LOS MUROS DERRIBADOS (Josué 6:1-5)
INTRODUCCIÓN: Siguiendo con el tema del “Dios que pelea nuestras batallas”, es propicia la ocasión para hablar de aquellos muros que repentinamente cierran el paso a las promesas de Dios y nos paralizan en el camino a la vida abundante, ejemplificada por la tierra prometida. Los muros de la antigüedad constituían una muy clara señal de protección enemiga, por lo tanto, no estaban de adornos para hacer lucir más atractivas las ciudades.
Jerusalén estuvo rodeada de muros casi desde su propia fundación. Cuando la ciudad fue destruida, y llevada en cautiverio, sus muros fueron destruidos, y con ello el templo, su más excelsa gloria arquitectónica.
La caída de los muros de las ciudades son una muestra de un gran asedio y con ello su conquista. Un caso muy nombrado fue el muro de Berlín en noviembre 09 de 1989. Con su caída, también caía la llamada “cortina de hierro”, poniendo fin al comunismo en Europa Central y Oriental. La Alemania de Hitler quedó abolida con la caída de aquel infranqueable muro. Los muros son un símbolo de separación, de imposibles humanos y de obstáculos para las promesas divinas. Esa era la situación planteada con los muros de la ciudad de Jericó.
La dificultad más obvia que vendría a la mente de Josué era precisamente esta. ¿Cómo tomar la ciudad con semejante fortaleza? Porque la ciudad de Jericó no podía ser tomada si primero no caían sus muros. Josué sabía de la promesa de la tierra prometida, sin embargo, ahora hay un muro impenetrable alrededor de la promesa.
¿Cómo entrar a la ciudad y conquistarla? Y es aquí donde debemos saber que Dios hará la mayor parte en todas nuestras conquistas. En las batallas peleadas por Dios, su estrategia siempre es impensable. Lo menos imaginable llega a ser posible. Pero, para todas sus batallas, Dios invita a su pueblo a unirse a trabajar, a esperar y a conquistar su promesa. Sigamos a Dios en su estrategia para pelear nuestras batallas.
I.DIOS ROMPE LOS MUROS, PERO NECESITA MI MARTILLO
1. Una ciudad totalmente cerrada v. 1. La manera cómo el autor nos muestra la condición impenetrable de Jericó nos hace ver un imposible desde el punto de vista humano. Tal era el cierro de aquellos muros que “nadie entraba ni salía”. Para Israel era impensable derribar las murallas de Jericó con el uso de sus fuerzas. La ciudad estaba “cerrada, bien cerrada”. Por cuanto nadie podía ni salir ni entrar, el asunto se complicaba más. No había un orificio para entrar. ¿Cuál es el significado de esto?
Hay muros que se levantan frente a nosotros que los consideran infranqueables. Hay obstáculos, al mejor estilo de Jericó, que detienen nuestro crecimiento y desarrollo en la fe. ¿Cuál es su muro que le impide avanzar? ¿Será su propio carácter, sus complejos, su pasado, su trabajo? ¿Por qué enfrentar a Jericó antes de conquistar la tierra prometida?
Porque Dios espera que nosotros hagamos la parte que nos corresponde. Dios espera nuestra procesión diaria alrededor del muro. Todos somos llamados para rodear la ciudad. En eso consiste el trabajo de la iglesia del Señor.
2. Ya Dios estaba dentro de la ciudad v. 2. En la manera cómo cayeron los muros de Jericó hay elementos que desafían toda lógica humana. Los críticos bíblicos encuentran en estos episodios abundante material para atacar la inerrancia de la palabra, ridiculizando o racionalizando debido a esta fantástica historia.
Pero, por otro lado, ¿qué militar que no tuviera una firme confianza en el Dios de Israel podría creer que con tan solo dar todas esas vueltas se derrumbaría semejante muralla? Aquella estrategia, vista tan inofensiva, aunque sí muy original y espectacular ¿no parecía más bien un desfile de locos?
Pues ciertamente parecía de todo, menos una estrategia militar. Sin embargo, en toda esta historia, la promesa del versículo 2 hace la diferencia en todo lo que va a ocurrir. El Señor que se le apareció a Josué, como “Príncipe del ejército de Jehová” (5:14), le dio una primicia totalmente alentadora.
Como ya Dios estaba en la ciudad, se la había entregado con su rey, pero además con todo su ejército. El único ejército cuya victoria la da por anticipada, es el cristiano. La procesión no debe parar, porque pronto caerán los muros.
3. Haciendo como Dios dijo v. 3. Así había dicho Dios: “Rodearéis, pues, la ciudad todos los hombres de guerra; yendo alrededor de la ciudad una vez; y esto haréis durante seis días” v. 3 Así es cómo Dios lo estableció. Si Dios dice que lo hagamos de esa manera, ¿nos negaríamos a obedecer? La verdad de esta estrategia divina es que Dios no necesita de mis recursos ni de armas humanas para enfrentar a los enemigos más poderosos.
