El Espíritu Santo preside la Iglesia
Dice la Biblia en el libro de los Hechos «...Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y maestros: Bernabé, Simón el que se llamaba Niger, Lucio de Cirene, Manaén el que se había criado junto a Herodes el tetrarca, y Saulo. Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado.
Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron...» (1). Si pensamos un poco en este pasaje tenemos que reconocer: ¡Qué cuidadosos tenemos que ser con las cosas de Dios! Los líderes de la iglesia primitiva oraban, ayunaban y ministraban al Señor y de esa manera buscaban la guía del Espíritu para enviar a sus obreros. Oraban y ayunaban hasta tener la plena confirmación de parte de Dios de los pasos a dar. Ellos oraron y ayunaron hasta que: «...dijo el Espíritu
¡Qué enseñanza para nosotros! Cuando se ora para enviar nuevos obreros es porque ya el Espíritu los tiene señalados desde hace mucho tiempo, y al orar no se lo hace por costumbre, sino que se los confirma y respalda ministerialmente para que vayan y hagan la obra del Señor, y (sin temor lo digo) para hacer un desastre en el campo enemigo.
En la iglesia comprada con la sangre de Jesucristo, el Espíritu Santo es el que preside, el que ministra, el que gobierna, el que llama, el que dirige y el que envía, y usa a hombres con ministerios y llenos de su gracia y de su unción.
El Espíritu Santo se mueve a través de la iglesia que es el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, quien está sentado «...sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero...» y tiene sometidas «...todas las cosas bajo sus pies...» (2)
El Espíritu Santo preside la obra misionera
El Espíritu Santo envía y preside la obra misionera. El Espíritu Santo maneja las cosas como el quiere. Pareciera que hubiera cosas que no entendemos mucho y que desearíamos que no estuvieran en la Biblia, sin embargo, es el perfecto equilibrio escritural. Leemos en Hechos 16: «...Y atravesando Frigia y la provincia de Galacia, les fue prohibido por el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia; y cuando llegaron a Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu no se lo permitió. Y pasando junto a Misia, descendieron a Troas.
Y se le mostró a Pablo una visión de noche: un varón macedonio estaba en pie, rogándole y diciendo: Pasa a Macedonia y ayúdanos. Cuando vio la visión, en seguida procuramos partir para Macedonia, dando por cierto que Dios nos llamaba para que les anunciásemos el evangelio...» (3)
¡Qué tremendo este pasaje! Pablo y Silas habían comenzado un viaje misionero con toda la fuerza de Dios y querían predicar en Asia, pero de repente dice la Biblia que: «...les fue prohibido por el Espíritu Santo...» Parece algo contradictorio, pero el Espíritu Santo se lo prohibió. Todos conocemos muy bien el profundo significado de la palabra “Prohibido”. Cuando vamos por la calle y vemos un cartel que dice PROHIBIDO PASAR, sabemos que si desobedecemos esa ordenanza nos vamos a meter en problemas.
Y de pronto, quisieron ir a otro lugar y pasó lo mismo. Esto parece muy extraño, y si nos pasara a nosotros hasta diríamos: “..es el diablo que no nos deja pasar..”, pero vemos a aquellos varones consultando a Dios, buscando su guía. ¡En cuántas ocasiones salimos y nos movemos caprichosamente! Cuántas veces decimos “..siento del Señor..” y tomamos la dirección que nos parece.
Es fundamental remarcar esto: En cada paso que vamos a dar, consultemos si tenemos la aprobación de Dios en nuestros caminos. Por eso dice el proverbio: «...no seas sabio en tu propia opinión...» Gracias a Dios que el mismo Espíritu que guió a Israel en el desierto, que guió a los apóstoles en el Nuevo Testamento, es el que nos puede guiar en este tiempo. Recuerde esta palabra: «...tomará de los mío y os lo hará saber...»
Y el hecho de orar continuamente por nuevos obreros demuestra que la obra de Dios sigue su avance, que no se detiene a pesar de los problemas y circunstancias difíciles, pero recordemos que el Espíritu Santo es el que preside, porque nosotros podemos equivocarnos. Por eso, que bueno es tener disposición del corazón para oír la voz del Señor, para oír la voz de sus siervos y para saber si lo que estamos haciendo es su voluntad.
¿Le estamos preguntando al Señor? Pablo y Silas no se equivocaron, porque vivían en una plena consulta con Dios ¡Ayúdame Señor a consultarte siempre! Los buenos reyes del Antiguo Testamento no se movían sin consultar a Dios por medio de los profetas, y en este tiempo, la iglesia del Señor no marcha con fuerza humana ni en la voluntad de la carne, avanza a través de la guía del Espíritu Santo. Amén.
