan del poder de Dios, todo lo que pidan en sus oraciones sucederá» (Mt 21.22 TLA).
Sí, es una batalla, pero no peleas en vano.

Consulta a Dios en todo. Pídele cosas grandes.
Y trae un tubo de protector solar adicional, porque el día de la victoria será bien largo.


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Publicado: 2017-11-17 Editado: 2017-11-17 Predicas Cristianas 12760
Max Lucado

Max Lucado

Max Lucado, nacido en Estados Unidos en 1955, es un escritor cristiano superventas y ministro escritor y predicador en la Iglesia Oak Hills Church of Christ en San Antonio, Texas.

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