La Morada de la Gloria de Dios. Una Predica Cristiana de James Smith
Éxodo 25:10-22; Números 7:89; Hebreos 9
En el Tabernáculo había tres divisiones. El «atrio», el «santuario», y el «Lugar Santísimo», quizá correspondiéndose con el cuerpo, alma y espíritu. Es en el lugar más interior que mora la gloria de Dios.
El lugar santísimo era una pequeña estancia de algo más de 4, 5 metros de lado, un cubo perfecto. ¡Qué condescendencia la del Dios del Cielo de manifestar su presencia en un lugar tan humilde! Dios, que mora en la altura y la santidad, mora también con el de espíritu contrito y humilde» (Is. 57:15).
¿Por qué se llamaba «Lugar Santísimo»? Porque era la morada de Aquel que es el Santísimo. La presencia de Dios santifica. El secreto de toda santidad es la plenitud del Santo. No se trata tanto de un logro como de una posesión, no tanto de un ascenso como de una postración.
Toda la santidad está en Dios. Nosotros somos santos justo en aquella proporción en que somos llenos del Santo. Sed llenos del Espíritu, y Cristo, el Santo, morará por la fe en vuestros corazones (Ef. 3:16, 17).
El camino al Lugar Santísimo era solo por la sangre. No hay santidad posible para el hombre excepto por medio de la sangre de Jesús. El sacerdote se allegaba a este lugar sagrado solo una vez al año, no sin sangre, con pies descalzos, y revestido de una ropa de lino blanco. Aquí se oía siempre aquella voz: «Quita tus sandalias de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es» (Éx. 3:5).
Buscar la santidad es una empresa solemne y terrible. Es buscar vivir en la luz y presencia de Aquel que prueba los corazones y que no puede ver el pecado. Implica la concentración de todos nuestros deseos en un solo propósito: glorificarlo a Él (Sal. 27:4).
No sabemos que el sacerdote pronunciara jamás una palabra audible dentro del velo. Cuanto más nos acercamos a Dios tanto más nos inclinamos a guardar silencio ante Él. El Lugar Santísimo es el verdadero lugar de adoración. Que su presencia sea tan real para nosotros que cuando nos postremos para adorar sea en acto y en verdad que caemos postrados ante Él.
¿Por qué nunca se refería el sumo sacerdote a lo que veía detrás del velo? Hay experiencias espirituales que no pueden ser relatadas. Visiones cegadoras y conmovedoras que son inenarrables. Pablo fue arrebatado al tercer cielo (el Lugar Santísimo), y oyó palabras inefables que el hombre no puede expresar (2 Co. 12:1-4).
Éstas son algunas de las evidencias secretas que satisfacen el alma que tienen los cristianos, y de las que la sabiduría del mundo nada conoce. Una comida que comer de la que nada saben. Pero recuerda, solamente serán experimentadas en el Lugar Santísimo. ¡Los pondrás en un tabernáculo a cubierto!
I. El arca y el propiciatorio. El mobiliario del Lugar Santísimo era muy limitado. No hay necesidad de mucho allí donde el mismo Dios está. Teniéndole a Él, lo tenemos todo y abundamos. Solo el arca y el incensario se encontraban dentro del velo.
El arca con su trono de gracia, o propiciatorio, que cubría una ley quebrantada, representando la obra consumada de Cristo. El incensario, siempre presente (excepto en el gran día de la Expiación), sugiriendo la continua intercesión ante Dios.
Es de sumo interés observar que el arca fue el primer objeto que Dios ordenó a Moisés que hiciera. Al revelar este camino de salvación Dios comenzó con lo que estaba más cercano a Él. Esta escalera descendía del Cielo.
Se trataba de un camino abierto desde dentro. ¿Y cómo iba a ser de otro modo si el hombre ha de ser salvado por la GRACIA? El primer camino hacia la redención es divino. Así como ha sido «Dios primero» para nosotros, así también debería ser «Dios primero» en nosotros.