¿Cómo puede ser que Dios les prohibió? Estemos atentos, no todo lo que a nosotros nos parece es lo que Dios quiere. Querido hermano, hay muchas cosas que pueden parecernos buenas, pero dice el proverbio: «...Hay camino que al hombre le parece derecho; Pero su fin es camino de muerte...» (4) ¡Líbranos Señor, de caminar en el parecer de nuestra mente! No estamos para andar en los pensamientos y antojos de nuestro corazón, estamos para caminar bajo la unción y la guía de Dios. Amén.
La guía del Espíritu y la persecución
Luego que apareció en visión ese varón macedonio pidiendo ayuda, es entonces que estos varones entendieron que ya no era el sentir caprichoso de la carne y que estaban recibiendo claridad y dirección de parte del Espíritu: «...en seguida procuramos partir para Macedonia, dando por cierto que Dios nos llamaba para que les anunciásemos el evangelio...» De esta manera, viajaron a Macedonia y comenzaron a predicar en la ciudad de Filipos, en donde nacería una gran iglesia. Leemos en Hechos 16: «...Zarpando, pues, de Troas, vinimos con rumbo directo a Samotracia, y el día siguiente a Neápolis; y de allí a Filipos, que es la primera ciudad de la provincia de Macedonia, y una colonia; y estuvimos en aquella ciudad algunos días. Y un día de reposo salimos fuera de la puerta, junto al río, donde solía hacerse la oración; y sentándonos, hablamos a las mujeres que se habían reunido.
Entonces una mujer llamada Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía.
Y cuando fue bautizada, y su familia, nos rogó diciendo: Si habéis juzgado que yo sea fiel al Señor, entrad en mi casa, y posad. Y nos obligó a quedarnos. Aconteció que mientas íbamos a la oración, nos salió al encuentro una muchacha que tenía espíritu de adivinación, la cual daba gran ganancia a sus amos, adivinando.
Esta, siguiendo a Pablo, y a nosotros, daba voces, diciendo: Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación. Y esto lo hacía por muchos días; mas desagradando a Pablo, éste se volvió y dijo al espíritu: Te mando en el nombre de Jesucristo, que salgas de ella. Y salió en aquella misma hora. Pero viendo sus amos que había salido la esperanza de su ganancia, prendieron a Pablo y a Silas, y los trajeron al foro, ante las autoridades; y presentándolos a los magistrados, dijeron: Estos hombres, siendo judíos, alborotan nuestra ciudad, y enseñan costumbres que no nos es lícito recibir ni hacer, pues somos romanos.
Y se agolpó el pueblo contra ellos; y los magistrados, rasgándoles las ropas, ordenaron azotarles con varas. Después de haberles azotado mucho, los echaron en la cárcel, mandando al carcelero que los guardase con seguridad. El cual, recibido este mandato, los metió en el calabozo de más adentro, y les aseguró los pies en el cepo. Pero a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios; y los presos los oían.
Entonces sobrevino de repente un gran terremoto, de tal manera que los cimientos de la cárcel se sacudían; y al instante se abrieron todas las puertas, y las cadenas de todos se soltaron. Despertando el carcelero, y viendo abiertas las puertas de la cárcel, sacó la espada y se iba a matar, pensando que los presos habían huido. Mas Pablo clamó a gran voz, diciendo: No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí.
El entonces, pidiendo luz, se precipitó adentro, y temblando se postró a los pies de Pablo y de Silas; y sacándolos, les dijo: Señores, ¿que debo hacer para ser salvo? Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa. Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa...» (5).
El ser enviados por el Espíritu Santo no significa que no tendremos que soportar ataques del infierno. Note que estos varones, después de un buen comienzo en la obra, tuvieron que enfrentar una gran tormenta. Fueron azotados y puestos en prisión, pero no se pusieron a llorar ni pensaron en volver atrás; Porque cuando un hombre está seguro que Dios le ha enviado tiene paz en el corazón mas allá de las pruebas y enfrentamientos con el diablo. Pablo y Silas sabían que estaban haciendo la voluntad de Dios. ¿Estás haciendo la voluntad de Dios? Los enfrentamientos con las tinieblas no te van a faltar pero, ¡Dios peleará por ti! ¡Dios peleará por la iglesia! ¡Amén!
El ser enviados por el Espíritu Santo no nos exime de librar batallas contra las tinieblas. No nos exime de dificultades económicas, de contratiempos, de tener que escuchar la voz del diablo diciendo: “..pero como, ¿no te envió Dios?..” “..¿no te respalda Dios?...” “..¿no ves que estas perseguido y atribulado?..» ¿Qué pasaría con nosotros si fuéramos azotados con varas como Pablo y Silas? ¿Seguiríamos adelante? Pablo y Silas no pensaron en retroceder, sino que salieron de esa cárcel en victoria y con gran poder. Por algo Pablo dijo: «...atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados pero no destruidos...» (6) Estimado hermano, ¡Nada ni nadie puede quitarnos el llamamiento! ¡Nada ni nadie nos puede quitar la vocación! Porque Dios está con sus siervos y con su pueblo como poderoso gigante.
