"Y los hombres que custodiaban a Jesús se burlaban de él y le golpeaban; y vendándole los ojos, le golpeaban el rostro, y le preguntaban, diciendo: Profetiza, ¿quién es el que te golpeó? Y decían otras muchas cosas injuriándole. Lucas 22: 63-65.
Yo supongo que toda esta crueldad ocurrió mientras nuestro Señor estaba delante de Caifás, a altas horas de la noche, antes de que el Sanedrín en pleno se hubiera reunido para celebrar su juicio al despuntar el alba. Sus enemigos tenían tanta prisa de condenarle que, tan pronto como llegó a casa del sumo sacerdote, procedieron a un interrogatorio preliminar para definir la táctica a seguir para obtener el veredicto de culpabilidad en Su contra.
Después de condenarle dentro de este proceso sumario e ilegal, sin un juicio adecuado, le entregaron a la custodia de sus oficiales hasta que, llegada la mañana, convocaran al resto de sus compañeros, para repetir de nuevo la farsa de enjuiciar al que reconocían como inocente.
Mientras estos oficiales tenían a Cristo bajo su custodia, muy bien habrían podido concederle un resquicio de paz y de tranquilidad. De conformidad a las normas de todas las naciones civilizadas, un prisionero mantenido en custodia debe ser protegido de insultos y malos tratos, mientras se encuentre en esa condición.
Independientemente de cuál sea el castigo resultante, después de haber sido juzgado y encontrado culpable, mientras no se dicte su sentencia, recibe la protección del Estado que lo arrestó, y no debe ser sometido a insultos ni a injurias.
Pero en este caso, igual que salvajes, los jueces de nuestro Señor le abandonaron en manos de esos seres abyectos que eran utilizados para desempeñar los trabajos sucios, y esos perversos individuos cumplieron muy bien su cometido, tratándolo con una mezcla de crueldad y de escarnio: "Los hombres que custodiaban a Jesús se burlaban de él y le golpeaban."
¿No le podían conceder un poco tiempo de descanso? Tal como había sido profetizado desde hacía mucho tiempo, ellos veían por la demacración de Su persona, que era, "varón de dolores, experimentado en quebranto." Seguramente ya estaba a punto de desfallecer por el violento trato que había recibido, tanto antes como durante los interrogatorios preliminares delante de Anás y Caifás.
Sus verdugos seguramente se dieron cuenta de cuán exhausto estaba, y sin embargo, no sintieron ninguna piedad por Él, por causa de sus corazones duros e insensibles, y no le dieron ninguna tregua, ni le proporcionaron oportunidad alguna para que se preparara para responder a los cargos que iban a ser presentados en Su contra. No había nadie allí presente que vindicara Su persona, o que abogara por Su causa; más bien, el espacio de tiempo entre ese interrogatorio informal y el juicio más formal que le seguiría, transcurrió entre burlas y escarnios.
Esos hombres eran unos cobardes desalmados. Estoy seguro que lo eran, por su crueldad extrema, y la crueldad es uno de los distintivos de la cobardía dondequiera que se manifiesta. Estos son los mismos hombres que, en el huerto, "retrocedieron, y cayeron a tierra," cuando Cristo sólo les había dicho: "Yo soy," en respuesta a su declaración que estaban buscando "A Jesús nazareno."
Ellos salieron con espadas y garrotes para llevarle prisionero, y, sin embargo, cayeron al suelo cuando Él les habló una palabra o dos; pero ahora que lo tenían en su poder, y percibían, aparentemente, que no tenía la intención de ejercer la energía divina con la que estaba dotado, sino que se encontraba sumiso como oveja delante de sus trasquiladores, se decidieron a ser tan crueles con Él como pudieran.
¡Que Dios nos conceda que el pecado de la crueldad hacia cualquier ser viviente, nunca se impute con justicia a ninguno de nosotros! Si has actuado con crueldad, aunque sea hacia lo más ínfimo de la creación, debes despreciarte, pues eres de un orden inferior a la criatura que torturaste; y si estos hombres hubieran juzgado rectamente, se habrían despreciado a sí mismos.
Me parece que eran de lo más aborrecible de la humanidad, pues teniendo en su poder a un ser que sufría con mansedumbre, en vez de mostrar un rasgo de humanidad hacia Él, le ultrajaban de manera indecible, burlándose de Él y atormentándole, dando rienda suelta a su vil naturaleza a su máximo.
I. Pienso que podemos obtener provecho espiritual al considerar esta etapa terrible del sufrimiento de nuestro Señor. Primero, quiero que contemplen en su imaginación a la MAJESTAD ABATIDA.
Allí está Jesús de Nazaret. No voy a procurar retratarlo. No ha existido nunca un pintor que haya podido pintar los rasgos de ese rostro maravilloso. El arte más refinado no ha sido capaz de conquistar todavía este punto, aunque tome prestados de las propias Escrituras su bosquejo y sus colores. La mano más diestra se torna insegura en la presencia de Uno que es glorioso en Sus tormentos. Por tanto, no voy a intentar bosquejar un retrato de mi Dios y Señor, sino que les pediré, simplemente, que le contemplen por la fe, vestido con Su túnica sin costura, atado, en manos de los oficiales que, rodeándole, le escarnecían y se burlaban de Él.