Hay dos maneras de contemplar la gran salvación cumplida por nosotros por medio de Cristo Jesús. Contemplada desde dentro vemos la gracia soberana de Dios viniendo al hombre, buscándole a pesar de todo su pecado y culpa. Contemplada desde fuera vemos la gran responsabilidad del hombre.
II. Los materiales del arca. Estaba hecha de «madera de acacia» recubierta «de oro puro por dentro y por fuera». Una vez más tenemos ante nosotros el doble carácter del Señor Jesús. La madera nos habla de su naturaleza humana, y el oro de la divina.
Aquí la humanidad en la persona de Cristo es glorificada tanto por dentro como por fuera. Como Hombre Dios fue glorificado por un igual en sus pensamientos interiores y sus acciones exteriores. La madera es por sí misma de poco valor, pero el oro le daba valor y precio. Aquí toda la valía del oro es imputada a la madera. Era un arca.
Precioso pensamiento, todo el valor y poder de la divinidad está en Cristo nuestro Señor como el Hijo del Hombre. Él está ahora resucitado en forma de Hombre, pero poseyendo toda la valía y poder del Dios Todopoderoso.
Dentro del velo Él es el Hombre glorificado, tanto dentro como fuera. No es de asombrarse, pues, que Pedro llame «preciosa» su sangre. La vida está en la sangre. Todo el valor del Dios eterno estaba en la Sangre de Jesús. La divinidad de Jesús da una eficacia infinita a la sangre de Cristo.
El engaño Unitario no tiene la más mínima base en qué sostenerse en los tipos del Tabernáculo. Cada objeto del mismo es la condena de un credo tan deshonroso para Cristo. La madera en el arca adentro era la misma que la madera en el altar afuera (acacia), proclamando la verdad de que el Jesús que sufrió en la cruz afuera es el mismísimo Jesús que está glorificado en el trono adentro. Dios ha exaltado hasta lo sumo a Aquel que se hizo obediente hasta la muerte.
III. La posición del arca. Como ya sabemos, el arca se encontraba en el Lugar Santísimo. Cristo, «el cual por medio del Espíritu eterno se ofreció a Sí mismo sin mancha a Dios», está ahora en la presencia del Dios viviente (He. 9:14). La estimación de Jesús a los ojos de Dios se ve en que Él ha encontrado reposo en la presencia de Dios.
El arca era el centro del campamento de Israel. Dios estaba en medio de ella. Su Hijo Jesucristo era, y es, el centro de todos los planes y propósitos de Dios. Por Él hizo Dios todas las cosas: «sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho» (Jn. 1:1-3). Por medio de Él hizo Dios el mundo; por medio de Él también lo redimió; en todas las cosas Él tiene la preeminencia. Demos a Cristo el elevado lugar que Dios le da, el Centro de todo.
¡Que Él esté en el centro de nuestros corazones, de nuestros propósitos y vidas! Éste es su verdadero lugar. «Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a Él» (Ap. 3:26). Todos los otros objetos carecían de valor sin éste.
Todos preparaban el camino hacia éste, eran meramente peldaños que subían hacia la comunión con Dios aquí en el trono de la gracia, o propiciatorio. Somos salvados y santificados para que podamos ser hechos aptos para servir y adorar.
IV. El contenido del arca. Había tres cosas en el arca. Las tablas de la ley, el vaso de maná, y la vara que reverdeció. El contenido del arca representa lo que Cristo ha conseguido en favor de su pueblo, una herencia para los santos. Contemplémoslo:
1 LAS TABLAS DE LA LEY. La ley es santa, justa y buena. Representa las santas y rectas demandas de un Dios justo. Fue dada en manos de Moisés a un pueblo que clamaba por una declaración por escrito de su voluntad, y que dijo: «Todo lo que Jehová ha dicho, haremos» (Éx. 19:8). Y mientras que la ley estaba siendo recibida, danzaban alrededor de un becerro de oro. La ley fue quebrantada, y se incurrió en juicio.
Cuando el hombre fracasó al principio, Dios no l dio una ley, sino una promesa (Gn. 3:15). Sabía que el hombre jamás podría salvarse por la observancia de la ley. «Por las obras de la ley ningún ser humano será justificado» (Ro. 3:0). Por la ley es el conocimiento del pecado, no el perdón del pecado. Por las obras el hombre es un gran fracaso. Pero ahora, por cuanto el hombre ha fracasado, la gracia entra en escena. Dios le dice a Moisés que encierre la ley en el arca.
