La mejor manera de motivar las buenas obras
“Para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna. Palabra fiel es esta, y en estas cosas quiero que insistas con firmeza, para que los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres” (Tito 3:7-8).
La mejor manera de motivar las buenas obras en otros y en nosotros mismos es declarar la doctrina de la justificación por gracia y nosotros creerla. “Palabra fiel es esta, y en estas cosas quiero que insistas con firmeza, para que los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras” (Tit. 3:8)… La mejor manera de abundar en ellas es estar consciente siempre de la doctrina de la justificación por gracia. Y ambas coinciden porque así como la fe estimula las buenas obras, la doctrina de la gracia estimula la fe. Por lo cual, la manera de abundar en buenas obras es abundar en la fe y la manera de abundar en la fe es declarar sin cesar a otros la doctrina de la gracia y nosotros mismos creerla.
Primero, declarar sin cesar a otros: Pablo le dice a Timoteo que si enseña a los hermanos las verdades del evangelio, no sólo será un buen ministro de Jesucristo, sino que él mismo será nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina (1 Ti. 4:6). Dios ordena que los cristianos declaren frecuentemente las cosas de Dios unos a otros y afirma que haciéndolo se edificarán mutuamente (He. 10:24, 25; 1 Ts. 5:11).
La doctrina del evangelio es como el rocío y la llovizna sobre la hierba por lo cual ésta crece y mantiene su verdor (Dt. 32:2). Los cristianos son como las diversas flores en un jardín cubiertas de rocío que, cuando sacudidas por el viento, lo dejan caer en las raíces de unas y otras nutriéndose mutuamente. El que los cristianos compartan unos con otros con amor los asuntos de Dios es como si acercaran al rostro de los demás frascos de perfume para que disfruten su aroma. Dice Pablo a la iglesia en Roma: “Porque deseo veros, para comunicaros algún don espiritual, a fin de que seáis confirmados; esto es, para ser mutuamente confortados por la fe que nos es común a vosotros y a mí” (Ro. 1:11, 12). Los cristianos deben declarar entre ellos con frecuencia la doctrina de la gracia.
Segundo, a medida que hacen esto, deben vivir ellos mismos en el poder que esto genera. Deben absorber esta doctrina por fe, tal como el suelo absorbe la lluvia y, una vez hecho esto, proclamar las buenas obras. Pablo declara lo siguiente a los colosenses: “Siempre orando por vosotros, damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, habiendo oído de vuestra fe en Cristo Jesús, y del amor que tenéis a todos los santos, a causa de la esperanza que os está guardada en los cielos, de la cual ya habéis oído por la palabra verdadera del evangelio, que ha llegado hasta vosotros, así como a todo el mundo, y lleva fruto y crece también en vosotros, desde el día que oísteis y conocisteis la gracia de Dios en verdad”. ¿Desde cuándo? “desde el día que lo oíste”. ¿Por qué? “Porque conocía la gracia de Dios en verdad” (Col. 1:3-6).
A las manzanas y las flores no las hace el granjero, sino que son el efecto de haber sembrado y regado. Si se siembra en el pecador la buena doctrina y se riega con el mensaje de gracia, los efectos serán frutos de santidad y, al final, vida eterna (Ro. 6:22). La buena doctrina es la doctrina del evangelio que le muestra al pecador que Dios lo cubre por gracia con la justicia de su Hijo y lo reviste con todos sus beneficios. Por esa gracia, el pecador es [declarado] justo ante Dios. Y porque lo es, satura al corazón con un principio de gracia, por lo que cobra vida y da fruto (Ro. 3:21-26; 1 Co. 1:30; 2Co. 5:21; Jn. 1:16).
Ahora bien, viendo que las buenas obras fluyen de la fe y viendo que la fe es nutrida por la declaración de la doctrina del evangelio, tenga en cuenta las siguientes consideraciones acerca de la doctrina del evangelio para apoyar su fe, a fin de poder dar fruto y abundar en buenas obras.