Estos varones salieron de esa prueba victoriosos y Pablo escribe más adelante a los hermanos de aquella iglesia: «...Quiero que sepáis, hermanos, que las cosas que me han sucedido, han redundado mas bien para el progreso del evangelio, de tal manera que mis prisiones se han hecho patentes en Cristo a todo el pretorio, y a todos los demás...» (7). Lo importante es que el evangelio progrese, que la iglesia progrese y que podamos continuar la obra que Dios nos ha encomendado, a pesar de las luchas y persecuciones.
La guía del Espíritu y las tribulaciones
El apóstol Pablo era un veterano en estas cosas, y a pesar de ser un hombre llamado por Dios, y que durante toda su vida buscó la guía del Espíritu, no estuvo exento de persecuciones y de grandes tribulaciones. Para que no quede ninguna duda de esto vamos a leer el libro de los Hechos 20: «...Enviando, pues, desde Mileto a Efeso, hizo llamar a los ancianos de la iglesia.
Cuando vinieron a él, les dijo: Vosotros sabéis cómo me he comportado entre vosotros todo el tiempo, desde el primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas, y pruebas que me han venido por las asechanzas de los judíos; y cómo nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas, testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo. Ahora, he aquí, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer; salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones.
Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios. Y ahora, he aquí, yo sé que ninguno de todos vosotros, entre quienes he pasado predicando el reino de Dios, verá mas mi rostro...» (8)
¿Quién se atrevería a decir algo así? ¡Qué importante es vivir bien conectado con el Espíritu Santo! El apóstol Pablo tenía un testimonio diario del Espíritu. «...el Espíritu Santo....me da testimonio...» ¿Qué me esperan? «...prisiones y tribulaciones...» ¡Cuanto nos agradan las profecías que nos alientan! Pero si de pronto viene una palabra profética anunciando luchas, problemas, tribulaciones y dificultades, nos preguntamos: “..¿Esto es de Dios?..” Querido consiervo, mas allá que Dios ha prometido estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, éste es el camino de la cruz.
Quizás muchos estan pensando: “..¿Pero esto es el llamamiento? Yo creí que llamamiento significaba una gran prosperidad, una gran bendición, alcanzar grandes cosas..” Todas esas cosas Dios las puede dar, pero el verdadero llamamiento nos señala una cruz. ¿Amén? ¡Nos señala la cruz de Cristo! El verdadero llamamiento nos habla de negación y de renunciamiento. Por eso dijo Jesús: «...Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo...» (9) Cuando Dios le habla a Ananías para que ore por Saulo en Damasco, le dice: «...Vé, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre...» (10)
Estimado consiervo, en el camino del ministerio habrá grandes batallas, grandes luchas y aún persecuciones. No podemos decir que todo será “un lecho de rosas”, o que todo irá “viento en popa”, es verdad que con Cristo somos mas que vencedores, que la victoria final es de la iglesia del Señor, pero recuerde, el camino del evangelio no es “filosofía barata”, el camino del evangelio es la realidad de tener que pasar muchas veces por pruebas, luchas, tribulaciones y angustias. Pablo decía «...el Espíritu Santo....me da testimonio...» ¿de qué? “..me esperan problemas..” El mismo Jesús, cuando llegaba la última hora de su vida terrenal «...afirmó su rostro para ir a Jerusalén...» (11) sabiendo que le esperaban muchos sufrimientos, sabiendo que debía librar la batalla final, la batalla mas grande y profunda de la historia: La cruz del calvario, donde iba a morir el Justo por los injustos, el Santo por los pecadores, donde la confrontación con las tinieblas sería tan decisiva, tan tremenda, que Jesús llegó a exclamar: «...Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?...» (12).
Nuestro Señor alcanzó la victoria en la cruz, y cuando entregó su espíritu pudo decir: «...Consumado es...» (13) pero tuvo que pasar esa hora tan difícil para cumplir con la voluntad de Dios y levantar una iglesia vencedora a la cual pertenecemos tu y yo. Estimado consiervo, tenemos la seguridad que en medio de luchas y de pruebas Dios sostiene a sus siervos, pero vuelvo a repetir: En los caminos del Espíritu no estaremos exentos de tribulaciones y aún persecuciones. Amén.