El arca literalmente guardaba la ley. La cubierta o propiciatorio de ro la cubría, escondiéndola en el corazón de arca. «La ley fue dada por Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo (Jn. 1:17). Como el arca de Dios, Cristo podía decir: «En mi corazón he guardado tus dichos me complazco en el camino de tus testimonios». La santa ley quebrantada estaba encerrada en Él. Él la guardó.
Y sigue guardándola. Fue magnificada en Él. Ahora ha sido quitada de en medio como obstáculo en el camino de la salvación de los hombres, «clavándola en su cruz» (Col. 2:14). La ley encuentra un plácido lugar de reposo en Aquel que es totalmente glorioso, tanto por dentro como por fuera. Allí es perfectamente guardada. Dios mismo la guarda y reposa satisfecho en Aquel que la cubre. Ahora la gracia reina en justicia.
2 EL VASO DE MANÁ. Los hijos de Israel se alimentaron de Maná durante los cuarenta años de sus peregrinaciones. Se depositó un vaso de oro con maná en el arca como memoria. Era pan escondido dentro del arca, «maná escondido» (Ap. 2:17). Hay en Cristo un poder secreto que da satisfacción al alma.
Él es el Pan Vivo que descendió del cielo. El pan escondido que solo puede ser disfrutado por aquellos que comprenden y aprecian una ley cubierta. Pero quizá el «maná escondido» en el arca, en la que reposaba el Dios de gloria, tenía también un aspecto celestial.
¿No tenía acaso una voz para Dios? El Señor Jesucristo es también el «Pan de Dios», alimento satisfactorio para el corazón de su Padre celestial. La ley escondida habla de una justicia que ha quedado satisfecha, el maná escondido de un corazón satisfecho: «Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia» (Mt. 3:117).
3 LA VARA QUE REVERDECIÓ (He. 9:4). La historia de la vara se halla en Números 17. La vara muerta, representando a Aarón, fue hecho retoñar y florecer, y llevar fruto, cuando fue puesta delante de Dios. La vara, por tanto, significa a uno elegido por Dios, a Uno llamado a resurrección y a vida, a Uno que estuvo muerto, pero que ha vuelto a vivir.
En el arca se encontraba la vara que reverdeció: en Cristo es vida para los muertos. En la ley cubierta vemos su obediencia; en el maná vemos su cuerpo entregado por nosotros a muerte; en la vara su resurrección. Lo primero es Cristo, el Camino, lo segundo es Cristo, la Verdad, lo tercero es Cristo, la Vida. «Yo soy el Camino, la Verdad, y la Vida» (Jn. 14:6).
V. La cubierta del arca. Se trataba de una losa de oro macizo que cubría el arca por completo. No había madera en la cubierta, pero reposaba sobre madera de acacia, recubierta de oro. Aquí tenemos la pura gracia de Dios reposando sobre Aquel que es a la vez humano y divino. La gracia vino por Jesucristo.
El gran y maravilloso pensamiento aquí es que esta cubierta, en tanto que cubría el arca, constituía a la vez un TRONO DE MISERICORDIA, o propiciatorio, para Dios. Obsérvese cuidadosamente que esta cubierta es llamada el «Trono », el trono de MISERICORDIA de Dios. No podemos pensar en un trono sin asociarlo a la idea de reposo. Era un lugar de reposo para Dios. El único asiento en esta casa de Dios era ocupado por Él mismo.
¡Qué refrigerio para nuestros corazones saber que Dios ha hallado un lugar de reposo en la obra consumada de su propio amado Hijo! No hay ningún otro lugar en el que la fatigada alma del hombre pueda encontrar un lugar de reposo del pecado, sino allí donde Dios lo ha hallado, en la Persona y obra del Señor Jesucristo. «Venid a Mí todos los que estáis fatigados y cansados, y Yo os haré descansar» (Mt. 11:28).