Fijen sus ojos para que descansen en Él con una mirada de amor, y considérenlo como el grandioso centro del afecto de su corazón. ¿Qué pueden ver, ustedes que creen en Su Deidad y que afirman que es "Dios verdadero de Dios verdadero"?
Si el Espíritu de Dios abre tus ojos, verás allí a la Omnipotencia cautiva. "Los hombres que custodiaban a Jesús" no sabían realmente quién era; creían que era un pobre campesino de Galilea, pues le delataba ese acento regional; veían a un hombre humilde, inofensivo, demacrado; y como había sido entregado a su custodia, era prácticamente su prisionero.
No reconocían que Él era el Dios Todopoderoso, la misma Deidad que creó los cielos y la tierra, pues "Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho." Él era, en aquel preciso momento, "quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder;" y, en medio de toda Su debilidad, y entre todos Sus sufrimientos, incluso en esa condición, era "Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos," y todos los santos ángeles le seguían adorando.
¿Acaso no es un misterio muy grande que la Omnipotencia quedara cautiva de esta manera? Qué maravilloso es que Quien puede crear y puede destruir según el puro afecto de Su voluntad, se haya revestido de nuestra naturaleza, y en esa naturaleza ¡se haya abatido tanto como para permitir ser sometido por los elementos más crueles y soeces de la humanidad! ¡Qué maravillosa muestra de condescendencia encontramos aquí! La Omnipotencia permite ser sujetada, y nunca se muestra más omnipotente que cuando se sujeta a sí misma para ser la prisionera de hombres pecadores.
Contemplen nuevamente a esta Majestad abatida, y verán a la gloria escarnecida, pues "los hombres que custodiaban a Jesús se burlaban de él." Para ellos, Él era un candidato perfecto para el ridículo y el escarnio por haberse proclamado rey, cuando ni siquiera contaba con un ejército armado ni con multitudes de seguidores que tuvieran la esperanza, aunque fuera durante un segundo, de oponerse al poderoso César que mantenía a Israel bajo servidumbre.
Ay, había una gloria en Cristo que se había dignado velar y ocultar por un tiempo, pero que los ángeles contemplaban y adoraban, y sin embargo, ¡estos hombres se burlaban de Él! Hay algunos temas que enmudecen al comentarista, y este tema tiene un efecto semejante en mí. Me parece sorprendente que el Dios que reinaba en gloria sobre miríadas de santos ángeles, fuera escarnecido por unos infieles que no habrían podido vivir ni siquiera un instante más en Su presencia, si Él no se los hubiese permitido; sin embargo veo en mi texto que el Creador de los cielos y la tierra, permaneció allí para ser despreciado y desechado entre los hombres, y para ser tratado con el mayor oprobio y escarnio. Yo podré decir esto, pero ustedes no se dan cuenta de lo que significa. Este es uno de esos grandiosos misterios de la fe que nos asombra. Lo creen sin la menor duda; y sin embargo, en la medida que tratan de abarcarlo y comprenderlo, en esa misma medida los elude y se eleva por encima de ustedes.
Así, vemos a la Omnipotencia cautiva y a la gloria escarnecida.
A continuación, vemos a la bondad golpeada, la bondad perfecta, infinita e inefable, es golpeada, herida, atacada, asaltada: "los hombres que custodiaban a Jesús se burlaban de él y le golpeaban." Golpear a la depravación es un acto de justicia; incluso alzar la espada en contra de la opresión, no siempre es algo condenable; pero golpearlo a Él, que nunca le hizo mal a nadie, sino que ha hecho el bien a todos los hombres, y ha concedido a algunos de ellos todo el bien concebible, ¡ah, esto es ciertamente bestial!
El bendito Hijo de Dios, allí, tenía en Su alma esa misericordia que permanece para siempre, y sin embargo, le golpeaban; ¡ardía en Su corazón un amor que las muchas aguas no podrán apagar, ni ahogarán los ríos, y sin embargo, ellos le golpeaban! Él no había venido en misión de venganza, sino para traer paz y buena voluntad a los hombres, y para establecer un reino de gozo y amor; ¡y sin embargo le ataron! ¡Cuán admirable! Es maravilloso que la bondad sea tan buena que acepte someterse a esta vergonzosa indignidad; nadie excepto la bondad divina se habría sometido a ella.
Vean lo que estos burladores y golpeadores hicieron después a nuestro Señor. Sacaron un pañuelo, o un trapo de algún tipo, y lo pusieron sobre Sus ojos. La Omnisciencia vendada. En verdad, no puede ser vendada; sin embargo, en el Cristo, había esa omnisciencia de la Deidad, y, hasta donde les fue posible, estos hombres le vendaron con la esperanza de que no pudiera ver lo que estaban haciendo. Yo conozco a algunas personas que procuran actuar de esta manera en estos momentos. Él único dios que tienen es un dios ciego.
