Nuestro fracaso puede ser o no el resultado del pecado. Muchas veces fracasamos en lograr nuestros objetivos, a pesar de haber hecho todo lo posible por lograrlos. Cuando éste es el caso, la decepción es dolorosa, pero eso no significa que somos unos fracasados.
Significa que, por alguna razón, no fuimos capaces de completar la tarea o de terminar el camino que esperábamos recorrer. Pero el fracaso no siempre es malo, ya que puede revelarnos muchas cosas sobre nosotros mismos, tales como qué somos y en qué áreas necesitamos crecer. También nos enseña a confiar en Dios y acudir a Él primero, antes de que iniciemos algo y tomemos decisiones que después lamentaremos.
Un costoso error de juicio
La atmósfera de Josué 7 da mucho que pensar, especialmente a la luz de la victoria que Israel acababa de experimentar en el capítulo anterior. Después de una batalla, cuando es normal relajarse un poco, es cuando el pecado puede entrar fácilmente en nuestras vidas.
Esto fue exactamente lo que pasó. Israel no había previsto una derrota. Se suponía que iba a ser fácil ganar la batalla. Pero Acán había tomado parte del botín de la ciudad conquistada de Jericó, y lo ocultó en su tienda.
De repente, una sensación de caos y de derrota se sintió en todo el pueblo, y Dios ardía de ira. Acán estaba consciente de lo que había hecho. No le habían informado mal; había entendido la orden, pero prefirió hacer caso omiso de ella.
Habrá ocasiones en las que pecaremos al desobedecer la voluntad de Dios. Hay otros casos, como en éste, cuando de manera intencional tomamos la decisión de desobedecerle. Acán fue responsable de la muerte de su familia y de muchos guerreros israelitas por unas pocas baratijas de oro y plata.
Sin advertencia alguna, el ejército de Hai venció a Israel, y Josué no estaba preparado para esa derrota. En vez de eso, esperaba obtener su victoria número dos. Mas no fue así. "Pero los hijos de Israel cometieron una prevaricación… porque Acán tomó del anatema; y la ira de Jehová se encendió contra los hijos de Israel" (Jos. 7:1).
Este capítulo detalla una historia de engaño, de fracaso y de las costosas consecuencias del pecado. Los versículos 4 y 5 son una crónica de temor. Cuentan lo que sucedió cuando el ejército de Israel se alistó para pelear contra los hombres de aquella nación pagana: "Y subieron allá del pueblo como tres mil hombres, los cuales huyeron delante de los de Hai. Y los de Hai mataron de ellos a unos treinta y seis hombres, y los siguieron desde la puerta hasta Sebarim, y los derrotaron en la bajada; por lo cual el corazón del pueblo desfalleció y vino a ser como agua".
Hay un camino que lleva al pecado, y Acán lo tomó. Reconoció delante de Josué y de los líderes del pueblo: "Verdaderamente yo he pecado contra Jehová el Dios de Israel, y así y así he hecho. Pues vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro… lo cual codicié y tomé; y he aquí que está escondido bajo tierra en medio de mi tienda, y el dinero debajo de ello" (vv. 20, 21). Observe lo que dijo: "Lo codicié y lo tomé". Nunca consideró las consecuencias. Acán actuó como muchos de nosotros cuando no nos detenemos para pedirle a Dios que nos ayude a evitar el fracaso y la tentación.
Trampas que nos impiden obtener lo mejor de Dios
Usted no tiene que seguir por el camino que le llevará al fracaso. Puede reconocer las señales de la derrota y aprender a cambiar la forma de enfrentar cada situación.
En primer lugar, reconozca que es vulnerable al ataque del enemigo. La tentación es un importante factor que no conviene desestimar. Acán quitó sus ojos del Señor, y lo mismo hizo Josué. La derrota en Hai podría haberse evitado. Pedro nos recuerda que debemos estar alertas, porque "el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar" (1 P. 5:8). En algún momento, todos cometeremos errores, pero muchos se pueden evitar obedeciendo a Dios antes que a los deseos de la carne.
En segundo lugar, Josué no buscó la guía del Padre celestial antes de ir a la batalla en contra de aquel pequeño ejército. Esto hizo vulnerable a Israel al ataque espiritual. La responsabilidad de Josué era honrar a Dios en todo momento, especialmente cuando fuera necesario actuar de manera inteligente. En Jericó, él buscó el favor de Dios, sin embargo en Hai, no lo creyó necesario. Pero estaba completamente equivocado.