Primera consideración: Toda la Biblia fue escrita precisamente con este fin: Que creamos esta doctrina y la vivamos en su consolación y dulzura. “Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza”. “Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Ro. 15:4; Jn. 20:31).
Segunda consideración: Que, por lo tanto, cada promesa de la Biblia es nuestra para fortalecer, avivar y alentar a nuestro corazón para que crea.
Tercera consideración: Que nada podemos hacer que agrade más a Dios que creer: “Se complace Jehová en los que le temen, y en los que esperan en su misericordia” (Sal. 147:11). Agradamos a Dios cuando aceptamos su justicia, etc.
Cuarta consideración: Que todo lo que Dios nos quita no es para debilitarnos, sino para probar nuestra fe. Igualmente, cuando permite que Satanás haga algo contra nosotros o que lo haga nuestro propio corazón, no es para debilitar nuestra fe (Job 23:8-10; 1 P. 1:7).
Quinta consideración: Que creer es lo que mantiene a la vista las cosas celestiales y la gloria y lo que desanima al diablo, debilita al pecado y aviva y endulza nuestro corazón (He. 11:27; Stg. 4:7; 1 P. 5:9; Ef. 6:16; Ro. 15:13).
Última consideración: Al creer, el que ama a Dios vive con calidez en su corazón y esto le motiva a bendecir continuamente a Dios por Cristo, por su gracia, por su fe y esperanza; y todas estas cosas, sea ya que se manifiesten en Dios o en él mismo, son corolarios de la salvación (2 Co. 2:14; Sal. 103:1-3).
Tercero, la doctrina del perdón de los pecados por fe tendrá un efecto extraordinario en el corazón del pecador para producir buenas obras. Pero, dado que hay un cuerpo de muerte y pecado en todo el que tiene la gracia de Dios en este mundo y, dado que, como dice el Apóstol (Ro. 7:21), este cuerpo de pecado seguirá oponiéndose siempre a lo bueno, tratemos más detenidamente estos temas para poder descartar lo que nos impide vivir una vida fructífera.
1. Mantengámonos continuamente en guardia por lo miserable de nuestro propio corazón, no para desanimarnos ante su vileza, sino para prevenir su maldad. Esta vileza procurará impedir que hagamos buenas obras o nos impulsará a hacer las malas porque en nosotros mora el mal con estos dos propósitos. Cuidémonos entonces, de no prestarle atención, sino rechazar las obras del pecado, aunque nos exija muchísimo esfuerzo.
2. Estemos continuamente conscientes de que Dios tiene sus ojos sobre nosotros y ve cada impulso secreto de nuestro corazón, ya sea cuando nos acercamos o cuando nos alejamos de él. “Todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (He. 4:13).
3. Si nos negamos a realizar el bien que nos corresponde hacer con lo que Dios nos ha dado, sepamos que aunque él ama nuestra alma, igual nos puede castigar: Primero, puede castigar nuestro ser interior con tantas aflicciones que nuestra vida estará llena de agitación y confusión. Segundo, puede también arruinar tanto a nuestro ser exterior que todo lo que ganamos caerá en saco roto (Sal. 89:31-33; Hag. 1:6). Supongamos que Dios permitiera a un ladrón apoderarse de nuestros bienes o que una chispa de fuego incendiara lo que hemos almacenado, ¡qué rápido y sin haberlo querido, podríamos quedarnos sin nada, cuando lo que teníamos, si hubiéramos querido, podríamos haberlo usado para gloria de Dios! Y digo más: Si no tenemos un corazón predispuesto a hacer el bien cuando tenemos con qué hacerlo, no recibiremos tampoco ningún bien de otros, cuando lo nuestro nos haya sido quitado (ver Jue. 1:6-7).
4. Reflexionemos en que una vida llena de buenas obras es la única manera que tenemos de responder a la misericordia de Dios que hemos recibido. Dios no vaciló en darnos su Hijo, su Espíritu y el reino de los cielos. Pablo dice: “Os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Ro. 12:1; Mt. 18:32-33).