Y aunque sus métodos parecen ilógicos, los resultados son inobjetables. Aunque al principio se vea la orden como una locura, al final habrá razones para adorar su nombre. Dios usa lo más sencillo para demostrar su poder y bendecir a su pueblo.
La iglesia debe entender este principio. A veces ella está tan saturada de los planes humanos que le cuesta pensar en alguna “locura divina” para llegar a cumplirlos. Lo mismo es aplicado en la vida cristiana. Queremos ver cosas tan espectaculares que no nos imaginamos a Dios trabajando en la simplicidad. ¿En qué consiste el éxito para vencer los muros que hoy parecen impenetrables? En una vida de obediencia. No será de otra manera.
II. DIOS ROMPE LOS MUROS, PERO NECESITAMOS ESPERAR
Cuando uno ve todas las recomendaciones de Dios para la toma de Jericó, surgen preguntas lógicas, ante lo ilógico del plan de Dios. ¿Por qué esperar una semana para la conquista? ¿Por qué no gritar desde el primer día? ¿Por qué Dios no obró de una vez? ¿Qué propósito hubo en dar tantas vueltas si Dios pudo derribar el muro para que el pueblo entrara?
1. Las vueltas de la paciencia v. 3. Dios pudo haber ordenado una invasión frontal contra Jericó, pero en lugar de eso ordenó rodear la ciudad. Pudo haber utilizado escaleras para llegar hasta la ciudad; pero la estrategia de Dios fue crear pánico en los moradores detrás del muro y a su vez dar confianza a Israel para el ataque final. No todos los obstáculos pueden enfrentarse de la misma forma. Hay “muros espirituales” que exigen caminar alrededor de ellos en oración antes que caigan.
Bien podríamos pensar que toda aquella multitud dando vueltas alrededor del muro con tanta intensidad, siguiendo el plan de Dios, fue ablandando el terreno para el asalto final. Esperar es el asunto más difícil en la oración. Pero el dar vueltas en oración alrededor del muro va creando un sentido de mayor confianza en el que camina, y a su vez le hará ver al enemigo el coraje para enfrentarlos, aunque esté detrás de sus murallas para defenderse.
Hay muros en nuestras vidas cayéndose con las primeras vueltas. Pero otros, por ser más fuertes, requerirán de una marcha de los siete días, de una mayor fe. Sin embargo, la victoria será el resultado final.
2. La importancia del tiempo establecido v. 4. ¿Por qué los muros no cayeron el primer día que salió el pueblo y rodeó la ciudad? Porque Dios determinó que fuera una semana completa. Fue el tiempo que él puso en su sola potestad como lo ha hecho con todo. Seis días para ir una vez y regresar. Cada uno de estos días tuvo que estar lleno de un gran dramatismo.
Imagínese a las esposas y a los hijos haciendo cada pregunta al final de la jornada. Imagínese a los habitantes de Jericó oyendo durante seis días las trompetas y luego por la tarde un completo silencio. Imagínese el estado de expectación de Israel y el creciente pánico de Jericó. Y el séptimo día, el plan era tocar las bocinas y gritar hasta que cayera el muro.
¡Qué difícil tuvo que ser para los hombres de guerra quedarse quietos, solo caminando en procesión! Los tiempos de Dios producen impaciencia en nosotros. Somos dados a querer que las cosas sucedan al instante. Nos cuesta detectar los tiempos divinos. Pero Dios no nos da las cosas de inmediato, porque está trabajando en nuestro carácter y en su propósito. Cuando nos adelantamos a su tiempo, echamos a perderlo todo.
3. El lugar del arca en la espera v. 8. Dios había indicado el día del grito general de parte de los israelitas, mientras tanto todos deberían guardar silencio. Y en esto, el llevar el arca del pacto por los sacerdotes, sugiere esa idea del silencio, reverencia y la espera.
La presencia del arca, símbolo de la gloria de Dios, crea un orden santo. Así pues, en esta historia hay que destacar el lugar que ocupó el arca, el instrumento de la presencia divina como poderosa arma de combate. Notemos el orden y solemnidad. Están los soldados delante de los sacerdotes que van tocando las bocinas. Detrás de ellos va el arca llevada por sacerdotes escogidos.
El resto de la procesión va en la retaguardia, todos caminando y esperando las órdenes. Así fue como Dios lo quiso. ¡Cuán difícil fue para los soldados permanecer callados durante tanto tiempo! ¡Cuán importante es la solemnidad y silencio antes de los gritos! Cuando hay mucho ruido en la vida se opaca la presencia divina.
El mandamiento que menos cumplimos es el que dice: “Calle delante de él toda la tierra”. En los planes de Dios hay momentos cuando hay que esperar delante de su presencia. El recordatorio del Salmos 37:7 sigue siendo muy oportuno para cada situación en la vida.