Ellos creen en lo que llaman "las fuerzas de la naturaleza," y luego hablan condescendientemente de Dios como si fuese únicamente la suma de las fuerzas de la naturaleza que obran de conformidad a ciertas leyes mecánicas que no pueden ser alteradas jamás. El dios en quien profesan creer, es un dios que no ve. Nos dicen que es inútil orar, o niegan que Dios se interese en individuos tan insignificantes como nosotros.
¡Ah!, yo recuerdo haber leído acerca de esos dioses de los filósofos: "Tienen boca, mas no hablan; tienen ojos, mas no ven; orejas tienen, mas no oyen; tienen narices, mas no huelen; manos tienen, mas no palpan; tienen pies, mas no andan; no hablan con su garganta. Semejantes a ellos son los que los hacen, y cualquiera que confía en ellos." Pero, "Nuestro Dios está en los cielos," viendo todo lo que sucede, y haciendo conforme a Su agrado entre las huestes de arriba y en medio de los hombres abajo. Ahora no podría ser vendado, como una vez lo fue, cuando se humilló para llevar nuestra naturaleza, y para cargar con nuestro pecado.
Sin embargo es sumamente sorprendente que haya permitido jamás que esta indignidad fuera cometida contra Él. La esposa del Cantar en verdad canta: "Sus ojos, como palomas junto a los arroyos de las aguas, que se lavan con leche, y a la perfección colocados," ¡sobrepasando a las mismas estrellas del cielo en su esplendor, que le circundan todo alrededor! Sus ojos ardían de amor, y en ellos resplandecían brillantes diamantes de piedad por todos los dolores de humanidad; sin embargo, aquellos hombres crueles ocultaron esos ojos preciosos Suyos, ¡vendando al Cristo de Dios!
Ahora, ciertamente, le habían hecho sufrir lo suficiente, demasiado, en verdad; pero todavía una vez más las infinitas bellezas de Su rostro bendito iban a ser desfiguradas, pues, "le golpeaban el rostro." "¡Oh, si nosotros hubiésemos estado allí," decimos, "nuestra indignación habría ardido en contra de ellos por golpear ese rostro amado!" Sin embargo, debemos hacer a un lado nuestra indignación y hacer penitencia en su lugar, pues nosotros también hemos golpeado algunas veces ese rostro amado de Jesús, que es como el sol del cielo, mucho más resplandeciente que el sol que alumbra al mundo.
Todas las otras bellezas congregadas no pueden igualar los encantos maravillosos de ese rostro, que fue desfigurado más que el de cualquier otro hombre. No hay nada bajo el cielo, ni en el cielo mismo, que pueda rivalizar con el rostro del Bienamado; sin embargo, ¡esos hombres lo golpearon! Pienso que un ángel se estremecería de horror al escuchar por primera vez, que los hombres golpearon el rostro de su Señor.
No era sino Su rostro humano, es verdad; pero allí golpearon a toda la Deidad que podían alcanzar. Se trataba del hombre golpeando a Dios en el rostro. Una bofetada en el rostro de la Deidad fue lo que eso realmente significó. ¡Qué cosa tan terrible!, que mi Señor haya tenido que soportar jamás tales insultos y tal dolor, que haya estado dispuesto a sufrir tal indignidad: ¿hubo alguna vez amor semejante al Suyo?
Luego los escarnecedores le preguntaban diciendo: "Profetiza, ¿quién es el que te golpeó?" Esta era la justicia desafiada. Ellos parecían decirle a nuestro Señor al tiempo que le golpeaban: "dinos cuál es nuestro nombre; di quién te dio ese golpe. Tú no puedes impedirlo; no puedes vengarte; pero al menos, intenta dar el nombre del hombre que te golpeó. Te retamos a que lo hagas." ¡Ah!, Él ya había registrado sus nombres, y un día descubrirán que los conocía a todos, pues no hay nadie que golpee al Salvador que no experimente en persona los golpes que propinó, a menos que se arrepienta de su pecado. La justicia fue desafiada cuando "Le golpeaban el rostro, y le preguntaban, diciendo: Profetiza, ¿quién es el que te golpeó?"
Repito que no soy capaz de hablar dignamente de un tema como este, y estoy seguro que nunca lo seré mientras viva. No está al alcance de labios de barro, usando palabras hechas de aire, poder describir los sufrimientos condescendientes de Aquel que, aunque era llamado con justicia "Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz," se humilló tanto que permitió ser escarnecido, golpeado, vendado y golpeado de nuevo por ustedes y por mí.
"Angustiado, lo intento una y otra vez,
Pero mis esfuerzos son todos vanos:
Nuestra lengua no puede articular palabra ahora,
Debemos morir para poder hablar de Cristo."
La maravilla de esta Majestad abatida puede ser descrita mediante cuatro palabras. La primera palabra es que, en medio de toda esta tortura, nuestro Señor fue muy paciente. No hubo un viso de ira en Sus mejillas, ni un destello de enojo reflejado en Sus ojos. Lo soportó todo, lo aguantó todo en Su alma, con paciencia divina, con la misma paciencia del "Dios de la paciencia."