La guía del Espíritu y el desaliento
Si miramos un poco la historia de Elías, (una historia muy conocida) encontramos a un gran hombre de Dios que en medio del desaliento pensó que su carrera estaba terminada. Elías había tenido una gran victoria en el monte Carmelo, había hecho descender fuego del cielo, había degollado a los falsos profetas de Baal, había orado y los cielos se habían abierto después de tres años y medio sin llover; Pero de pronto, cuando parecía que estaba la victoria total, se asomaron nuevamente las oscuras nubes de la persecución diabólica a través de Jezabel, y entonces, encontramos a este impresionante hombre de Dios sentado en el desierto, angustiado, desanimado, escapando y pensando que todo su ministerio había sido un fracaso total, al punto de decir: «...Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres...» (14)
Yo quiero decirle a cada siervo y sierva del Señor, y a los jóvenes que están sirviendo activamente en la obra, que más de una vez el diablo querrá hacerte creer que tu trabajo ha sido en vano, que él está triunfando sobre tu tarea y querrá sembrarte el desánimo y el desaliento. Somos humanos, como lo fue Elías, pero el Dios fiel, que estaba para alimentar a Elías en el desierto, está aquí para darnos nuevas fuerzas. ¡Gloria a Dios!
Dios no hizo caso de las palabras de ese profeta que pensó que su ministerio estaba terminado, sino que envió un ángel que comenzó a alimentar, fortalecer y ministrar a Elías para que llegara a Horeb, el monte de Dios, en donde recibiría las nuevas directivas: «...vuélvete por tu camino....y ungirás a Hazael por rey de Siria. A Jehú hijo de Nimsi ungirás por rey de Israel; y a Eliseo...., ungirás para que sea profeta en tu lugar...» (15) Elías pensó que su ministerio y su tiempo había terminado, pero en el monte Horeb Dios le dio una nueva y gloriosa renovación.
Tener la guía del Espíritu Santo no significa que no vamos a tener que enfrentar circunstancias desfavorables. Solo Dios sabe cuántos siervos y siervas del Señor, cuántos predicadores, cuántos discípulos están desalentados, porque pensaron que el llamamiento era solo “contar glorias”. Hoy en día, hay muchos predicadores que sólo “cuentan glorias” pero no hablan de los grandes enfrentamientos que tendremos contra las tinieblas. De esos procesos que Dios permite y que sin dudas van a dejar marcas en nuestro carácter, (como los azotes que dejaron marcas en las espaldas de Pablo y Silas), que van a templarnos, que van a modelarnos, que nos van a llevar a la madurez, que nos van a llevar a nuevas y mejores etapas en Dios. ¡Señor ayúdanos!
No te sientas mal si otros vienen contando grandes victorias, porque si eres fiel también las vas a contar, pero cuando vengan las grandes batallas a tu vida no te olvides que el mismo Jesús (nuestro perfecto modelo) fue guiado por el Espíritu en el camino de la humillación y el quebrantamiento, que la guía del Espíritu lo condujo al desierto, que la guía del Espíritu lo condujo en el camino de la cruz, pero él no se desalentó ni retrocedió un solo centímetro, sino que fue a la cruz, y aún descendió hasta el mismo infierno para quitarle las llaves al que tenía el imperio de la muerte. ¡Valió la pena el precio pagado por Jesús! Cuántas veces, en el fragor de la batalla podemos confundirnos, y hasta dudar de nuestro llamado, pero debemos entender que el llamamiento no está sujeto a las circunstancias. El apóstol Pablo dijo: «...Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús...» (16).
Este es el punto crucial del llamamiento. En la dirección que el Espíritu Santo nos indique no van a faltar los enfrentamientos contra las tinieblas, pero esto no quiere decir que Dios no está con nosotros. No estamos para retroceder, porque «...no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma...» (17). Estimado consiervo, ¡Dios está con nosotros!, ¡Dios está con su iglesia!, ¡El que está con nosotros es mayor!, ¡No estamos para retroceder en los caminos de Dios! sino que hemos sido puestos para seguir los pasos de Cristo y para llegar al final de nuestra carrera en victoria. Oremos unos por otros. Amén.
Pastor Orlando García.
Referencias Bíblicas:
(1) Hechos 13: 1 y 2. (2) Efesios 1: 21 y 22. (3) Hechos 16: 6 al 10. (4) Proverbios 14: 12. (5) Hechos 16:11 al 32. (6) 2º Corintios 4: 8 y 9. (7) Filipenses 1: 12 y 13. (8) Hechos 20: 17 al 25. (9) San Lucas 14: 27. (10) Hechos 9: 15 y 16. (11) San Lucas 9: 51. (12) San Marcos 15: 34. (13) San Juan 19: 30. (14) 1º Reyes 19: 4. (15) 1º Reyes 19: 15 y 16. (16) Hechos 20: 24. (17) Hebreos 10: 39.