III. DIOS ROMPE LOS MUROS, PERO NECESITAMOS ENTRAR
Al terminar la última vuelta del séptimo día, la voz de Josué despertó el sosegado aire vespertino con la orden: “Gritad, porque Jehová os ha entregado la ciudad” v. 16. ¿Puede imaginarse semejante grito? ¿Sabe usted lo que esto produjo en los habitantes de Jericó, quienes ya estaban sumidos en tal desolación, como si un hechizo misterioso hubiese caído sobre su rey y el pueblo, quedando sin aliento como dice Josué 5:1, esperando de una manera defensiva sin haber hecho ningún ataque previo a una población que era menos indefensa que ellos? Y una vez que aquel grito llenó la tierra, los muros de Jericó cayeron.
1. Hay que cumplir la promesa hecha v. 17b. Como en el caso del diluvio, donde una sola familia se salvó porque le creyó a Dios y a su promesa, aquí también una sola familia fue salvada de semejante destrucción y juicio. Hablamos de Rahab, la ramera, y toda su familia. Su valeroso acto de fe escondiendo a los espías ahora es retribuido por su salvación. De esta manera el Señor cumple sus promesas. En las batallas contra el mal, él destruye al enemigo según la promesa v. 2, pero preserva a los creyentes.
Esta es una de la esperanza que tenemos para el juicio final. La destrucción de Jericó es una especie de juicio final anticipado. Dios destruirá a los enemigos, pero salvará a todos los creyentes. La promesa de esta victoria fue cumplida.
Así como Dios la dijo, así se cumplió. Uno de los textos que debemos recordar es el que nos dice: “Dios no es hombre, para que mienta, Ni hijo de hombre para que se arrepienta. Él dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?” (Número 23:19). Dios no falta a sus promesas. Las cumplió ayer y las cumplirá hoy.
2. No debe dejarse vestigios del anatema v. 18. Cuando el muro de Jericó cayó, el ejército de Israel entró y destruyó toda la ciudad. La orden divina era apremiante, y eso fue lo que hizo el pueblo. Se dice que ellos entraron “y destruyeron a filo de espada todo lo que en la ciudad había; hombres y mujeres, jóvenes y viejos, hasta los bueyes, las ovejas y los asnos” v. 21.
A diferencia de Saúl, quien perdonó lo mejor del ganado, y justificó haberlos dejado vivos para dedicarlos al Señor (Cfs. 1 Samuel 15:15), Israel mató a todo lo que tenía vida en aquel lugar.
Cuando Dios ordena destruir todo, esa orden debe cumplirse sin dejar nada pendiente. Si el hombre trata de ser más misericordioso que Dios, se pone en una línea de rebelión. En la vida espiritual necesitamos destruir todo lo que es motivo de pecado, porque fue llevado por su Hijo a la cruz del calvario. La presencia de un “anatema” siempre está vigente en nuestras vidas. La tentación de verlo y tomarlo pareciera estar al alcance de la mano. La orden dada es para no codiciar nada de lo que es maldito (anatema).
3. Debe consagrarse al Señor lo mejor v. 19. Cuando Jericó cayó nadie ganó nada excepto ofrecerlo al Señor. ¿A caso no es esto lo que sucede siempre? Dios rompe el muro, pero la victoria siempre será suya. Aun cuando Dios ordenó una destrucción total de la ciudad anatema, dio la orden de tomar el oro, plata, bronce y el hierro.
Todos estos objetos de valor deberían entrar al tesoro de Jehová. El término “consagrados” al Señor es de mucha importancia para destacarse. No se nos dice que ellos deberían tomar esto para sus propios beneficios.
Y si Dios permitió que estos objetos fueran recogidos y atesorados, fue porque él mismo tenía su propio propósito con el correr del tiempo. El oro y la plata representan lo excelente y la calidad; han representado también la pureza y lo permanente.
Jericó era símbolo del poder del pecado, del mundo y de Satanás. Ellos fueron reducidos a ceniza, pero su tesoro le pertenecía a Jehová. No en vano dice la Biblia, “mía es el oro y mía es la plata, dice Jehová”. Debo consagrar lo mejor al Señor, incluyendo el oro y la plata.
CONCLUSIÓN: En la caída de los muros de Jericó encontramos tres lecciones importantes. Primero que el pueblo se involucró en el trabajo. Todos trabajaron: sacerdotes, soldados y el pueblo.
Note como el grito de la multitud hizo que cayera el muro. En segundo lugar, hubo que esperar hasta completar los días puesto por Dios. A veces nos adelantamos a lo que Dios está haciendo por nuestra desesperación y los muros no caen. Y, en tercer lugar, el pueblo ganó la victoria.
¿Hay algo imposible para Dios? Los arqueólogos han descubierto que los muros cayeron hacia dentro, siendo preservado solo el lugar de Rahab, la ramera. Por muy grande que sean los muros, caerán frente a la omnipotencia divina. ¿Cuál es tu muro que parece infranqueable? Recuerda que con nosotros está nuestro “Josué” para derribarlos. Nada se le ha opuesto hasta ahora. Todo se derrumba en su presencia. Amén.