La siguiente palabra es que guardó silencio en medio de toda esta crueldad; no expresó ni una sola palabra de queja ni de condenación contra Sus verdugos. Esto demuestra Su verdadera grandeza. La elocuencia es algo fácil cuando se la compara con el silencio, y tal vez no habría sido cierto de Cristo que "¡Jamás hombre alguno ha hablado como este Hombre!", si no hubiera sido cierto también que, jamás hombre alguno enmudeció como este Hombre. Él cumplió al pie de la letra la antigua profecía: "Como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca." ¡Señor, enséñanos a imitar Tu paciencia y Tu silencio!
Observen, en tercer lugar, cuán elocuente fue precisamente en medio del silencio. Dijo más por nosotros y nos habló más a nosotros, cuando guardó silencio, que si hubiera pronunciado muchas frases ardorosas. En la calma y serenidad de Cristo en presencia de esos crueles perseguidores, en el carácter de Cristo lleno de perdón en las circunstancias más exasperantes, y en la paciencia de Cristo bajo esos sufrimientos incomparables, vemos una elocuencia sin par.
Y sin embargo adviertan algo muy triunfante en las aflicciones de nuestro Salvador. Aunque le he llamado paciente, silencioso, y elocuente, también debo llamarle victorioso. Sus perseguidores no lograron que Él cediera a la ira. No pudieron destruir Su misericordia. No pudieron apagar Su amor. No pudieron presionarlo para que pensara en Sí mismo. No lograron hacerle declarar que no podría seguir adelante con Su obra de salvación de los pecadores, pues los hombres habían comenzado a burlarse de Él y a golpearle, y a tratarle con desprecio. No. Cristo, con un alma fuerte, persevera en Su obra de misericordia, como un vigoroso cazador que persigue a su presa en las montañas, saltando de risco en risco, y de peñasco en peñasco, desafiando el peligro y la muerte, hasta cazar a la criatura tras cuya pista ha corrido. ¡Así, oh Tú, Cristo poderoso, cumpliste Tu glorioso propósito de amor y misericordia! Tú llevaste cautiva la cautividad por el sufrimiento hasta el amargo fin, y todo eso fue infligido sobre Ti hasta la muerte de cruz.
Así he procurado retratar a la Majestad abatida; pero no he sido capaz de describir ni la Majestad de Cristo ni Su abatimiento como merecen ser descritos. Mediten en esos temas, y pidan al Espíritu Santo que les de la capacidad de verlos de una manera que la naturaleza humana, por sí sola, no podría hacerlo.
II. Ahora, prosigo a comentar que mi texto, en segundo lugar, nos muestra AL PECADO EN SU DIVERSIÓN.
Toda esta triste escena representa lo que hizo el pecado cuando se le presentó la oportunidad, cuando todas las ataduras restrictivas fueron soltadas, y pudo actuar de conformidad a su perversa voluntad. También representa lo que el pecado todavía sigue haciendo, en la medida de sus posibilidades, y lo que el pecado siempre haría, si no fuera restringido por el poder todopoderoso de Dios.
Entonces, ¿qué es lo que hace el pecado en su hora de libertad? Los invito a que adviertan, primero, (y presten particular atención a cualquier parte que se aplique individualmente a ustedes), la frivolidad del pecado. Estos hombres insultan cruelmente al Cristo de Dios; pero para ellos es una diversión, un juego. Juegan a vendarle. Se trata simplemente de un pasatiempo y de un entretenimiento para ellos. Es triste, en verdad, que el pecado sea lo que los hombres llaman una diversión, y sin embargo no necesito recordarles cuán a menudo es así, aun ahora, para muchos. Lo persiguen con la mayor avidez, y lo llaman placer; llaman placer a lo que provoca a Dios, ¡llaman placer a lo que crucificó a Cristo! Dicen que "deben conocer la vida," y llaman "vida" a eso que hizo sudar a Jesús un sudor sangriento, a eso que luego le arrastró a una muerte cruel. Y, ay, de muchos pecados dicen: "¡qué delicia son para nosotros! ¿Quieres hacer miserable nuestra vida quitándonos nuestros deleites?" Así que, ¡golpear a Cristo en Su rostro, y burlarse de Él, se vuelve un asunto de disfrute para ellos!
Tal vez me estoy dirigiendo a algunas personas que incluso han convertido a la Biblia en un libro de chistes; sus juegos de palabras y su jovialidad han sido aderezados con pasajes de la Sagrada Escritura. Posiblemente, otros se hayan burlado de algún venerable cristiano, de algún siervo fiel del Dios vivo y verdadero. Pues bien, señores, si lo han hecho, quisiera que se dieran cuenta de cuán horrendo es su pecado al divertirse así a costa de las personas piadosas; tal "diversión", a menos que se arrepientan de ella, los condenará para siempre; tan cierto como que ustedes viven, les privará del grandioso amor del Padre, y cerrará la puerta de la misericordia en su cara, por toda la eternidad. Sin embargo, así es como actúa el pecado cuando disfruta de libertad; ¡ay, y se divierte incluso con las heridas de un Dios crucificado! ¡Ay, que esto pueda ser así!