5. Consideremos que éste es el camino para convencer a todos que el poder de las cosas de Dios se ha apoderado de nuestro corazón. Me dirijo ahora a los que le dan importancia a su vida religiosa: Digan lo que digan, si su fe no va acompañada de una vida santa, será juzgado como un rama seca, como alguien cuya fe en Cristo es pura palabrería, sal sin sabor y tan muerta como metal que resuena y címbalo que retiñe (Jn. 15; Mt. 13; 1 Co. 13:1, 2). Y los demás le pedirán que les muestre su fe con sus obras porque no pueden ver su corazón (Stg. 2:18).
Pero yo digo que al contrario, si usted anda como es digno por haber sido salvo por gracia, será un testigo a la conciencia de otros que usted es auténtico, y hará que el malo se sienta culpable (1 S. 24:16, 17). De esta manera, usted da la oportunidad de seguir al Señor a los que quieran hacerlo y ya no es culpable de la sangre de todos ellos (2 Co. 11:12; Hch. 20:26, 31-35). Y también motivará a otros a ocuparse en buenas obras. El que lo oye, lo bendecirá, el que lo ve, testificará de usted. Dijo David: “Por lo cual no resbalará jamás; en memoria eterna será el justo” (Sal. 112:6; He. 10:24; Job 29:11).
6. Además, el corazón que está lleno de buenas obras no tiene ningún espacio para las tentaciones de Satanás. Y esto es lo que quiere significar Pedro cuando escribe: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 P. 5:8). El que anda en rectitud, anda seguro. Y los que agregan a la fe “virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo” (2 P. 1:5-10, Pr. 10:9).
7. El que más lleno está de buenas obras, es el que está en mejor condición para vivir y en mejor condición para morir. “Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano” (2 Ti. 4:6). En cambio el improductivo no está en condición para vivir ni para morir; él mismo sabe muy bien que no está en condición para morir y Dios mismo sabe que no está en condición para vivir: “Córtala; ¿para qué inutiliza también la tierra?” (Lc. 13:7).
Para concluir, como motivación para ocuparnos de buenas obras, pensemos que cuando estemos en gloria, recibiremos de Dios una recompensa por todo lo que hicimos por él en la tierra. Pocos son los hijos de Dios que piensan en cuán ricamente Dios recompensará lo que hicieron para él aquí, movidos por un principio correcto y para un fin correcto. Ni un pedazo de pan para el pobre, ni una gota de agua dada por los que son de Cristo, ni la caída de un cabello de su cabeza quedará sin su recompensa en aquel día (Lc. 14:13-14; Mt. 10:42).
“Porque esta leve tribulación momentánea” y todos los demás actos de negarnos a nosotros mismos “produce[n] en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria” (2 Co. 4:17). Abundemos en buenas obras, pues entonces, tendremos más que salvación. La salvación ya la tenemos a través de Cristo por gracia y sin obras (Ef.2:8-10), pero ahora, siendo justificados y salvos, como fruto de serlo, somos renovados por el Espíritu Santo. Después de esto, seremos recompensados por toda obra que demostró ser buena.
Tomado de “Christian Behavior” (Comportamiento cristiano) en The Works of John Bunyan (Las obras de John Bunyan), Tomo II, reimpreso por The Banner of Truth Trust.
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John Bunyan (1628-1688): Pastor y predicador inglés, uno de los escritores más influyentes del siglo XVII. Amado autor de El Progreso del Peregrino, La Guerra Santa, El Sacrificio Aceptable y muchos otros. Nacido en Elstow cerca de Bedford, Inglaterra.
“Por obediencia a los mandatos de Dios, damos evidencia de la sinceridad de nuestra profesión santa. Por ella, nuestra fe es declarada auténtica delante de los hombres… La fe del que pretende creer en Jesús y no realiza habitualmente buenas obras es inútil, estéril, muerta. Con nuestra buena conversación, nuestra luz brilla delante de los hombres, edificamos a nuestros hermanos, silenciamos a nuestros opositores y preservamos al evangelio de los reproches que de otra manera se le harían, como si fuera una doctrina licenciosa”. —Abraham Booth