Las victorias pasadas no garantizan éxitos futuros. Usted necesita siempre al Señor. Esto es especialmente cierto cuando se encuentre cansado y haya tenido una gran victoria. Es en este punto que a Satanás le encanta halagar su ego diciéndole lo valioso y talentoso que es usted. Si le cree sus mentiras, irá directamente a la derrota.
En tercer lugar, en vez de humillarse delante el Señor y pedirle su dirección, Josué tomó la decisión de enviar a sus hombres a la batalla. No consideró necesario orar. Razonó que, dado que Israel había tomado Jericó tan fácilmente, podían permitirse el dejar que la mayor parte de sus grandes guerreros no participaran. Pero Dios nos manda a buscar su rostro, antes de abordar cualquier tarea. Él es quien nos da el poder para vencer.
El Señor quería que los corazones de Su pueblo se mantuvieran puros y dedicados sólo a Él. Sabía que el mezclarse con el enemigo sería su caída, y eso fue lo que sucedió. El pueblo comenzó a mezclarse en matrimonio con los idólatras y a adorar a dioses de culturas paganas, y Dios le dio la espalda. Es fácil dejarse seducir por los elogios del mundo —por los reconocimientos, por el dinero y por las palmaditas en la espalda. Pero ninguna de estas cosas da una paz o un gozo duraderos. Eso sólo se logra a través de una relación personal con Jesucristo.
En cuarto lugar, Josué siguió el consejo de otros en vez de ir al Señor en oración. Siempre abundan los consejos. Basta que uno haga una simple pregunta, y tendrá muchas respuestas. Pero el Señor quiere que le busquemos y le obedezcamos solamente a Él.
Las opiniones de los demás pueden ser interesantes, pero antes de actuar asegúrese de que lo que le digan esté de acuerdo con la Biblia. Compruebe lo que ha oído, porque lo que Dios desea nunca contradice Sus principios.
Los pasos correctos para la restauración
¿Qué debe hacer usted cuando ha pecado o fracasado? En primer lugar, reconozca que ha cometido un error, no importa lo grande o pequeño que sea. En este punto, acudir a Dios es esencial. "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo" fueron las palabras que el hijo pródigo le dijo a su padre (Lucas 15:21). Eran palabras de arrepentimiento, y reflejaban humildemente su sincero pesar.
Una vez que Josué se dio cuenta de que el pecado había entrado en el campamento de Israel, cayó sobre su rostro delante de Dios. Pero no era el momento para preguntarse por qué las cosas habían salido mal. Israel había pecado, y Dios le ordenó al líder nacional que se ocupara del asunto. Por tanto, Acán y toda su familia fueron muertos apedreados.
Cuando tomamos decisiones equivocadas, Dios tiene que erradicar el pecado de nuestras vidas, y esto puede ser doloroso. Josué aprendió una lección difícil, pero sería una lección que no repetiría. No quería perder ni un solo hombre en Hai, pero terminó perdiendo treinta y seis hombres y una familia entera.
Fijarse la meta de pasar por lo menos 15 minutos a solas con el Señor pone en la dirección correcta al timón de nuestras vidas. Tenemos 15 minutos en el día para darlos a Dios en oración. No hay excusa para desentenderse de Él. Las bendiciones que vienen de estar con el Señor en oración son de tal magnitud, que no se pueden calcular a escala humana. Y el dolor que resulta de pasar por alto esto es inmenso.
Piense en el discernimiento que habría tenido Josué de haber estado hablando con Dios antes de salir a enfrentar el ejército de Hai.
Cuando tenga un fracaso, mantenga la perspectiva correcta. Usted le pertenece al Dios del universo. Él ha puesto su sello de propiedad sobre su vida. Esto significa que usted le pertenece, y también que ha sido perdonado. Si bien hay consecuencias por el pecado, Él le ha dado una promesa eterna de perdón y restauración. Si usted acude sinceramente a Él, el Señor no le rechazará.
Recuerde que hay esperanza. El hijo pródigo regresó a su hogar pensando que iba a terminar trabajando como un jornalero (Lc. 15:17-19). Imagine su asombro cuando su padre se apresuró a darle la bienvenida, poner sobre sus hombros la mejor túnica que tenía y darle un anillo como símbolo de su amor eterno.
Esta parábola refleja el increíble y maravilloso amor que el Padre celestial le tiene a usted. Si tropieza, Él le levantará. Si huye, Él aguardará su regreso. Y cuando le pida que le enseñe cómo dejar atrás sus fracasos, Él le dará nuevas oportunidades para triunfar.