Observen, a continuación, el absoluto desenfreno del pecado. Si estos hombres realmente querían divertirse a costa de Cristo, lograron su propósito; ¿pero qué necesidad había para que le golpearan? ¿Qué necesidad había de toda esa innecesaria crueldad con la que le sometieron a tal vergüenza y dolor? Si Cristo debía morir, al menos podían dejarle morir en paz; ¿por qué escupir Su rostro, por qué esos terribles azotes, por qué esa dolorosa agravación de Sus dolores? Eso fue debido a que los hombres pecan por puro desenfreno. He sabido de gente que peca de formas tan extrañas que me he preguntado por qué lo hicieron. No fue por placer; al menos, no pude ver ningún placer en ello. Condujo a la total infelicidad a la familia del propio individuo, y los redujo, tanto a la familia como a él, a una pobreza extrema; ¿qué diversión o gozo puede haber en ello? Parece que algunas personas no podrían ser felices a menos que estén involucradas en volverse infelices eternamente. No están contentos si no cometen alguna extravagancia en el pecado, y si no hacen de sus vidas un serie atroz de rebeliones contra Dios.
Si algunos de ustedes has sido alguna vez culpables de tal desenfreno en el pecado, que el Espíritu Santo haga penetrar en ustedes una influencia llena de gracia, para que no vuelvan a afligir al Cristo de Dios, sino que ¡ustedes mismos sean afligidos por haber pecado tan desvergonzadamente en contra de Él!
Además, observen a continuación, la crueldad del pecado. Ya he preguntado (y repito la pregunta), ¿qué necesidad tenían estos hombres de golpear al Salvador? ¿Qué placer podían obtener de todo este dolor que le infligieron? Por boca de los antiguos profetas, el Señor dijo: "No hagáis esta cosa abominable que yo aborrezco." Fue en su propio interés que les ordenó de esta manera, pues no quería que se hicieran daño a sí mismos; y el pecado es siempre un daño para el propio pecador; es un tipo de suicidio. Siempre que un hombre hace algo malo, de seguro se generará un perjuicio; y Dios sabe esto, así que insta a los hombres a que no actúen tan insensatamente. Y, ¡oh!, cuando un hombre se burla de la religión verdadera, cuando rechaza a Cristo y pospone el día del arrepentimiento, está traspasando de nuevo ese amado corazón que se desangró por los indignos, y está afligiendo ese bendito Espíritu que todavía contiende con los hijos de los hombres, aunque a menudo es vejado y tristemente provocado por ellos. ¿Por qué son tan poco amables con su Dios? Ciertamente, no puede haber ninguna necesidad de cometer un pecado como este.
Luego, observen, la incredulidad desesperada que hay en el pecado. Estos hombres no habrían vendado a Cristo si hubiesen creído realmente que Él era el Hijo de Dios; pero actuaron como lo hicieron porque no tenían ninguna fe en Él. Este es el gran mal que yace en la raíz de la mayoría de los pecados de los hombres: no creen en Jesucristo, el enviado de Dios. Es de esto que el Espíritu de Dios convence a los hombres, como nuestro Señor predijo concerniente a Él: "Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado . . ., por cuanto no creen en mí." Sin embargo, no hay nada más razonable, nada más digno de ser creído, que la revelación de Dios según nos fue dada en las Santas Escrituras; y un hombre sólo tiene que probar y experimentar por sí mismo si esto es verdad, o no, y pronto tendrá la confirmación de su veracidad en su propio pecho. Basta que lo crea realmente, y luego comprobará que lo hace santo y feliz; y eso será para él la prueba de su verdad.
Observen, además, cuán a menudo hay en el pecado un tipo de desafío a Dios. Si un muchacho se acercara a su padre y le dijera: "yo voy a hacer todo tipo de groserías y de rudezas contigo, pero tú no me castigarás," no pasaría mucho tiempo antes que el padre hiciera que su hijo se arrepintiera de esas palabras, si fuera un padre digno; pero los pecadores actúan con Dios de esa manera. Ellos le hacen frecuentemente a Dios lo mismo que estos perseguidores le hicieron a Cristo; mientras puedan, se burlan de Él, le golpean, y le desafían. ¿Me estoy dirigiendo a alguien que alguna vez haya invocado sobre su propia persona la maldición de Dios? Cuídense de que esa oración blasfema no sea respondida la próxima vez que la digan, pues Dios acostumbra responder las oraciones, y, puede ser que responda sus oraciones, y entonces ¿qué sería de ustedes?
Algunos se han atrevido incluso a desafiar a Dios así: "bien, aun si es como dices, estoy dispuesto a correr el riesgo, pero no me someteré a Dios." ¡Ah, señor! Faraón intentó ese plan, y se arrepintió, estoy seguro, cuando ya era demasiado tarde. En medio del Mar Rojo, cuando las aguas comenzaron a anegarlo a él y a todo su poderoso ejército, entonces aprendió cuáles eran las consecuencias de haber dicho: "¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz y le obedezca?" Todo pecado contiene una medida de desafío a Dios, semejante a estos hombres que golpeaban a Cristo en el rostro, y le preguntaban, diciendo: "Profetiza, ¿quién es el que te golpeó?"