Nótese además que este asiento era llamado el trono de MISERICORDIA, el lugar donde la MISERICORDIA reinaba. La misericordia reinaba aquí por cuanto la ley quebrantada estaba cubierta. La misericordia reina en Cristo por cuanto en Él la justicia queda plenamente satisfecha.
Éste era para Israel el «Trono de la Gracia». Aquí Dios reposaba para otorgar su favor sobre aquellos que se allegaban a Él por medio de la sangre derramada (He. 10:19). «Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que pasó a través de los cielos, Jesús el Hijo de Dios, … acerquémonos, pues, confiadamente al Trono de la Gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro » (He. 4:14-16).
VI. La corona del arca. Aunque no todos podamos estar de acuerdo en nuestras interpretaciones de las cosas que pertenecen al Tabernáculo, me parece sin embargo que todos estamos de acuerdo en que cada cosa hace referencia a su gloria. Si cada estaca y cuerda tienen una lengua, podemos esperar que las «coronas» (traducido «cornisas » en RVR 77) clamarán fuerte. La corona del arca era un cerco de factura ornamental.
Era una corona de gloria. Aquel que fue despreciado y desechado entre los hombres está ahora «coronado de gloria y de honra» en la presencia de Dios. Pero en tanto que la corona habla de honra, habla asimismo de poder y seguridad. Este cerco de oro, o corona, impediría que la cubierta del arca se moviera de su sitio.
Era de suma importancia que el propiciatorio no fuera removido. La ley solo puede ministrar muerte. Si la cubierta es quitada, entonces la gracia queda obstaculizada, y surge el juicio. El hecho de que Cristo esté coronado ahora con honra en el Cielo como nuestro Pariente Próximo Redentor constituye una doble certidumbre de que la gracia salvará. En tanto que Él esté sentado delante del Padre, la MISERICORDIA está con ello entronizada. Llegará el momento en que Él se levantará.
Entonces la cubierta será quitada del arca, quitado el trono de misericordia. El día de la gracia habrá entonces llegado a su fin. Éste es un solemne pensamiento: no te tomes a la ligera la gracia de Dios. He aquí ahora el tiempo aceptable.
Tenemos una prefiguración de esta terrible verdad en 1 Samuel 6. Los hombres de Betsemes levantaron la cubierta del arca, y murieron cincuenta mil setenta hombres. Clamaron entonces: «¿Quién podrá estar delante de Jehová el Dios santo?» La respuesta es: nadie, cuando se quite el TRONO DE LA MISERICORDIA. Menosprecia la obra expiatoria y cubridora de la ley efectuada por Jesucristo, y te expones a la venganza de una ley quebrantada. «Nadie viene al Padre sino por Mí» (Jn. 14:6).
VII. Las varas del arca. Acerca de estas varas mediante las que el arca era transportada, se dijo: «No se quitarán de ella». Las varas permaneciendo con el arca pueden enseñarnos que el ministerio debía ser continuo. La eficacia del arca era siempre la misma en favor del pueblo.
Esto también es precioso para el corazón creyente. Podemos quedar, y quedamos, cortos de andar como es digno de tal gracia. Fallamos al no aprovechar plenamente nuestros sublimes privilegios, y a menudo tropezamos.
Pero el trono de la misericordia permanece inmutable para nosotros. Las varas están siempre dentro, siempre a disposición para ayudar en tiempo de necesidad. La gracia omnipotente está siempre al alcance de la necesidad humana.
VIII. El propósito del propiciatorio. Era el único lugar de encuentro entre Dios y el hombre. «Y de allí me declararé a ti» (Éx. 25:22). Gracias a Dios que hay un punto de encuentro. Dios reposó en el trono de misericordia esperando encontrarse con el hombre; allí Dios está en Cristo reconciliando al mundo a Sí mismo.
Allí, en la persona del Señor Jesucristo, el Sacrificio y Mediador, te encontrarás tú con Dios en misericordia. Aquí está un Dios dispuesto a perdonar. ¿Te encontrarás ahora con Él en el trono de la gracia, o después en el trono de juicio? (Ro. 3:24, 25).