No me voy a detener más en esta parte de mi tema, excepto simplemente para decir que hay algo más acerca del pecado que es peculiarmente lamentable, es decir, su multiplicidad. Lean el versículo 65: "Y decían otras muchas cosas injuriándole." Una cosa, dos cosas, veinte cosas no los satisfarían; debían decir: "otras muchas cosas" en contra de Él. Cuando un hombre se entrega al pecado una vez, es como si se adentrara en una corriente que lo arrastrará hasta lugares, que al principio, ni se había imaginado que serían su destino. Si vadean por las aguas del pecado, no pasará mucho tiempo antes de que se vean obligados a abandonar su punto de apoyo; y muy pronto, a menos que el Señor, en Su gracia, evite tal calamidad, la rápida corriente los arrastrará lejos, hasta el destino de su eterna destrucción. De nada sirve que digan: "voy a llegar hasta aquel punto en el pecado, pero no más allá." No pueden detenerse cuando quieran; si se someten una vez a la influencia del pecado, no tienen la menor idea de cuál será su destino.
¡Ay! ¡Ay! Parecería que algunos hombres no podrían pecar lo suficiente para quedar satisfechos. Multiplican sus transgresiones más allá de toda cuenta. Todo hierro de iniquidad que poseen es arrojado al fuego. Ambas manos están siendo empleadas con diligencia. Algunas veces, se levantan muy temprano; pero, más a menudo, se quedan hasta muy tarde, posiblemente toda la noche, para poder desperdiciar las horas más preciosas en su depravación. Así, Dios es ofendido y Cristo es herido de nuevo por el pecado del hombre. Es un cuadro triste, muy triste; lo cubro con un velo y me vuelvo a algo más brillante y mejor.
III. Hemos visto a la Majestad abatida, y al pecado en su diversión; ahora, en tercer lugar, veamos al AMOR EN SU TRABAJO.
Toda esa vergüenza y ese sufrimiento fueron soportados por nuestro Salvador por amor de cada uno de los que en verdad podemos decir: "Él me amó, y se dio a Sí mismo por mí." Cristo soportó que le vendaran los ojos, y se burlaran y le golpearan por causa de ustedes, amados, y por mi causa. No trataré de describirlo más, pero te voy a pedir solamente que dediques un minuto o dos a imaginarte esa triste escena. Por ti (como si no hubiese nadie más en el universo entero), por ti, el Rey de gloria se convirtió en el Rey escarnecido, y soportó todo este desprecio y el rechazo de los hombres. Por ti, Juan; por ti, María; por ti, viejo amigo; por ti, que eres joven. Si tú, quienquiera que seas, crees en Él, entonces fue tu Sustituto. Tu fe te proporciona la seguridad que Él soportó todo esto por ti; por ti, digo, como si no hubiera redimido a nadie más, sino que pagó todo el precio del rescate por ti. Menos que esto no habría sido suficiente para ti, aunque es, ciertamente, suficiente para todo el ejército innumerable de redimidos por la sangre preciosa de Jesús.
Contemplemos, entonces, al amor en su trabajo. Me estoy refiriendo a nuestro amor hacia nuestro Señor; aunque también podría hablar del amor de nuestro Señor para con nosotros, y lo que hizo por nosotros. ¿Qué hará nuestro amor para demostrar cuán agradecidos estamos con Jesús por todo lo que soportó por nosotros? Bien, primero, debe pedirle a la penitencia que confiese. Vamos, corazón mío, aquí hay espacio para la manifestación de tu dolor. ¿Por qué fue escarnecido Cristo en Jerusalén? En verdad, porque tú te has burlado de Dios con oraciones que no eran oraciones, con himnos cantados descuidadamente, con la lectura de las Santas Escrituras como si fueran meros escritos de hombres, con profesiones de religión huecas y vacías. Hermanos y hermanas, ¿acaso no tienen que arrepentirse de algunas de estas cosas? Si te has burlado de Él de esta manera, el escarnio que soportó en casa del sumo sacerdote, fue por tu culpa.
Y así como fue vendado, lloremos porque nuestra incredulidad, a menudo, también le ha vendado. Nosotros nos imaginamos que no sabía nada acerca de nosotros, o que nos había olvidado. Pensamos que Él no podía hacer ninguna distinción entre principio y fin, y que no podría hacer brotar bien del mal. Permítanme preguntarles, queridos amigos: ¿acaso no han convertido a menudo a Cristo en un Cristo vendado en cuanto a la comprensión que tienen de Él? Si es así, puesto que han vendado a Cristo de esta manera, ustedes, por su pecado, están imitando la culpa de esos hombres que literalmente vendaron a Cristo.
Y así cuando vemos que fue golpeado, debemos dolernos al recordar que fue escrito de Él: "Mas él fue molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados." Cada pecado que hemos cometido ha abierto un surco de sangre en Su preciosa espalda. Esos moretones esparcidos sobre Sus sagrados hombros, fueron causados por los azotes crueles que cada uno de nosotros ha propinado con nuestras transgresiones. ¡Oh, amados, lloren al verle soportando lo que ustedes debían haber soportado!
Y al leer que los hombres le hacían preguntas insolentes mientras Sus ojos estaban vendados, pregúntate a ti mismo, oh hijo de Dios, si no has hecho lo mismo con frecuencia. ¿Nunca has pedido una señal en vez de caminar por fe? Yo confieso que algunas veces he deseado tener una señal o indicación del pensamiento de mi Señor. Ah, es precisamente lo que estos crueles hombres esperaban de Cristo; ellos procuraban que Él les demostrara que los conocía a pesar de que Sus ojos estaban vendados. Oh, hermanos y hermanas, no demandemos nunca una señal, como lo hizo esa generación mala y adúltera; debemos andar por fe, no por vista, y confiar plenamente en nuestro Señor. Debido a que no hemos confiado en Él como debíamos hacerlo, y hemos demandado señales y signos de Él, hemos sido demasiado semejantes a estos hombres que le preguntaban, diciendo: "Profetiza, ¿quién es el que te golpeó?"
Dije que veríamos al amor en su trabajo, por lo que a continuación quiero que su amor exhorte a la fe a confiar en Cristo. Vamos, queridos amigos, en todo este sufrimiento de nuestro Salvador, veamos razones renovadas para confiarnos más enteramente en las manos de Cristo. Esos hombres custodiaban a Jesús para que ni la muerte ni el infierno puedan retenernos jamás. Él fue detenido en lugar nuestro. Por eso dice de nosotros lo que dijo de Sus discípulos en el huerto: "Pues si me buscáis a mí, dejad ir a éstos." El grandioso Sustituto es detenido como prisionero para que todos aquellos por los que Él se constituyó como Fianza, puedan ser dejados en libertad para siempre.
Él también fue escarnecido; y ¿con qué fin? Nosotros merecemos vergüenza eterna y desprecio por nuestro pecado, pero Él asumió toda ese vergüenza sobre Sí, e hizo este maravilloso intercambio: al vestirse con los harapos de nuestra vergüenza, nos dijo: "¡toma mi resplandeciente manto, y póntelo!" y ahora, la gloria que Él tenía con el Padre desde la eternidad, la ha puesto sobre Su pueblo, para que sean semejantes a Él, y puedan estar con Él donde Él está por toda la eternidad. ¡Cuán maravilloso intercambio es este! Así como Tomás leyó la Deidad de Cristo en Sus heridas, así leo yo la gloria eterna de Su pueblo en el escarnio que soportó a nombre nuestro.
Contemplen a su Señor golpeado. ¿Por qué razón no podrá haber golpes ni heridas para ustedes ni ahora ni en la eternidad? Ustedes salen libres pues Jesús ha soportado todo lo que ustedes merecían soportar; Él aguantó golpe tras golpe para que ningún golpe caiga sobre ti.
También, ¿por qué fue vendado Jesús, sino para que nosotros fuéramos capaces de ver? Nuestro pecado nos ha cegado para todo lo que era digno de verse, pero Su muerte ha quitado las escamas, y ahora podemos ver porque Él fue vendado. Porque Él permitió que estos miserables malhechores vendaran Sus ojos, los nuestros están ahora sin vendas, y estarán más libres de vendas en aquel día cuando le contemplemos cara a cara, y ya no nos separemos de Él.
Y ¿por qué injuriaron a Jesús diciendo "otras muchas cosas" con las que le acusaban falsamente? Le injuriaron para que nosotros fuésemos justificados. Él fue acusado injustamente y calumniado para que nosotros pudiésemos preguntar osadamente: "¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió." Por tanto, alégrense, amados. Al tiempo que deben dolerse por los sufrimientos de su Señor, regocíjense por lo que esos dolores han traído para ustedes, y lo que continuarán trayendo a lo largo de toda la eternidad.
Ahora, finalmente, que nuestro amor, en su trabajo despierte nuestro celo de consagración a nuestro Señor. ¿Fue mantenido cautivo? Entonces ordeno a mi más ardiente celo a que me llene de devoción por Su causa. ¿Fue detenido de esta manera por mí? Entonces Él me sostendrá y nunca me soltará. ¡Señor mío, yo te entrego mi vida, mi todo, a Ti, para ser Tu prisionero voluntario para siempre! Toma estos ojos, estos labios, estas manos, estos pies, este corazón, y así como Tú fuiste y eres todo mío, déjame ser completamente Tuyo. ¿Acaso no es esta una justa retribución? ¿Acaso algún hijo de Dios tiene alguna objeción?
Luego, a continuación, así como le despreciaron, ven, alma mía, ¿qué dices tú a esto? Pues, que voy a despreciar al mundo que despreció a mi Señor y Salvador. ¡Oh, mundo, mundo, mundo, tú eres un elemento ciego, de ojos nublados, de corazón negro por haber tratado así a mi Señor! ¿Acaso voy a acatar tus costumbres? ¿Acaso voy a adularte? ¿Pediré tu aplauso? No, tú estás crucificado para mí. ¡Como un criminal clavado en la cruz, oh mundo, así eres para mí, porque tú has crucificado al Cristo, al infinitamente amable Hijo de Dios! De ahora en adelante, el mundo está crucificado para nosotros, y nosotros para el mundo.
Y puesto que vendaron a Jesús, ¿entonces qué? Bien, yo también voy a estar vendado; de ahora en adelante no veré ningún encanto, ninguna atracción, en ninguna otra parte sino en mi Señor. Mis ojos le contemplarán, y a nadie más, en la gloria que está por revelarse; y, hoy puedo decir con el Salmista: "¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra." Camina a través del mundo, amado hermano, vendado para todo lo demás excepto para Cristo, y estarás haciendo lo correcto.
Y puesto que golpearon a Jesús en el rostro, ¿qué haremos tú y yo para mostrar cuánto amamos ese rostro que fue maltratado de manera tan vergonzosa? Mi corazón me presenta una visión de esa "sagrada cabeza, que una vez fue herida," circundada por la corona de espinas, ese amado rostro, tan herido y golpeado, y sin embargo, más hermoso que todas las otras bellezas del cielo. ¡Jesús, Hijo de Dios, e Hijo del hombre, nosotros realmente te adoramos; y nos apresuramos a besar Tus pies, en adoración amorosa, y lo hacemos con el mayor gusto porque hombres perversos te golpearon en la mejilla! Rendimos reverencia y amor alegremente a Quien una vez fue abofeteado por seres abyectos, y posteriormente fue clavado al madero maldito.
Y puesto que estos hombres "decían otras muchas cosas injuriándole," vengan, hermanos míos, digamos muchas cosas en alabanza Suya; y, hermanas, únanse en el santo ejercicio. Nadie impedirá que nuestros labios, defectuosos como son, hablen en honor de nuestro amado Señor. Algunas veces, con el profeta, estamos prestos a confesar que somos hombres inmundos de labios, y habitamos en medio de pueblo que tiene labios inmundos; pero, tal como somos, le entregamos la ofrenda de nuestros labios y le damos gloria a Su santo nombre.
Nunca se avergüencen, amados, de hablar a favor de su Señor. Nunca se sonrojen cuando reconozcan que le pertenecen a Él. No, y si se sonrojan por algo, debe ser por la vergüenza de no amarle más, y de no servirle mejor. Por la memoria de Su amado rostro, vendado y golpeado, mientras hombres crueles a todo Su alrededor le calumnian con injuriosas acusaciones, los exhorto a que:
"¡Defendamos, defendamos a Jesús,
Soldados todos de la cruz!"
¡Que Dios les ayude a hacerlo!
¡Oh, que algunos aquí presentes, que nunca han creído en Jesucristo, comiencen ahora a confiar en Él! Yo no los invito, en este preciso momento, a creer tanto en Él en Su gloria como a creer en Él en Su vergüenza. ¿Era realmente el Hijo de Dios, y sufrió por los hombres culpables todo lo que hemos estado considerando, y mucho más que eso? Entonces, debo creer en Él. Para mí, Jesucristo es una persona que los hombres jamás habrían podido inventar.
Tiene que ser histórico, pues es muy original. Las mentes humanas por sí solas no podrían haber pensado nunca en un carácter así. Hay cosas extrañas en el Budismo, y en otras falsas religiones, y los hombres con imaginaciones desmedidas han concebido conceptos curiosos relativos a sus dioses; pero yo reto a cualquiera a que me muestre, en cualquier libro excepto el Libro de Dios, algo que sea un parangón con la historia del Dios Eterno haciéndose hombre para hacer expiación por los pecados de Sus criaturas, esto es, los pecados cometidos por esas criaturas en Su contra. Sí, hermanos y hermanas, yo debo creer en Él. Es más, debo creer que Él murió por mí:
"Que en la cruz Él derramó Su sangre
Para liberarme del pecado."
Habiendo creído así (hablo como testigo de Dios ante todos los que puedan oírme), siento una paz interior que nada puede interrumpir, un gozo santo que nada puede turbar, y una calma sagrada que la propia muerte no será capaz de destruir.
He estado junto al lecho de muerte de muchos de mis hermanos y hermanas que han tenido la costumbre de adorar en Tabernáculo Metropolitano, y que han sido miembros de esta iglesia; y, (les ruego que presten atención a este testimonio), no he visto en ninguno de ellos el miedo a la muerte. No he conocido a ningún cobarde entre todos ellos; al contrario, he oído que algunos cantan triunfalmente en sus últimas horas tan alegremente como si se tratase del día de su boda, mientras que otros gozan de calma y tranquilidad como si morir fuera lo mismo que irse a la cama para dormir un rato, y despertarse a la siguiente mañana.
Crean en el Señor Jesucristo, en este mismo Señor que se humilló desde las alturas de la gloria hasta las profundidades de la vergüenza y del sufrimiento, y descubrirán también que su confianza en Él será recompensada incluso en esta vida. Y en el mundo venidero, ¡ah!, en aquel momento cuando Él no tendrá los ojos vendados, cuando no habrá burla ni escarnio ni golpes para Él, sino que todo será gloria por siempre y para siempre, entonces ustedes y yo, si creemos en Él, participaremos eternamente de Su gloria. ¡Que Dios no conceda esto, por Jesucristo nuestro Señor! Amén.